Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Aurelio Peláez

Y tú qué sabes del amor… o de las primeras bodas igualitarias en Guerrero

La convocatoria del gobierno del estado hablaba de lo que pasaría la tarde este viernes en playa Hornos, eran “matrimonios igualitarios”; la lectura obvia, refería que se trataría de casamiento entre personas del mismo sexo. La oficial del Registro Civil 48, Sara Luna, dio un toque más que afortunado al pastel que coronó el acto, era la boda de 20 parejas entre “minorías eróticas”. Un ocasional disidente, un maricón, que los diccionarios de la lengua española también equivale a miedoso y cobarde, gritó desde lejos: “¡puñales”!, y luego corrió, corrió y huyó.

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Una carpa con vista al mar. Cita desde las 5 de la tarde en el restaurante El Anzuelo, que alguna vez fue propiedad del periodista Pedro Huerta Castillo, padre de la actual coordinadora del Registro Civil estatal, María Inés Huerta Pegueros. Se entra por el restaurante y se sale a la playa, donde en un escenario ya listo, entre adornos de listones del color del arcoíris, los futuros contrayentes esperan la llegada del gobernador Rogelio Ortega y su esposa, la académica y activista por los derechos de las mujeres, Rosa Icela Ojeda. Como todo político que se dé a respetar, llega una hora después, aunque eso ya se sabía.
El acto, la primera boda gay en Guerrero, concentra a medio centenar de periodistas, cuya cultura civil, la de la mayoría, no desentona con la de la clase política local, tan atrasada y tan jodida:
–¿Trajiste a tu novio, güey?
Qué falta hacía el Opus dei o algo así.

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Igor Petit (Manuel Castillo), periodista chilpancinguense, derivado en activista por los derechos homosexuales, me dijo hace algunos años:
–Gracias por apoyar al movimiento gay.
Hice repaso y no recordé haber hecho nada, salvo que en 1988 en una manifestación a favor de la campaña presidencial de Rosario Ibarra de Piedra, por el PRT, nos encontramos mi amigo El Tovarich y yo en medio del contingente gay durante la caminata que salió de la Plaza de las Tres Culturas, en la ciudad de México, y nada hicimos por salirnos. Después llegó el sida. Se murió mi amigo Alejandro Ávalos y mi hermano Luis Daniel, y esa alegría por la reinvindicación de los derechos homosexuales ya no la volvimos a ver en muchos años.

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Si algo debe pesar en la vida de Igor Petit son sus collares. No su activismo desde hace 35 años o más, cuando dice, en un periódico de Chilpancingo se cabeceaba con notas principales hablando de dramas de “jotos” y “lilos”. “A tí también se te tira el tepache, manito”, le reprochó al director del diario ese. Recuerda que incluso, por allá de 1990 el entonces alcalde de Chilpancingo, el priista Efrén Leyva Acevedo mandó a expulsar de una colonia, la CNOP de Chilpancingo, a dos jovencitos enfermos de sida, un periodo de ignorancia sobre la enfermedad, aunque asegura que luego rectificó, como muchos otros políticos.
El pragmatismo de Igor desde entonces da de qué hablar. Ya aparece lo mismo al lado de un gobernador del PRI o del PRD, que de algún diputado equis. Pareciera a veces oportunismo, pero Igor –quien hace algunos años se casó, pero no en Guerrero– precisa: “yo no pertenezco a ningún partido, no soy de nadie”.
Y ayer, era el aliado indispensable para Rogelio Ortega –quien lo ratificó como coordinador para la Atención a Grupos Vulnerables– en esta medida que de alguna manera lo trasciende: “mis respetos”, le dijo Igor durante la ceremonia al gobernador. Ya ahora, cuenta en corto, hay respeto para los gays, de la policía, de la sociedad. “Ahora los que debemos cambiar somos nosotros, comportarnos”, cuenta en términos generales. “Respetarse, rescatar lo rescatable”, asegura, acariciando los dos kilos de piedra que trae como collar.

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A Rogelio Ortega la decisión de sacar adelante las bodas igualitarias –y sin la modificación del Código Civil que las avale– quizá lo trascienda y le dé para la posteridad cierta aura de estadista. Pero no tenía nada que perder. Gobernador interino y luego sustituto, el cargo le cayó no del cielo sino de una llamada telefónica luego de que en la Presidencia de la República concluyeron que sería el que menos daño le haría al estado, tras que en noviembre del 2014 se forzara la salida de Ángel Aguirre Rivero, como corresponsable de los hechos de Iguala, cuando desde septiembre del año pasado se encuentran desaparecidos 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa.
“El Doctor” Rogelio Ortega dejará el cargo en octubre sin haber creado propiamente un grupo político que lo trascienda fuera de la UAG. Entregando el changarro se regresa a su curul –perdón, su cubículo– en el Instituto de Estudios Políticos Avanzados (IEPA), que técnicamente caciquea, y al inframundo de la grilla universitaria, a pelear a cuchillo con el actual rector Javier Saldaña por definir al próximo rector. No teme el costo político de la medida, como Andrés Manuel López Obrador, cuando fue jefe de gobierno de la ciudad de México, porque no tiene futuro político fuera de la universidad. Puede comprometerse por una Ley de Amnistía, por la libertad de los presos políticos, calificar de bandida a la policía y reanimar financieramente a la normal de Ayotzinapa –tan ajena a la clase política–, porque no asumirá ninguna represalia política de los políticos homofóbicos.
Ya se puede quedar con la semi despedida que le dio la coordinadora del Registro Civil: Con él –dijo–, cuando se pensaba que no iba a haber elecciones, las hubo; cuando se creía que iba a haber guerra, pacificó el estado. Pacificó, aseguró, el Guerrero Bronco.
Ojalá no se lo crea.

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La seguridad con la que Lulú Sánchez y Abril Valdovinos irrumpen en el restaurante El Anzuelo llama la atención de la prensa que espera la realización de las bodas. La primera, de un bien y corto traje negro: pantalón y saco, y ella, de vestido blanco. Una de 22 y otra de 24 años. Los reporteros van en su caza y acceden a cuanta entrevista se les pide, sonriendo. Son pareja desde septiembre del año pasado y ya viven juntas. No, las familias de ambas no agarran todavía la onda. No, de ninguna de ambas nadie vino a la ceremonia. Sí, esperan tener un hijo propio, no adoptarlo, sino propio. Sí, querían casarse desde hace tres meses, iban a ir a la ciudad de México, pero se dio lo de acá.
–¿Conocen la Epístola de Melchor Ocampo?
–¿Eh?… ¿No, qué dice?
–Que el matrimonio es para siempre –les digo.
–Sí claro, está bien, dice una.
Mejor que no la conozcan, dice uno de esa medida de hace siglo y medio que recién se derogó oficialmente en 2007, pues algunos jueces decimonónicos aún se las restregaban a los contrayentes. Uno recuerda algo y luego busca una frase precisa en Wikipedia.
“La mujer, cuyas principales dotes son la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y la ternura debe dar y dará al marido obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe a la persona que nos apoya y defiende, y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí mismo propia de su carácter”.
Mejor que la ignoren.

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El presidente municipal de Acapulco, Luis Uruñuela Fey, con esa escrupulosidad del abogado, no asistió a la boda porque el Congreso local no reformó el Código Civil hasta antes de ayer, para acatar una jurisprudencia de la Suprema Corte de la Nación, que considera inconstitucionales los códigos civiles estatales donde el matrimonio se entienda como la unión hombre–mujer para procrear.
Sucede que a los diputados locales también se les hizo una falta de cortesía que el gobernador enviara apenas este lunes 6 la iniciativa para ajustar el Código local al ordenamiento de la Corte. Se toman su tiempo, se molestan, se chocantean, se indignan por la falta de respeto a su investidura, esa que sólo se mueve para aprobar fast track los paquetes fiscales previo bono ablandador del gobernador en turno, eso dicen.
En este puerto, donde la pederastía hace de las suyas y la prostitución es cosa integrada a la vida cotidiana, las autoridades se molestan por minucias.

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Bodas gay, o al menos un montaje parecido, siempre se han dado en Acapulco. Así lo dijo la chef Susana Palazuelos, una de las madrinas del acto –la otra lo fue la delegada de Profepa, Maricela Ruiz Massieu, quien discreta observó de lejos– durante su participación en la ceremonia. Luego se tenían que ir a la ciudad de México para oficializarlas, pero por lo menos, escenografía hubo y a orillas del mar, desde hace 30 años. Diversas oradoras hablan de la reivindicación de este derecho. Larga y tediosa ceremonia, como debe de ser. Los mariachis esperan, ya recibieron al gobernador con una Diana. El bufet aguarda, unas galletitas que pasan por ahí al final como un suspiro.
Hay sonrisas, abrazos, miradas entre los contrayentes. Igor habla de personajes que se reivindican en su sexualidad desde sus cicatrices. El gobernador también se refiere a esa historia de cicatrices y de ese futuro en donde esta cultura se instale en la vida cotidiana. Desafía a los políticos locales, pero no tanto. Se actuó con justicia, dijo. Es un acto revolucionario, sostiene quien hace treinta y tantos años hablaba de la toma del poder por la vía de las armas. Hablaba, porque Lucio lo bajó de la sierra, no agarró el arma.
El gobernador políticamente correcto da el banderazo entonces y empieza la entrega de documentos protocolarios, que en algún momento tendrán validez, a los contrayentes. Mariachis, aplausos, selfies.
Uno a uno van pasando las parejas a recibir su documento y la felicitación del gobernador, su esposa Rosa Icela Ojeda y demás padrinos.
–¡Beso, beso! –gritan los asistentes, amigos de las parejas, porque propiamente, no se vio que los acompañaran familiares; a saber, padre, hermanos o tíos.
–¡Beso, beso! –y algunos lo evaden, tímidos. Otros se explayan, felices.
Acá abajo uno anota. Pienso en mi amigo Álex Avalos, en las tertulias del café Astoria hace veintitantos años y en el consuelo que le daba a uno cuando andaba sufriendo de amores.
–Ay amigo, y tu qué sabes del amor si nunca has besado a un puto.

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