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Cuando tienes casa en Acapulco te vuelves popular en el DF, reflexiona capitalino, visitante asiduo

Karla Galarce Sosa

“Cuando tienes casa en Acapulco, te vuelves popular en el DF y casualmente te llaman para preguntarte cómo estás días antes de las vacaciones”, comentó Enrique Vázquez mientras preparaba unas carnes asadas en la parrilla, muy cerca de la alberca del fraccionamiento donde vive desde hace seis meses, en la zona Diamante del puerto.
Enrique, un joven abogado que llegó a vivir a la zona del Acapulco Dorado, se mudó el año pasado al Acapulco Diamante porque “hay más opciones” y menos “congestionamientos viales”.
En el tiempo que lleva viviendo en Acapulco ha sido anfitrión de su madre, de sus tíos maternos, de sus primos y de algunos grupos de amigos que han llegado a visitarlo, principalmente en las vacaciones de verano, en diciembre para la Navidad y ahora, en la Semana Santa.
Su tío materno, Salvador Zepeda viajó a bordo de una camioneta en compañía de su esposa Faby, de sus hijas Marijo y Natalia, y un par de sobrinos más: Dana y David. Transitaron, según comentó el señor Zepeda, por una tranquila y fluida carretera desde Cuernavaca y llegaron a Acapulco el lunes por la noche hasta llegar a la zona Diamante.
Antes de llegar a Acapulco la familia Zepeda y sus acompañantes, estuvieron el fin de semana en Cuernavaca. Al igual que en la casa del joven Enrique, disfrutaron de una alberca donde los niños pasaron la mayor parte del tiempo, de donde salían únicamente para comer o, para untar bloqueador en sus blancas pieles.
De apenas 7 años, David, el más pequeño del grupo de vacacionistas, temía sumergir su cabeza al agua y siempre se le observó abrazado de su hermana o alguna de sus primas desde cualquier parte de la alberca.
Su tía Faby lo animaba a lanzarse y zambullirse en la alberca. Luego de una infinidad de intentos, logró “soltarse” y nadó durante unos minutos para atravesar de un extremo a otro la alberca.
A Allan, un adolescente que ayuda a Enrique en algunas tareas, hacia algunas acrobacias sumergido en el agua.
Las tareas del magisterio en la ciudad de México, los problemas entre sindicatos, los negocios de venta de máquinas constructoras, eran los temas que los adultos desarrollaban; mientras que los niños, charlaban de cómo llegar más rápido al otro extremo de la alberca, o quién era más rápido.
La dinámica de la alberca contrastaba con las porciones de carne que salía del asador: cuando los niños salían del agua, el “tambache” de carne bajaba y, cuando la carne se terminaba, los niños volvía a la alberca después de poner más bloqueador en sus rostros.
La mañana en la alberca se desarrolló sin contratiempos, excepto porque la nariz de Allan sangró en tres ocasiones, aparentemente sin ningún motivo, pero eso no impidió que volviera al agua después de enjuagarse el rostro, esperar unos minutos con una servilleta de papel enrollada en la fosa nasal.
Los planes para la familia eran inciertos: la primera opción fue ir rumbo a Barra Vieja para comer pescado a la talla en el restaurante Beto Godoy, y la otra opción, propuesta por Natalia, fue ir a comer hamburguesas al Señor Frogs de la escénica.
Sin embargo, hasta que esta reportera se despidió, después de las 3:30 de la tarde, ya sin carne en el asador y cuatro horas en el agua, aún no decidían qué comerían, aunque sí sabían que tomarían agua de coco muy cerca de Puerto Marqués, y quizás también en Revolcadero.

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