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Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA

*Rusia y México: puntos de contacto

*Nuestro proceso político marcha en una dirección donde sus semejanzas con transiciones fallidas obligan a pensar que las coincidencias no son accidentales.

El atentado contra el distribuidor de Reforma debe tomarse como un ataque contra todos.

De Sonoma a The New York Times. No abundan los puntos de contacto o similitud entre la enorme, lejana, eslava y, por temporadas, fría Rusia y nuestro país, a veces calificado como tropical y sin duda mestizo, pero los hay y pueden encontrarse en Sonoma o en The New York Times.
Por un tiempo breve, mexicanos y rusos fueron vecinos distantes. Y es que a partir de 1812 funcionó en lo que hoy es el condado de Sonoma, en California, Estados Unidos, el Krépost Rus o fuerte Ross, que daba protección y abrigo a una pequeña colonia rusa. Lo que entonces quedaba al sur de ese fuerte –su frontera– era la Nueva España primero y México después. En 1842, el puesto ruso fue abandonado por inviable, y poco después México perdió la Alta California; ahí acabó una vecindad que apenas empezaba.
Un siglo más tarde surgió un nuevo punto de contacto: la coincidencia de sendas revoluciones sociales. En 1924 el México revolucionario fue el primer país latinoamericano que se atrevió a establecer relaciones diplomáticas con la Rusia soviética aunque no tardó en romperlas –1930– tras acusar a la URSS de meterse en sus asuntos internos. Las relaciones sólo volvieron a reanudarse en 1942 como parte de la lucha común contra El Eje.
De las revoluciones mexicana y soviética surgieron, entre otras cosas, dos sistemas no democráticos –totalitario el soviético y autoritario el priista–, dos partidos avasalladores –mucho más el PC soviético que el PRI–, dos liderazgos con claros poderes meta y anticonstitucionales y dos nutridos grupos de apparátchiki que se convirtieron en castas privilegiadas en ambos países. A estos puntos de contacto les separaban muchos de diferencia, en particular sus sistemas económicos y el poderío militar.
Un encuentro en las páginas de The New York Times. Los sistemas postrevolucionarios de Rusia y México sufrieron un brutal desgaste, y al final del siglo XX experimentaron una transición, supuestamente, hacia la democracia, pero finalmente no fue el caso. Rusia abandonó el totalitarismo para caer en el autoritarismo disfrazado de democracia, y México aún no logra aclarar la naturaleza de su nuevo sistema, pero en cualquier caso tampoco es una democracia bona fide. Y es en esta etapa de indefinición donde Rusia y México vuelven a tener un punto en común que The New York Times ha encontrado oportuno destacar: sus respectivas y notorias cleptocracias.
Un estudio muy revelador sobre la forma en que un grupo de ex miembros de los servicios de seguridad soviéticos –la KGB– encabezados por Vladimir Putin se apoderó del poder en la antigua URSS, y en el proceso usó fondos del Estado para convertirlos en riqueza privada, es el de la profesora Karen Dawisha, Putin’s kleptocracy: who owns Russia (Nueva York, 2014). Otra forma de acercarse al mismo fenómeno es el largo reportaje del 11 de febrero de Stephanie Saul y Louise Story en The New York Times centrado en la compra de departamentos de gran lujo en el centro de Manhattan, Nueva York, por un miembro del círculo investigado por la profesora Dawisha: el doctor en economía Andrey Vavilov, partidario del libre mercado, ex subsecretario de Hacienda en la Rusia de Yeltsin y luego senador que, entre otras cosas, pudo adquirir, gracias a las políticas de privatización de su gobierno y a sus relaciones con bancos rusos, una empresa petrolera por 25 millones de dólares y revenderla al Estado ruso por 600 millones –una ganancia de 24 veces el valor inicial–. Con ese tipo de negocios, el ex funcionario y senador de 54 años pudo comprar un condominio en Nueva York de 37.5 millones de dólares, pero antes dos diamantes de 60 millones de dólares para Marina, su esposa.
El ex gobernador de Oaxaca, José Murat, también compartió espacio con el doctor Vavilov, aunque el oaxaqueño pertenece a otra subdivisión de ex funcionarios de países no democráticos interesados en adquirir bienes raíces en Estados Unidos. Mientras el ruso hizo abiertamente sus adquisiciones en Estados Unidos, el mexicano, y siempre según el diario neoyorquino, no. Hijos de Murat han vivido en el mismo y prestigioso edificio que Vavilov –el Time Warner Center–, pero lo han hecho en uno de los condominios más “modestos” (costó menos de dos millones de dólares). The New York Times encontró, además del condominio neoyorquino, otras cinco propiedades relacionadas con Murat, pero éste ha respondido que sólo dos son de sus hijos –las de Park City, en Utah– y el resto de familiares o conocidos. De lo que no queda duda, y el diario pudo constatarlo, es que la legislación norteamericana está hecha, y bien hecha, para que los compradores de bienes raíces, incluidos los extranjeros, se puedan ocultar tras empresas fantasmas (shell companies).
Conclusiones. Rusia y México son dos ejemplos de transiciones que fallaron. En ambos casos la corrupción del viejo sistema pervivió y se convirtió en un obstáculo fundamental para lograr el objetivo explícito del cambio: echar los cimientos de una democracia. Y en ambos casos, el fracaso de la transición trajo como una de sus consecuencias la agudización de uno de los grandes problemas iniciales: la corrupción. Se trata de un círculo vicioso convertido en un auténtico círculo de hierro.

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