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Federico Vite

Detalles

El libro de relatos de Julian Barnes, Pulso (Anagrama, 2011, 262 páginas) muestra algunas de las virtudes literarias que han hecho de este narrador uno de los más destacados de Inglaterra. En castellano, Barnes se hizo famoso por el libro El loro de Flaubert (Anagrama, 1994), documento que mezcla reflexiones sobre la vida y obra de Gustave Flaubert con la ficción. Abre una veta novelística insospechada para muchos lectores; toma la referencia erudita con humor y ficciona al respecto. Ciertamente es un libro raro que posee una estructura funcional sólo para ese documento. Barnes viaja obsesivamente a las lecciones de su maestro para renovar su propio discurso. Una muestra de la generosidad de la pleitesía literaria. Barnes no busca pirotecnia, trabaja duro con la sustancia poderosa de la memoria y la obra de Flaubert.
Es claro que cuando alguien publica un libro no está demostrando lo mucho que sabe, simple y sencillamente, cuenta una historia, de-sarrolla un tema y las camisas que ha de usar esa idea en forma de libro nos hablan del buen o mal gusto que posee el autor para recrearnos esa historia, para contagiarnos esa pasión, esa soledad en llamas.
El Julian Barnes de Pulso es un narrador mucho más interesado en la construcción de atmósferas; en presumir sin culpa alguna su gran oído para la recreación verbal y, por supuesto, muestra la gran habilidad que posee para aplicar la elipsis y las digresiones de los personajes.
La primera parte de Pulso es una reunión de relatos que fueron dados a conocer por el New York Times, la revista Granta y diversas publicaciones especializadas de Inglaterra y Estados Unidos. Este Barnes del que les hablo, el de la primera parte de Pulso, agrupa nueve textos de resolución abierta; se muestra el talento del autor para la recreación de diálogos, pero esa fórmula, la de abrir con frases ambiguas los universos internos de los personajes, se repite constantemente; de igual manera, Barnes termina por abusar de la excelente aplicación de la elipsis. Como si a las primeras de cambio el lector supiera dónde está el truco y obviamente se cansa.
En la segunda parte, en la que se reúnen textos más extensos, mucho más acabados y, sin duda alguna, más propositivos es la que encanta al lector. Encontramos a un Barnes menos preocupado por el número de caracteres que piden en las revistas literarias; conocemos a un hombre desencantado del amor, quien sucumbe ante las maravillas de la medicina moderna; posteriormente, encontramos a un médico del siglo VII que intenta curar a una ciega histérica y, en el mejor texto, homónimo del libro, presenciamos la degeneración física y mental de la madre del protagonista.
La voz del autor, sobre todo en la segunda parte, se involucra mucho más con lo literario, ese asunto que no implica hablar de los políticamente correcto ni de lo escandaloso, sino de los detalles que revelan universos para el lector. Es ahí cuando uno descubre la fuerza, o el resplandor, según sea el caso, de alguien que ve el mundo de manera distinta al resto de escritores. Barnes, sobre todo en el cuento Pulso, se enfrasca en una empresa titánica. Recrea en 31 páginas la pérdida de la madre. Barnes funda el relato desde recuerdos precisos. Destaca la forma de vestir, andar y reflexionar de los padres del protagonista del cuento, quienes dotan de identidad a la voz que narra, una voz que desde la madurez que otorga la distancia de ciertos sucesos construye, mediante detalles, recuerdos poderosos de humanidad indiscutible, los andamios necesarios para superar un duelo dolorosísimo, familiar. Barnes ofrece una reflexión sobre la fugacidad de la vida. Toma la cotidianeidad para iniciar la disección de sus personajes y desde esa plataforma reve-la –coronando con detalles, ya sea una marca de cigarros, un camino que lleva a la granja italiana, un chaleco con dos botones gemelos o simplemente las mangas de un vestido que no se usará nunca– los momentos que cambian la vida del lector, del que atiende las revelaciones como milagros pequeños que dotan de humanidad las páginas de un libro como Pulso.
Aunque sin duda alguna sigo prefiriendo al Barnes de El sentido de un final (Anagrama, 2012), un autor interesadísimo en los mecanismos del asombro, Pulso serviría como un gran texto introductorio a la obra de Julian Barnes, caracterizada por dar cuenta de la disfunción amorosa. Que tengan buen martes.

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