Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jorge G. Castañeda

Una decisión acertada de Peña Nieto

En un ensayo sobresaliente en la revista Nexos de febrero, Eduardo Guerrero nos explica cómo ha disminuido la violencia en México en 2014, y cuáles son los retos vigentes para 2015. Muestra cómo, con los datos disponibles al mes de diciembre, tanto las ejecuciones como los homicidios dolosos por cada cien mil habitantes y en números absolutos descendieron en 2014 muy por debajo del año pico de 2011, aunque todavía el doble del 2007. Asimismo muestra como ha habido una reducción quizás menor de extorsiones, secuestros y de delitos sexuales y cómo se trata de una tendencia descendiente que se inició desde hace cuatro años. Es conveniente felicitarnos por este descenso y reconocer que es algo que proviene a la vez del desempeño del sexenio anterior y, sobre todo, de lo que ha sucedido en 2013 y 2014 bajo Peña Nieto.
Ahora bien, aunque Guerrero da varias explicaciones detalladas y obviamente mucho más profundas que las de alguien sin ninguna pericia o autoridad en la materia como yo podría dar, quisiera agregar un par de hipótesis que tal vez tengan algún valor explicativo. Las sustento con hipótesis conceptuales, pero también con impresiones recogidas en los últimos días al empezar mi recorrido por el país presentando Amarres perros. Una autobiografía.
En primer lugar, es evidente que se ha aflojado en términos generales la presión del gobierno federal, es decir, de las fuerzas armadas, sobre el narco en este sexenio. Algunos podrían leer esta afirmación como una crítica; yo la hago como un aplauso. No hubo peor estupidez que la que cometió Calderón de declarar su sangrienta y costosísima guerra optativa contra el narco; cualquier esfuerzo por dar marcha atrás en esa guerra, en mi opinión, es digno de ser alabado. La disminución de esa presión seguramente tiene que ver con menores ejecuciones extrajudiciales, menor incidencia de las fuerzas estatales en las pugnas entre cárteles y, por tanto, menos pleitos entre ellos por rutas, plazas, etcétera. Y esa menor presión, también seguramente, incide en menor necesidad por parte de los cárteles de reclutar sicarios, comprar armas y corromper autoridades, ya en condiciones de un retorno a su core business, es decir, el narco. Enhorabuena.
Pero en segundo lugar conviene también ver que hay hechos que pueden corroborar esta afirmación abstracta. En la ciudad de Chihuahua, en Ciudad Juárez y en Durango, donde tuve el honor de presentar mi libro gracias al apoyo de amigos cercanos, me permití preguntarle a mis interlocutores –autoridades federales, estatales, municipales, académicos, empresarios– si se habían mantenido o habían sido desmontados los retenes militares de esas tres ciudades, las tres cruciales en el tránsito hacia Estados Unidos. En todos los casos, la respuesta fue que ya no hay retenes del Ejército. Per-sisten los seguimientos móviles de la Policía Federal en las carreteras; persisten algunos retenes de las policías estatales; y el Ejército mantiene todavía un retén a más de 50 kilómetros de Ciudad Juárez. De tal suerte que los puntos de fricción más sangrientos, más conflictivos y más proclives a los abusos militares, los retenes, han desaparecido por lo menos en esas tres ciudades. No hay ninguna razón para pensar que no hayan desaparecido del resto del país, salvo en Michoacán, Guerrero y, posiblemente, Tamaulipas. De ser el caso el presidente Enrique Peña Nieto habría tomado la decisión correcta, abandonar la guerra de Calderón, sin decirlo, con toda razón. También a esto puede deberse el descenso de la violencia en México, y en particular de las ejecuciones y de los homicidios dolosos productos de la guerra del narco. Que Peña Nieto no pueda aceptar esta felicitación porque el Ejército, Calderón y Estados Unidos se molestarían, es perfectamente comprensible, que se quede callado, pero que los demás sepamos si es que es así, que ha sido una decisión acertada.

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