Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Carlos Pérez Aguirre

Seis meses sin respuestas

 

Si bien han disminuido las manifestaciones de inconformidad y enojo que siguieron a los lamentables acontecimientos que ocurrieron en Iguala hace seis meses, tras el asesinato y desaparición de ciudadanos y jóvenes estudiantes, de ninguna manera quiere decir que los mexicanos hayamos olvidado tan abominables y reprobables hechos, porque la versión oficial –“verdad histórica” le llaman–, que oficialmente pretendió cerrar la investigación, resultó tan contradictoria e inverosímil que la gran mayoría de los ciudadanos no la creemos. Parecería que se quiere ocultar la responsabilidad o autoría de otros actores, que por las características y premuras oficiales nos hacen ser suspicaces y suponer que los autores estarían muy ligados a otros niveles de gobierno y círculos de poder con mucha influencia. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ya ha generado algunas recomendaciones a las que el gobierno federal ha querido dar la vuelta, pero esas investigaciones aún no concluyen, de hecho apenas inician; queda aún un camino largo por recorrer, en el que un organismo externo, porque nuestras autoridades investigadoras no fueron creíbles y soslayaron su responsabilidad de llegar a la verdad, ha abierto varias líneas que en su momento recorrerá, y pretende presentar conclusiones con rigurosidad que seguramente nos llevarán a certezas. Por lo pronto, aquella investigación que se cerró oficialmente por cansancio o conveniencia ha sido solicitada por el organismo internacional para que se continúe. Por ello, la disminución de las protestas e indignación ciudadana por estos asesinatos y desapariciones sólo es aparente, un compás de espera.
Uno de los puntos fundamentales para que estas demandas permanezcan y encuentren respuestas de justicia y para conocer qué realmente paso será la constancia de los padres de los normalistas. Habrá, efectivamente, que reconocer su constancia en sus exigencias respaldadas por la mayoría ciudadana, su indignación entendida por el pueblo que los apoya en todo momento, su amor a la verdad que pasa por el respeto a sus hijos masacrados y desaparecidos. La fuerza mostrada por esos padres y madres heridos en lo profundo de su ser es un aliciente para todos los que hoy habitamos este México herido de muerte por la corrupción y la delincuencia. Esa fuerza de los padres y madres nos obliga a exigir justicia, nos obliga a exigir que cambie el estado de cosas que agreden a los mexicanos, los sucesos de Iguala despertaron y hermanaron al país en un clamor de justicia, cambio y para decir “nunca más”.
Hoy se pretende que un proceso electoral genere el espejismo de que todo cambiará. Pero chequemos a muchos de los candidatos, ligados a intereses y prácticas de corrupción, ineficiencia e incluso asesinatos. Vemos zeferinos, añorves y lázaros por todos lados; estos señores de los partidos políticos no dignifican la política, esos personajes obviamente no generan ninguna expectativa de mejoramiento, al contrario, sólo presagian saltos al vacío y retrocesos.

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