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Eduardo Pérez Haro

De elecciones y política para el cambio democrático

(Segunda y última)

Para Eduardo Galeano.

Persiste en el país el clima de violencia e inseguridad que, por más que se esmeran en truquear estadísticamente, la población nacional y del mundo reconocen como un flagelo para la convivencia, y ahora los empresarios quienes, en una valoración del 1 al 10 han calificado en 3.5 al gobierno en turno que, como diría Carmen Aristegui, “pues eso si está cabrón”.
Ningún analista serio se engaña con las dificultades del desarrollo nacional. La ausencia de resultados, el clima de inseguridad y violencia, el descrédito del Presidente y su equipo más cercano, y la crisis de las instituciones. Y sobre esa base se llama a asistir a votar en los comicios que se habrán de celebrar a inicios del mes de junio, sólo que ahora resulta que la gente no quiere, no sólo no le ve sentido, sino que se siente manipulada por la desesperada propaganda del INE que se desvive en aclarar que el voto sí cuenta y que las elecciones son transparentes –aclaración no pedida–, deje usted ya la miserable retahíla de promesas baratas de los increíbles partidos políticos. Pero más aún, la gente no quiere, no sólo porque no les cree o porque no le ve sentido, sino porque le quiere dar sentido a su inconformidad.
“Como resultado de la crisis política y social, a izquierda y derecha se cuestionaron los referentes clásicos y surgieron nuevas antinomias: ciudadanos versus políticos, movimientos o partidos, la calle o las urnas, mientras el régimen se enquistaba entre el pasado y el futuro sin dar un golpe de timón al curso general de la República. La democracia y sus instituciones, de por sí arcaicas, se deterioraron ante una población cada vez más desconfiada, cansada de la retórica, acosada por la violencia desbordada y la ceguera de los partidos”, consigna Adolfo Sánchez Rebolledo (La Jornada 09/04/15).
“Hay mucha indignación moral en el escenario público. Es una buena nueva. Sin ese resorte nada se puede cambiar. Si mal no entiendo, las fuentes fundamentales de ese malestar se encuentran en el círculo perverso de actos de corrupción que quedan impunes y en la violación escandalosa de derechos humanos cuyo eslabón más escalofriante fue la entrega de 43 estudiantes normalistas a una banda delincuencial por parte de la policía. Esa indignación ha sacudido el ambiente y expresa un hartazgo saludable ante prácticas que corroen la de por sí contrahecha convivencia”, señala José Woldenberg (Reforma 09/04/15).
“Lo que nos tiene sumidos en la más absoluta ignominia no son las elecciones o los partidos en sí mismos, sino el fraude y la corrupción política. No fue el voto lo que llevó Enrique Peña Nieto, Ángel Aguirre y José Luis Abarca a sus puestos, sino la dictadura mediática, la compra de voluntades y la parcialidad de las instituciones electorales. Y hoy no somos gobernados por partidos políticos, sino por una clase política absolutamente podrida que ha logrado corroer y destruir por dentro a cada uno de los institutos políticos que hoy mal gobiernan el país”, John M Ackerman (Proceso 07/04/15).
Por su parte, Héctor Aguilar Camín señala en una serie de cuatro artículos titulados “Repensando la democracia” –1) indignación y desencanto; 2) malos gobiernos, 3) gobiernos irresponsables, y 4) elecciones a subasta–: “La evidencia abrumadora es que al muchísimo dinero oficial destinado a sostener a los partidos para que no tomen dinero ni compromisos privados (unos 500 millones de dólares este año) hay que añadir un robusto mercado de dinero ilegal, que nadie vigila, y sin el cual es prácticamente imposible ser competitivo en el escenario electoral.
“Luis Carlos Ugalde, antiguo presidente del IFE, ha calculado ese mercado negro de dinero electoral en proporciones que pueden ser de hasta 10 veces más que el dinero público autorizado y entregado a los partidos. De modo que si el tope de financiamiento oficial para una campaña de diputado federal es de 1.2 millones de pesos, el costo promedio de esa campaña en zonas urbanas puede llegar a ser de 10 o 12 millones” (Milenio, 27, 28 y 29 de enero de 2015).
“Es hora de repensar la democracia”. concluye Aguilar Camín.
No obstante la fuerza de las expresiones de su diagnóstico, Woldenberg y Akckerman tienen una definición abierta de no dejar de acudir a las urnas; una expresión menos rígida de parte de Sánchez Rebolledo y una expresión abierta de Aguilar Camín, que por su trayectoria supongo que se distancia de la idea de no ir a votar. Pero veamos a estos cuatro personajes sabiendo que en la discusión hay muchos otros, de no menor afamadas plumas. Avancemos con este repertorio sin pretender agotar la discusión en esta entrega, ni mucho menos en la opinión de quien suscribe esta nota.
Woldemberg sugiere que a pesar del “círculo perverso de corrupción impune y la violación escandalosa de derechos humanos”, no hay que reducirse a un acto de principios morales sino canalizar la indignación en la política… suena bien, pero quién supone que la indignación y el rechazo a votar sea un acto meramente moral y no un acto de la política, máxime cuando es un acto deliberado de miles, podría decirse lo mismo de quienes llaman a depositar su voto cuando este está siendo persuadido por las instituciones no creíbles, votar por apego a la institucionalidad como revelación tácita de la civilidad o expresión práctica de la política, pero por qué en ese orden, por qué no reconocer la acción frente a instituciones malogradas como acciones políticas para transformar las instituciones. El rechazo del voto y de la institución electoral puede perfilarse como un acto de cambio institucional, nadie está llamando a abandonar la lucha por la democratización, sólo está sugiriendo una vía táctica más abierta de la denuncia del diagnóstico que se comparte, y lo está haciendo desde un diagnóstico no meramente electoral como más adelante veremos que lo sugiere de alguna manera Sánchez Rebolledo
Es probable que a José Woldenberg le parezca obsoleta la moral crítica o de rechazo a las instituciones como revelación de moral revolucionaría del siglo pasado, pero sería inexacto por mucho, pues entonces la lucha de buena parte de la izquierda corría su idea por el socialismo, y sin embargo desde ahí presionó y contribuyó en favor de lo que se consensuaría en la lucha por la democracia como fórmula para el cambio, y cuando en el siglo pasado, la izquierda, como quiera que se hubiere configurado en ese momento, asistió y fue bloqueada y echada a un lado dejando transitar el fraude y la instalación incólume del poder cuestionado no se entendió como avance democrático, y a la larga no lo fue, y nótese que en aquel entonces se hizo en la frescura de las reformas políticas que habrían de suponer la disposición de cambios que se tornaban imperativo ante el agotamiento de las viejas formas y el advenimiento de nuevos aires en el mundo, pero ahora la indisposición de cambios es absoluta, pues no sólo no suceden en la política para el desarrollo ante la evidencia de su fallida condición, no suceden ni en el equipo de trabajo, ni en el particular formato corruptocrático de gobernar, mucho menos se asoma la disposición de diálogo con los representantes de los cuestionamientos –que no son los partidos–, y ya no digamos de diálogo sino de entendimiento (“el Presidente no entiende que no entiende”).
En fin, la cerrazón conocida y admitida por todos que, podría decirse, es lo mismo que hace ocho o 25 años, y de todos modos habría que hacer converger la indignación en las urnas, porque de eso se trata, pero ahora la cerrazón del poder consolidado de la partidocracia no es el poder consolidado, sino el poder cuestionado. Y no es la única variable que está en juego.
Ahora existe un cuestionamiento de la comunidad internacional y un descrédito que se ha metido a los hogares de los mexicanos, incluso los empresarios, y en esta circunstancia, para el régimen las elecciones juegan como salvavidas, pues de todos modos las van a ganar, porque los poderes y las maquinarias operativas se encargan de eso, no hay problema porque vallan a votar los muchos que quieran, de todos modos van a ganar porque en el fondo ya las tienen amarradas, y que bueno que haya otros partidos, claro aceptemos que no les gusta que Morena-AMLO se crezcan, no estaba en su cálculo, pues en el PRI y acompañantes de izquierda y derecha, el reordenamiento de los partidos es que haya muchos, que se vallan los más de los chiquitos y que se queden los grandes, algún mediano como el verde y un chiquito como Morena, que en el marco del éxito gubernamental que se suponía con la reforma energética y demás sería siempre mejor tener a AMLO dentro del juego; y aunque no habrá de ser bajo ese cálculo, les resulta peor el descrédito de ganar sin la presencia de la población a sabiendas de que los dados están cargados.
Bajo este esquema, el rechazo de la población a las urnas no es un acto moral sino político, y no está inducido, es el hartazgo no como signo de superioridad moral, no es la izquierda tradicional, ni radical ni moderada, son los movimientos sociales y la gente, y no por apatía, no es abstencionismo por desilusión sino rechazo como protesta política, me viene a la memoria cuando se realizó el primer acto de la Asamblea General Universitaria, a propósito de, en ese momento, la reciente desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, cuando se empezó a decir que no era correcto iniciar paros porque iba en contra del sentido de ser estudiantes, a lo que el representante de Economía respondió desde el micrófono frente a los 5 mil, nomás, que ese día se reunían, “no nos gusta perder clases, pero tampoco nos gusta perder vidas”; sabía de su contradicción pero tenía que asumirla, y en ese momento no era menos político hacer el paro en protesta y reclamo por los normalistas de Ayotzinapa, otra será la cuestión sobre dónde está y hasta dónde llega el movimiento, pero en ese momento no fue un error ni un acto vandálico. Y también de las formas de lucha hay que hablar, y por eso la intención de hacerlo de la mejor manera. (Continúa).

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