Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

El señor diputado (II)

Las cantinas

Disculpas a nuestros leales lector@s por no advertirles que habría una segunda entrega de El señor diputado, ésta, y a lo mejor una tercera.
Nos quedamos el jueves pasado en los primeros escarceos de una entrevista al señor diputado Luis Bedolla, priista a más no poder, por parte de un reportero debutante de Trópico –el más importante diario de Acapulco por más de cuatro décadas. El escenario de la interviú, como decían los exquisitos, es la taberna La Marina, atendida por su propietario Doroteo Doroche Lobato y localizada en la plaza Álvarez. Justamente en el sitio donde se levantará en los 40 el hotel del mismo nombre, hoy Bancomer.
No era aquella, por cierto, la única cantina en el Zócalo de Acapulco. Allí coexistían los establecimientos de don Delfino Funes (hoy Oxxo); los hermanos Sanmillán (en el mismo sitio donde edificarán más tarde el cine Salón Rojo); don Simón Funes (hotel Alameda), y don Angelo Massini, en la esquina de Hidalgo y Madero. Aquí mismo estará años después la cervecería La Bavaria, de don Juan Muller, y pasados otros tantos el restaurante El Tirol, del señor Solís. El italiano Massini, dueño también del cine Hidalgo, será el primero que sirva bebidas frías en el puerto, único poseedor de un extrañísimo aparatito que convertía el agua en hielo. (¡Ooooh!).

Los quioscos

La zona arbolada de la plaza Álvarez tiene en su centro un modernísimo quiosco –kiosko, para los snobs–, construido en 1934 por un comité vecinal encabezado por don Efrén Villalvazo Alarcón. Lo inaugura el alcalde Carlos E. Adame y en ese mismo acto habrá voces que lo califiquen “tan feo como mentada de madre”, demandando su “icsofacta” demolición. “A estos acapulqueños güevones nunca les gusta nada, todo lo critican, pero nunca aportan nada en bien de la ciudad”, reprocha francamente indignado el señor Villalvazo, presidente municipal de Acapulco en 1936.
El quiosco añorado por aquellos detractores lo había construido en 1908 el empresario tamaulipeco Antonio Véjar, a cambio del usufructo de su planta baja por espacio de 12 años. El alcalde Antonio Pintos Sierra justificará la concesión argumentando que las arcas municipales estaban como ordena La Magnífica, “sin cosa alguna”. El escenario será bien aprovechado durante las fiestas del Centenario –en realidad las “fiestas de don Porfirio”–, cuando Acapulco reciba la visita de bandas militares nacionales y extranjeras. Véjar, por su parte, convertirá su planta baja en un mercado de giros diversos: cantina, refresquería, heladería, tabaquería, venta de artesanías y expendio de vinos y licores. Desaparecerá en 1934.

La tribuna más alta

El diputado Bedolla se reintegra a su mesa luego de una prolongada visita al urinario, como se decía –no miadero–, por consejo del maestro José Vasconcelos. El secretario de Educación Pública, sin embargo, no será escuchado prevaleciendo finalmente la denominación mingitorio, en cuyos muros se recogerá a través de los años toda una filosofía escatológico-sexual.
–¡Cuánto ingenio, cuánta chispa hay impresa en las paredes de los urinarios!–, exclama sofocado el señor diputado. Escucha, amigo reportero, dos leyendas que acabo de leer: “Si quieres conservarte fuerte y sano cuida lo que tienes en la mano” y “lo importante no es miar sino hacer espuma”. ¡Formidables!
–¿Volvemos a la entrevista, señor diputado?–, inquiere el reportero de Trópico lanzando la primera pregunta. ¿En cuántas ocasiones subió usted a la cursimente llamada “más alta tribuna de la nación”?
–¿ Cursi llama usted a esa denominación justa y precisa? Yo iría aún más lejos: le agregaría la frase “donde se escucha la voz de la Patria”. O sea, “la más alta tribuna de la Nación donde se escucha la voz de la Patria”. ¿Cómo la ve, mi amigo?
–¿Subió o no subió?
–Podría decirte que sí y en repetidas ocasiones, pero te mentiría; la verdad monda y lironda es que nunca la escalé. Y déjame decirte que la única ocasión en que fui programado para ocuparla, una turba de fanáticos religiosos dio al traste con mi oportunidad dorada. Irrumpieron en el salón de sesiones protestando por la expulsión del delegado apostólico, representante en México del papa Pio XI, monseñor Leopoldo Ruiz y Flores, a pedido del propio Congreso de la Unión. Ello como consecuencia de la promulgación vaticana de la encíclica Acerba Animi, leída en México como una franca incitación a un levantamiento armado contra el gobierno del presidente Abelardo L. Rodríguez.

Acerba Animi

–Con todo y lo mal que se hablaba de él, en aquella ocasión el mandatario-tahúr se fajó los pantalones para responder a su santidad Pio XI: “O retira su provocadora carta encíclica o mañana mismo los templos católicos de México se convertirán en escuelas y talleres”. ¿ No, ca..?
–¿Pues qué tanto decía el documento?
–Recuerdo únicamente algunas generalidades:
“Que la iglesia católica condenaba y reprobaba los llamados en México derechos constitucionales, oponiéndose siempre a la funesta práctica de los mismos por atacar los derechos primarios e inmutables de la Iglesia. Que desde 1926 la carta encíclica Iniquis afflictis ya había condenado y detestado la ley llamada por los mexicanos “Constitución”. Que se trata de leyes y decretos que se oponen a los santísimos derechos de Dios y de la Iglesia y que por tanto deben ser reprobados y aniquilados por la ley divina”.
–Yo, amigo periodista, estaba con mi general Calles cuando decía: si esos cabrones detestan nuestra Constitución, yo hago lo mismo con su Biblia.
–El constructor de la carreta México-Acapulco, o sea el presidente Plutarco Elías Calles, debe haber olido a azufre. ¿O no señor diputado?
–Mejor doblemos la hoja, amigo periodista.
–¿Ya no tendrá más tarde una nueva oportunidad, señor diputado?
–Déjame decirte, muchachito, que hasta eso nunca hizo falta porque teníamos como líder al diputado Ezequiel Padilla Peñaloza, considerado como uno de los más grades tribunos mexicanos de todos los tiempos. ¡Qué orador, señor, qué orador! Su oratoria tenía una elegancia afrancesada y un barroquismo helénico. Escucharlo constituía una experiencia gozosa para quienes tenemos el verbo como herramienta de trabajo. Afrancesado, digo, pero güevoncito el paisano:
–Recuerdo una vez cuando un legislador “X” lo encañonó con su 45, ofendido por haberlo llamando “jacobino”, creyendo se trataba de una forma elegante de mentarle a su mamacita. En otra ocasión, la bancada de Chihuahua le hace en coro un recordatorio materno, sintiéndose ofendidos porque Padilla había hablado en su discurso de “los bárbaros del norte”.
–Fue el de Coyuca de Catalán, y de eso no hay duda, muchacho, un político fuera de serie. Bueno fuera que nuestros jóvenes se interesaran por personajes guerrerenses como este. Mira sino: con las mejores calificaciones de la Escuela Libre de Derecho y convencido de que el fin justifica los medios, Padilla acepta a los 20 años una beca del gobierno de Victoriano Huerta para estudiar en las universidades de Columbia (EU) y París (Francia).
En México se desempeñará como secretario de Educación Pública y de Relaciones Exteriores; representará a nuestro país en la Asamblea fundacional de la ONU, estará también en Italia y en Hungría. Tres veces diputado federal y dos senador por Guerrero. Le disputó la presidencia de la República a Miguel Alemán y los guerrerenses le dieron la espalda. Sus enemigos le apodaban El Narciso Negro y Salvador Novo lo retrata en un epigrama:

Es tan moreno o cetrino
que cierto corresponsal
que a la Conferencia vino
quiso averiguar, ladino,
si es su color habitual
o si guarda un especial
luto por Maximino
Muñoz Vergara, diputado

–Bien, señor: ¿Cómo se fabricaba antes a un señor diputado?
–¡A mi ningún cabrón me fabricó, como dice usted, joven reportero! Yo fui legislador por la voluntad expresa y mayoritaria del campesinado de Guerrero! ¡Y no hay que buscarle chichis a las gallinas!
–¿ A poco todos llegaban a la Cámara como usted, por el voto popular?
–¡Por supuesto que no, chamaco! Déjeme contarte cómo llegó a Donceles Jesús Muñoz Vergara, hermano del “amigo Víctor”, un popular peluquero que pretendió toda su vida la alcaldía de Acapulco.
–Desempeñándose aquí como jefe de Telégrafos Nacionales, mi amigo Chucho tendrá así la oportunidad de conocer un día, antes que nadie, la presencia de un ciclón acercándose velozmente al puerto (finalmente, devastador). Por su mismo desempeño, él conocía la estancia en el puerto de la señora Amalia Solórzano, “la primera dama de la nación”, vacacionando con su hijito Cuauhtémoc y otros familiares.
–Como también sabía el lugar donde se hospedaba la familia presidencial, Muñoz Vergara la lanza como saeta para alertarla sobre la inminencia del fenómeno. Llega acezante dando voces de alarma a unos bungalows provisionales construidos en Manzanillo por la Comisión Nacional de Caminos. Y más: él mismo se pondrá al frente de la evacuación. Una vez a salvo doña Amalia y Cuauhtemito, Chucho vuelve al telégrafo para dar cuenta de ello a la Presidencia de la República. El ciclón toca tierra y, para la buena fortuna de nuestro hombre, sus vientos destruyen totalmente aquellos bungalows de vil madera ¡Un héroe, pues, que salva a la familia del Tata Lázaro.
–Jesús Muñoz Vergara no aceptará ninguna gratificación material de doña Amalia Solórzano. “Lo hice porque era mi deber y lo haría las veces que fueran necesarias”, repite sin sentido una y otra vez. La señora no ceja llegando a endurecer su insistencia en recompensarlo, incluso un favor presidencial. Será entonces cuando el buen Jesús responda con aire lastimero: “Bueno, sí, señora, ya que usted insiste…¡ mi sueño ha sido siempre ser diputado federal!”
–¡Y Chucho fue diputado federal, faltaba más! Perteneció a la XXXVIII Legislatura y tuvo como compañeros de curul a Rubén Figueroa Figueroa, Alfredo Córdova Lara, Mario Lasso, Amadeo Meléndez y Antonio Molina Jiménez.
–¡Esa se llama suerte y no chingaderas! ¿O no, señor diputado?
–¡Usted lo dice, joven periodista! ¿Ya disparatero?
–Lo que yo digo, señor diputado, es que si sigue cañando como hasta ahora, esta plática será interminable. (El habanero Ripoll era justamente de caña).
–¡Usted no se me desavalorine, muchacho, que con esta entrevista ya tiene en la bolsa el premio Pulitzer!

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