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Abren Alejandro y Bruno Bichir la intimidad de su vínculo artístico y familiar

*Padre e hijo promueven El último preso, una obra en la que se involucran también Odiseo y Demián

Daniel Garibay / Agencia Reforma

Guadalajara

Esta dupla de caballeros no niega la pasión que sienten por su profesión histriónica y mucho menos el amor que existe entre ellos. Son el director y actor Alejandro Bichir, sentado en un confortable sillón, al lado de su hijo Bruno.
Uno bebe agua de una botella de plástico, el otro lo mira y sonríe antes de comenzar a recordar anécdotas de su relación en el escenario, pero sobre todo de la manera en que juntos fortalecieron su relación.
De los sitios más recurridos en la casa de la familia Bichir Nájera era una biblioteca en la que Odiseo, Demián y Bruno pasaban horas y horas buscando libros que alimentaran su sed por el arte, todo esto inculcado por sus padres.
Ahí también era el lugar donde las travesuras, tal vez sin planearlas, dejaban huella en las obras literarias.
“Me daba entre pena, tristeza y coraje haber rayado un libro para aprender colores en inglés, muy lindo, había un hermosísimo payaso, era muy atractivo el dibujo, y todo el libro traía dibujos. Me fascinó desde niño”, cuenta Bruno.
“Me llena de nostalgia, de melancolía y de amor que fue siempre, y lo es y lo será, un padre paciente, amoroso, muy sensible y cuidadoso del aprendizaje creativo de sus hijos”.
Alejandro, le da el crédito a su esposa, la también actriz, Maricruz Nájera, quien supo educar a sus hijos.
“Algo que les inculcaba su mamá es que no echaran mentiras y se hicieran responsables”, dice el patriarca, quien recuerda que sus libros comenzaron a desaparecer en la etapa de la secundaria de sus tres varones.
Las carcajadas y recuerdos brotan naturalmente, y sin cesar, pero van 15 minutos de entrevista y la dupla de artistas tiene que seguir promoviendo El último preso, una obra en la que estuvieron los cuatro Bichir involucrados.
“Pasemos a otra cosa, porque tengo ganas de ir al baño”, dice Bruno y su papá le contesta, “ah, bueno… oye, pero si no has tomado mucha agua”, y este le contesta, “mucha agua he tomado”.
“Nunca jamás le podré pagar todas esas mañanas que se levantó –después de los trajines de su trabajo– para revisar un libreto, analizarlo, ensayar, acostarse a las 3 y media de la mañana y levantarse a las 6 para vestir al niño, hacerle de desayunar y llevarlo a la escuela. Me parece impagable y sublime ese amor de padre”, confiesa Bruno.
“Pero debo aclarar”, agrega Alejandro, “que el desayuno lo hacía siempre Maricruz”.
“Pues, no; fíjate que no”, añade Bruno, “siempre, por supuesto, se repartían los trabajos por lo mismo. Bueno, yo me voy a orinar. Padre mío, te amo con locura, eres un dios encarnado. Cuídate, nos vemos al ratillo”.
La imagen es la de un hijo orgulloso abrazando a su papá, quien no deja de reír y abrazar a uno de sus pupilos, con quien en cuestión de horas compartirá escena en un teatro de la ciudad, y después ir a cenar a su habitación.

De papá a hijo

Alejandro: Algo que me dejó admirado de Bruno es que de los tres, él era el más pequeño, me sorprendía que nadie le dijo y él hacía su cama, él mismo se vestía, lo he dicho que aunque se pusiera los zapatos al revés.
Bruno: “Estoy seguro que ese tipo de cosas las vi en ustedes.
Alejandro:Tú lo hiciste por ti mismo.
Bruno: Qué hermoso que lo menciones, que se te quedó en la cabeza, porque además, de alguna forma era relativamente íntimo, era mi cuarto.
Alejandro: Risas
Bruno: Bueno, mi cuarto, que compartíamos los tres. Éramos pobres y compartíamos el cuarto los tres…
Alejandro: “¿Cómo que éramos? ¡Somos!
Bruno: ¡Somos y a mucha honra!

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