Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

  Un relato cachetón / 1

Atento aviso

*Para que los lectores descansen de tanto insospechado arrebato carnal y este pozolero transcriptor disponga de dos semanas de dizque vacaciones, ofrezco un relato en dos entregas. El próximo miércoles 22 volveremos a abrir las páginas de Martín Moreno, ahí donde se refiere a La Güera Rodríguez, La emperatriz jamás entronizada.

Dayana Ros y su gato Pocopelo

…Y ya verás. Un día de estos te voy a hacer un cuento, pinchi gato güevón. Te la pasas ronroneando, cuando pudieras ayudarme a peinar esta horrible peluca que –por si te interesa– después de una noche de antología me obsequió la mismísima Greta, la diva inmortal –cuando ya andaba en las últimas… ¡Pero qué puedes saber tú de la farándula y de las virtuosas que nos dieron patria, gato imberbe e ignaro! Mal bato. Eso eres. Un malbato. Un gato malbato. Te la pasas fregando a tu casera, que si algo odia y repudia es: uno, lavar sartenes nejos; dos: lavar el pipis-rum, por lo mismo y porque me recuerda una que otra madrugada en barandilla, y tres: peinar pelucas todas pedas y con urzuela. Ay no. No sé qué bigotudo dios me condenó a bañarte, a perfumarte… y a tratar de educarte. Aquí está tu estilista, tu manicura, tu zurcidora invisible, pinche gato soñador. ¡Güevonzuelazo… de marca!… Si tuvieras un poco de conciencia te pondrías tu reluciente mandil de mucama y me dirías ¿murrumau, madam?, qué se le ofrece, qué deseo o vanidad puedo cumplirle a la señora de mis peludos entresueños románticos?…, en vez de pasártela rasguñándome las patas. ¡No tengo dedos de estambre, burro!… ¡No empieces! ¡Me estás quitando el tiempo!… ¡Fuera, fuera de aquí!…
Si nomás me mordisquearas, no tendríamos los problemas que tenemos. ¡No, no me vas a obligar a usar zapatos en la casa!… ¡¿No te digo, gatoritín?! ¡Sáquese a pelar chayotes!…
Ya sé que eres sólo un chicuelo, gato bebeso, poquitaspulgas. Había una vez un gato / con los pies de trapo… ¿Vieras que ando contando que tengo un gato? Allá en el salón. Con las chicas. Te califico de minigato y digo que estaba yo escribiendo mi diario en el corredor mientras tomaba el té de las cinco, cuando escuché un maullido medio derrengado, deshilachado y triste, ¿no? Era un gatito chico que estaba a cinco pasos de la mesa. Eso me gustó y lo adopté. No es como los otros, que no comprenden. No entraste a hurtadillas por el patio o las ventanas, a destripar el pan Bimbo y a revolver el bote de basura. A esos nomás les digo: ya dejen de chingar, ¡perros cabrones!… –¡Todos son iguales!, cantara Yuri al borde de un ataque de nervios. No, amigas. Este gatito es especial. Se me paró enfrente y me maulló, sin miedo, moviendo la colita de cariño, y eso me cayó súper. Le di su leche y unas salchichas que nomás se pasó oliendo y que, como segundo gran detallazo de su prosapia y buen gusto, se tragó de un bocado pero hasta después de que pasó la mirada por el patio, la barda y los tejados y de que estuvo seguro de que fue a caer en un hogar pobre pero decente. No es un gato bonito, les digo, está entre gris y beis plateado, creo que su color varía con la luz. ¡Pero si ayer dijiste que era negro!, me reprochan, y bueno, no se me enojen, la verdad es que es una tardenoche envuelta en humo, con dos luceros risueños bajo las pestañas de Loco Valdés. Paquita la del Barrio no entendía y me preguntó si el gato que tanto quería era de peluche, y no sé qué otro vulgar esperpento ranchero se rio y dijo no, manita, una de peluche, pero de este tamaño y bien cabezona, es lo que esta borracha necesita para dejar de andar pensando tanta pendejada…
¡Ándale pues, endino!… Si tanto quieres, ¡súbete al espejo! Órale, mano. A lo mejor mirando cómo se arregla una estrella para su show nocturno aprendas modales y uno que otro truquito para verte más presentable y menos arrabalero. Y no te hagas, te lo estoy diciendo a ti, ¡distraidito!… Cuando llegaste no eras más que un condenado embrollo de pelos y lama de pantano, los bigotes llenos de telarañas porque no habías comido desde que te perdiste, si es que te perdiste, si es que no tenías a nadie, tontuelo, comecuandohay, felino despistado y corriente. Aquel joven y agreste gatillo salió de su casa en la montaña una noche sin luna y perdió rumbo, y de pronto se vio en los recovecos de la sombría y cruel ciudad. Clásico inicio de un verdadero betséler. En el mar de tejas y concreto se dejó llevar por la única luz que estaba prendida a esas horas en toda la manzana, y así fue como el destino hizo que se encontrara con quien empezaba a darle su buena estropajeada a esta peluca de plata. La estiramos… ¡y ahí está! ¡Serás un gato ilustre, muchacho alegre! Tan famoso que ya no me vas a querer maullar cuando me encuentres puteando por ahí. ¡Un aristogato, tú!… Voy a tener que pintarte unas uñas muy sicodélicas y que ocultar tu origen plebeyo, porque Chava el vecino ya me contó que también estuviste en su casa, dos largos días, ¡hazme favor!… Te salvas porque eso fue hace más de un mes. Y no te reprocho tu onda ocasional con Chava porque nunca los peleo, yo se los dejo; si son ellos los que se van, con mucha mayor razón los mando a la chingada. Le dije a mi hermana que te hiciera un suéter, con rayas de colores, muy coqueto, y ya te lo está tejiendo. El minino ya no se quiere mudar, mana, está encantado. Nos llevamos muy bien, fíjate, ve tele conmigo, me acompaña a ver las telenovelas y a abrir la puerta y sabe lavar trastes y hacer trutrú. Por el momento tu güevonería es un secreto. Ay carnalito, dice nomás mi hermana. Le dije: cuando voy a la tienda el gatito me espera sentado en la ventana de la casa. Como le traigo las croquetas que le gustan levanta las patas y me invita a bailar. Y bailamos un rato.
Ay carnalito, te voy tejer el dichoso suéter pero creo que te estás volviendo loco, me dijo mi hermana, ¿tú crees?
Y ahora sí, ¡abusado, porque la cosa va a empezar!… ¿La cara bien limpia, como bastidor?… ¿Los instrumentos de trabajo listos y a la mano?… Vamos prendiendo este foco de ciento cincuenta guats. ¡Jesús, un huevo duro!…
Antes de que tuviéramos el gusto, todos me parecieron locos y procaces… A ti todavía no te encuentro lo demente ni lo estúpido, no sé por qué. Y mira que ya sé cómo te me restregas en el empeine, y en la pierna, y me han dicho que alguna noche te vieron con la banda de felinos ordinarios que corretean en las azoteas. ¿Sabes qué te falta, pequeño? Bueno, yo te lo voy a decir… yo te lo voy a decir.
Pero… luego, ¿de acuerdo? Ahorita vamos contra reloj. Ahorita eres pura y vil investigación, un bonche de preguntas peludas. Una ternurita pendeja, pero ternura. Después los ojos se te van a poner más duros que tus huevos. Si quieres, nos divertiremos un rato. Ya te veo prendiéndote un puro como Juan Orol de padrote elegante pero sin tus ronroneos de Pedro Infante borracho y cariñoso. ¡Escúpele por el colmillo a tu chingada madre, desgraciado, conmigo no vas a jugar! Eso nomás les digo. Me largo sola, pero volteo y si quieres jugar conmigo –se los canto, derecho–, verdá de diosito lindo que, cuando menos te lo esperes y como que me llamo Dayana Ros, te juro que cuando esté durmiendo voy y te rompo la madre.
Hoy no pude venir, Dayana, no tuve tiempo, vas a aprender a decir, aunque te hayan visto en cualquier otro congal empedándote con otra. ¡Ay dios mío, que babosadas estoy haciendo!… A ver, ingrato, bájate tantito que tengo que delinear al máximo esta ceja diabólica.
Así. Así… Con cuidado…
¡Y listo!
Ahí te va la otra.
Cuando te vea aparecer en la barda del patio con tus orejas picudas de Batman vas a maullarme: quiúbas, ya llegó tu pioresnada, tu chafirete, tu matalascallando, tu perdóname u olvídame, negra linda…
Increíble pero va a ser necesario que me dé otra limpiada de crema, la ceja me quedó como de madrastra de Cenicienta… ¡Que no quede huella, que no, que no!… ¡Y ya, aléjate de los hilos! Carajo, mira lo que haces… y pregúntate si es justo. ¿Qué no ves que no tienes sirvienta, pinche gato mamón?
…Estás… en pleno… temblor … ¡y no te hincas!
Brrr.
Brr-rrrbr…
Y –creo– ¡ahí está!…
Ahora el batidillo de polvos mágicos. Este era un gato… pato.
Este era un gato enamorado de un plumero, al que confundía con una gata encantada. ¡Ay qué hermoso sonó eso! Te voy a quitar los pies de trapo, pero voy a dejarte los ojos al revés…., y ahí va…, la línea curva… como paraguas sobre las dunas… del Sahara. ¡Del merito Sahara, si quieren!…, ¡pero con buena nalga, jodidos!
…Lo malo, aquí, es que termino mordiéndome la panza, quiero decir la lengua, y me desespero. Me niego a tomar chelas, que es lo que más invitan en el antro. Lo malo es que hasta los jaiboles me inflan la barriga. Con la colitis nerviosa que tengo. ¿Y las lonjas?… Ay no, ¡por dios, a este paso la Alex va a acabar por darme el papel de la Tariácuri…: éste es el corrido… de María Mendoza, que salió una tarde… ¿Te imaginas a Dayana, la enigmática centella de azúcar morena venida de las mismísimas goteras de Nueva Orleans, la cachonda y delicada Dayana Ros gritando como loca ayayayayay, ¡no te rajes, Jaliscú!? ¡Ni madres, qué!… Acá… lencería fina, cachonderías de azúcar. Insinuadota, coqueta y sensual de por sí, pero sin falsedades, dígaselos distinguido maestro de ceremonias, dígaselo a mi comadre Alex y a toda la bola de pinches viejas envidiosas, dígaselo al público que abarrata la pista de leones. Dayana pela mínimamente los dientes, vuelve el rostro como si el mismo Eros le hubiera computarizado los movimientos de su pescuezo de cisne mítico con los de su delicada cadera de odalisca recién bajada de un barco de esclavos… musicales: …¡la banda de Beny Moré aporreaba bonito los timbales y Luis Amstrong le soplaba a las velas con su trompeta!… Una abertura enseña pierna, otra algo de chichamento. ¡Lo demás es pura alma, gatito ingrato, hijo de la aventura!…
Grato ingato. ¡Ya parezco tu biógrafa –encajoso!…
Claro que en cualquier cosa que pudiera escribir sobre ti, a mí me corresponde el papel estelar de maniquí de La Parisina Costeña, falda ancha, con el estraple casi desnudo y encarnavalado desde los pezones hasta las orejas. Tú de etiqueta estricta: pareja tan elegante y distinguida no se había visto en este lugar, estimados amigos, queridos televidentes, público por venir. A Don Gato le faltaban las mancuernillas, pero pues -¡oiga usté!- ya sabemos que a él le basta con su moño de pelos almidonados y brillosos para desplegar toda su jovial e impactante personalidad. Tan monísimos resultaron aún sus malos modales que cada que la sombra blanca de su peluche gris olisqueó la serpientilla de los tentempiés, con un sólo movimiento de bigotes ensamblaba la sensualidad y el azoro de la concurrencia, que -¡oiga usté!…- terminó echándolo patas parriba, para admirarse como, por más volteretas que diera en el aire, el ingenioso y aristocrático gato no sabía más que caer de pie…

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