Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

*Más noticias de Agüilú

Los chamacos Morones

Agüilú nació y creció entre la carretera nacional y el río Lleno; en poco tiempo se volvió paraíso comensal de los que cambiaban la prisa que tenían para llegar al mar por un cacho de chorizo con frijoles, crema, queso y salsa de jitomate envuelto en una tortilla salida del comal. Dimas Rebollares andaba de diputado y su hermana Onerosa era la presidenta municipal. O viciversa. ¿Para qué chingaos vamos a votar, si el tío Dimas y la tía One, o el que pongan por ellos, van a volver a ganar? ¿Y si volvemos a ganar –rezongaba Onerosa– cuál, pué, con una chingada madre y siete camotes de Puebla parados, cuál pué es el pinche pedo? Qué –se daba por enterado el tío Dimas–, ¿ya había empezado otra vez los rumores de que no distribuimos justamente y demás calumnias y chingaderas?
–¡No creo que haya alguien en el municipio que no se haya dado cuenta de la justicia con que reparto los huesos que hay que repartir!…, ¡así que no me salgan con pendejadas! Resulta increíble que haya individuos que no sean capaces de ver el progreso de nuestro pueblo, más tratándose de ustedes, que se suponen son escueleros, gente estudiada y de pro… Qué, ¿no se dan cuenta que en este pueblo no hay miseria?
–Con todo respeto, tío, la miseria nos la llevamos a Acapulco.
–Con todo respeto, usté se alebresta por nada, primo. Nosotros no vamos contra usté ni contra lo que usté representa. Sólo queremos que la gente comprenda su situación y sus derechos como propietarios, trabajadores y ciudadanos.
De ese tamaño se la pusieron al primo Dimas dos canijos chamacos, hermanos ellos, los Morones, hijos de uno de los peones que le cuidaban a Dimas casas y terrenos cercanos a Pueblo Chico, un peón chorreado que no quería que sus retoños “imitaran” su vida mostrenca y que con grandes sacrificios pagó su ocurrencia de mandarlos a estudiar al Bello Puerto, de donde brincaron a Toluca, donde una parienta los mantuvo hasta que recalaron en la Universidad de Chapingo.
Los Morones trajeron técnicas y abonos sorprendentemente efectivos, organizaron brigadas de vacunación, abrieron una veterinaria popular y propusieron nuevas formas de cosechar el camarón gigante; con unos jóvenes de San Pablo, que también regresaban a su tierra después de salir a chambear o de no acabar de estudiar en Chilpancingo, ya habían realizado varias asambleas para conformar una cooperativa regional de pescadores, transportistas, vendedores ambulantes y meseros.
–¡Miseria la chingada, chamacos babosos! –estalló Dimas –Son jóvenes, y como jóvenes son impulsivos y bocasueltas. Ahorita no es el mejor momento para recordarles que vienen siendo mis sobrinos y que yo soy su tío, por la rama y en el grado que sea vengo siendo su pariente mayor, y si ustedes me llaman primo y me faltan al respeto ya es su pedo. Ustedes traerán sus proyectos o como les llamen a los rollos y tarugadas que quieran, pero no van a perpetrar nada a costa de las instituciones, ni contra la gente trabajadora, ni contra nuestro chingado parentesco, para que se lo sepan de una vez.
Agregó algo sobre la paz social y a “los falsos profetas, a los que suponen que con falacias e ilusiones pueden engañar a la gente y con esa idea se tiran a esperar que la cocada les caiga en la boca”, les dio un consejo:
–Si quieren dinero, ¡trabajen, güevones!
Si el tío Dimas se encabronaba, cuidado. Las venas casi le reventaban en la frente. Abajo, los ojos concentraban un odio de hiena con hambre. Tenía una vocecita destemplada que inexplicablemente se tornaba ronca cuando regañaba a gritos. Levantaba la gorgoteante voz y, antes de que la enormísima Virgen de la Soledad de oro de 18 kilates temblara bajo su venudo pescuezo ya se le habían acercado hasta cuatro fulanos de esos que trajo de nadie sabe dónde y que se distinguen por sus botas de avestruz y sus cinturones piteados, además de los custodios aborígenes.
Los chamacos Morones terminaron su labor en el fondo del Pozo del Zopilote, donde los encontraron después de una semana.
A los días supimos que uno de los muchachos cooperativistas de San Pablo había sido encontrado muerto en su parcela, entre la milpa, y que uno más permanecía en estado vegetativo en una clínica del puerto. Triquinosis, dictaminó el forense. Tenían culatazos hasta en la boca, pero viene en la carne de marrano, se adquiere en cualquier pinche orden de tacos callejeros dijo el forense y repitieron los periódicos.

¿Cómo dice usté?

Para que se quede contento, voy a decirle sí, pues ¡ni modo que le diga que no!… Ahorita, por ejemplo, que hay tanta gente, me la paso sudando frente al comal y ni modo tengo de ver para quiénes son estas tortillas o para darme cuenta quién se bajó de camionetas o patrullas y menos adónde se metió a tragar cada uno de los que dice usté.
Y no se haga: ya sabe que a la fonda del primo Dimas llegaban políticos y comandantes, pero eso no tiene nada de raro. ¿Tráileres, dice usted? Ay no, no sé. ¿Avionetas?… ¡Menos, señito!, discúlpeme pero yo no sé nada y por favor ¡ya quíteme el chingao micrófono de la boca!… ¡Me están agrediendo, señores!… Miren, al menos, les suplico, tengan respeto por el lugar, ¡estamos velando a nuestros muertos y la misa está por empezar!…
De la mariguana achicalada todo mundo sabía. Llegaba a Tolotlán y se repartía en El Carrujo. ¡Hasta tú la probaste, cabrón! Una vez te vi en las gradas de la cancha de la escuela, no te hagas de la boca chiquita…
–A lo mejor hasta vendiste, ¡pariente!… No te hagas güey.

¡Apa avisitos, zanca!…

No nomás Chachita Vicos Melgarejo y Panuncio Francisco Rebujares, a quien siguieron Mandis Lagos Rebujares y Aurora Lajas Melgarejo; varias otras parejas con familia se tuvieron que ir a vivir a otra parte.
Salían, pos ¿luegú?!, otros primos, otras sobrinas, otros cuñados, pero nadie estaba de ningún lado, la familia es la principal célula de la sociedad y viva la paz.
Tu tío Pancho, Pancho Melgarejo, padre de tu primo Pedro, fue emboscado con cuatro de sus vaqueros en la sierra de Tolotlán, adonde iba a esconder ganado robado y donde, tras chantajear al tío, luego Dimas y los Mulitos fueron a poner un rancho enorme, con pasto importado y palacetes donde entraban y salían políticos pechugones, policías de rango y chinchorrudos de ese peluche. Los tráileres llegaban de noche, custodiados por patrullas de la federal y, de la carretera nacional para adentro, por las de la policía municipal… ¡Ora sí que digo que dicen, y estoy tragando saliva!…
Cómo no: a Ascención Melgarejo –primo de todos nosotros y tíoabuelo por doble o triple grado de otras cuatro o cinco generaciones agüiluceñas que vengan– lo acuchillaron en el palenque de la feria de Jilotepec, cuando estaba miando atrás de unos puestos de pozole. Decían que, legal o rapiñosamente, Dimas y Onerosa se iban apoderando de los terrenos de los que se bajaron de la camioneta que los traía a Agüilú, con la intención de limpiar el camino a Pueblo Chico de gente que no fuera de sus enteras confianzas. Al rejego de Nando Soyate no lo salvó ni que su segundo apellido fuera Rebujares y se accidentó con su camioneta en la brecha de Tlalchapia, de regreso de una boda. Quienes se afanaron en echarlo al fondo de un barranco y, abajo, le echaron gasolina y le prendieron lumbre a la camioneta, no se imaginaron que ni ésta ni el cuerpo de Nando se iban a achicharrar por completo ni que con el soplo de cualquier tranza y chismoso ayudante de la Cruz Roja nos íbamos a enterar de que el disque achicharrado tenía el pecho floreado de puñaladas…
A Zoyelio lo siguieron, en fila india, en menos de dos años, Tirso Camerino, de mero Pueblo Chico –nunca se quiso venir y allá lo cazaron–, y Mauro López, mejor conocido como El Mico, todos ellos del bando Melgarejo. Luego vino el disque misterioso secuestro de Maritoña, la sobrina consentida de Eleazar Melgarejo, tu prima, ¿no?, hija, como Pedro, el que vive en México, del difunto Pancho. ¿Sí?
Tu padre tenía unos pinches ojos grises como de gato, ¿te acuerdas muchacho? Con el entrecejo retorcido ya parecía un lince encabronado. ¿Te acuerdas? ¡Pues se amansó, el señor!… Ya. ¡Ya!… Con el secuestro se amansó. Con los muertos no se diga.
Más te vale, le dije, la verdad era que los Rebujares ya estaban muy encrespados y para qué le buscas. Fue la primera vez que le dije: si puedes, hermano, vende tus tierras, tus casas, todo, y llévate a tu familia a otra parte donde vivan en paz.
Lo del secuestro de Maritoña ya era mucho. Apareció, Eleazar puso el dinero del rescate y la dejaron viva. La violaron, pero la dejaron en la carretera de Chichihualtencingo, cerca de la presa. Nomás era un aviso. El primer aviso de veras.

Chinto el Chacal

Murió Mingo, El Cuate, pero quedó su hermano, Chinto, El Chacal. Mingo era loco, pesadito y malaleche, pero no dejaba de ser un chamaco pendejo. Chinto era un gordo mamado, con los brazos hinchados de músculos, le encantaba enseñar la panzota, los pelos embarrados de grasa, tenía cabezas de ganado a madres, pero todavía le daba por ir a vender carne al mercado. A mí no me gustan los rumores, decía Chinto, cuando yo mato a un cabrón yo mismo digo yo fui, no se hagan pendejos, yo maté a ese cabrón y qué, conmigo no se anden con chingaderas, yo soy su padre.
Eso le empezó a gustar decir, ya en punto briago, desde que en un baile, en San Juan, municipio de Terrocota, mató a un chamaco borrachín que cometió el error de estarle echando ojitos a la pareja de El Chacal y al mismo tiempo estar relajeando con sus compas. Chinto lo llamó para fuera. Afuera se hicieron de palabras, y en lo que el chamaco pedo se quitaba la camisa para los trancazos El Chacal sacó su fusca y le metió dos balazos. Ya sin la molesta presencia del borrachín, regresó a bailar como si cualquier cosa.
Que pasa un día la mujer de Álvar Custodio por su negocio, por una de las cuatro carnicerías que tenía Chinto en el mercado, y como ahí estaba Chinto, pues éste le hizo plática, cómo está tu marido, me contaron que el fin de semana le robaron diez vacas, pero de seguro orita está bien echadote en la hamaca, saluda de mi parte al condenado güevón y mira, qué bueno que te veo prima, ¿sabes qué? me gustaría que te llevaras estos filetes, ya sé que ustedes tienen muy buen ganado pero estos filetes no se quedan atrás, y ahí tienes a la mujer toda asustada porque se le escapaba de la comprensión tanta cordialidad, en su juventud su marido se cansó de ganarle a las carambolas a este viejo libidinoso, todavía se comenta que para el billar y para el dominó en toda la historia del pueblo no ha habido uno más chingón que mi marido, al que desde que le dio la gota no se para en el billar, ¡qué quiere este hombre, por Dios!…
Si se comió la carne o no, quién sabe, a lo mejor nomás le dio los filetes a los perros, quién sabe si porque era Melgarejo de hueso colorado y, como Eleazar, prefería la tranquilidad, Álvar le mandó dar las gracias a Chinto. Buena carne, y pues como que también con el gesto Chinto El Chacal le mandaba decir que él no tenía nada qué ver con las diez reses que le robaron hace poquito.
¡Las carcajadas de Chinto siguen resonando en todo el mercado!…
¡A ver, Fulano, ven acá!, gritó desenhebrado, feliz, como para que todos lo oyeran, enseñando los dientes, a uno de sus chalanes. A mi cuate Álvar le gustó tanto mi carne que no me queda más que mandarle la piel, te vas de volada y agarras la piel de la vaca, la metes en un saco y se la llevas a este vago!…, le dices que dice Chinto que como le gustaron tantos los filetes aquí le manda la piel de la vaca.
Y bueno, ya todos sabemos que la piel de la vaca tenía la marca del ganado de Álvar Custodio Melgarejo, una a, una cé y una eme entrelazadas, como en un círculo.

Las mujeres sí

Quitemos a Onerosa, que era política y sabía sonreír por el colmillo. De las demás mujeres, ¡ni hablar! Esto vale para las de uno y otro bando. Estamos hablando de antes de que los odios se destaparan y empezaran los secuestros y descabezados por todas partes. Al principio chillan, maldicen. Luego rezan. Se acuerdan de la vida por nosotros, los chingones de la película. Es difícil llorar y rezar cuando tienes que cuidar a los niños, darle de comer a las visitas, atender el negocio, cuidar a los niños y a los heridos y recoger la sombra de tus muertos…
Son las que piden paz.

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