Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Aurelio Peláez

Historia de un dealer y ciertos  paisajes : Se está haciendo tarde (final en la laguna), de José Agustín

“En realidad no debería vender mota, para evitarme esos pedos. Claro que alguien tiene que vender la mota, pero ¿por qué yo?”.
Quien habla es Virgilio, así a secas. Homónimo del poeta romano que guió a Dante por el infierno, en La Divida Comedia. Pero el Virgilio de la novela del paisano José Agustín, Se está haciendo tarde (final en la laguna), es un dealer y guía a su protagonista por el Acapulco de principios de los setentas del siglo pasado, un Acapulco ya mitificado, pero también ya decadente, según narra.
La novela anda ya ahora por los 42 años de vida y según el crítico literario Cristopher Domínguez, se trata de su obra maestra, publicada antes de sus 30 años. Pero sobre todo, es una obra bien vigente

***

Este 26 de junio pasado murió en Estados Unidos a los 75 años de edad Gustavo Sainz, cuya novela propiamente primera y que lo trascenderá, Gazapo, cumplió 50 años de editada este 2015. Cuatro años más joven, el paisano José Agustín llega el próximo 19 de agosto a los 71, y publicó su primera novela, La Tumba, un año antes que la de Sáinz, y la segunda, De perfil, dos después, en 1966. También habría cumplido 71 Parménides García Saldaña, quien murió en 1982 a causa de excesos varios: drogas, alcohol… En 1968 publicó Pasto Verde, y en 1970 El Rey Criollo.
(Satisfaction, la mítica canción de Rolling Stones también ronda ya los 50).
Sainz, José Agustín y Parménides serían la parte esencial de ese grupo que la crítica literaria Margo Glantz definió a principios de los setentas del siglo pasado como el de la Literatura de la onda (influencias de la nueva literatura gringa, rock, blues, lenguaje antisolemne), etiqueta de la que Sainz siempre abjuró, como también lo hizo de la vida literaria y cultural mexicana, pues se pasó las últimas tres décadas dando clases en universidades estadunidenses, en donde cayó en el olvido, minuciosamente labrado por él, cuando se le tenía como uno de los escritores más prometedores del país.
En tanto, Parménides quedó en el camino.
De esa generación, José Agustín se mantiene vigente, aunque con una carrera de sobresaltos: precoz, intensa, madura, y a veces irregular.

***

Ser dealer en Acapulco en los setentas era más que andar de colocador de mota o ácidos. Implicaba ser un Virgilio, un guía por los lugares más recónditos del puerto. Los gringos regresaban de la guerra de Vietnam, el mundo de las fallidas luchas estudiantiles y juveniles por cambiar el sistema; el mundo –el occidental al menos– tocado por la subcultura del rock, las drogas, la libertad sexual, el cine, la cruda de la lucha contra los imperialismos yanqui y ruso, el viaje a la luna, los Rolling Stones, que tanto le gustaban a Parménides y José Agustín. Y en el puerto recaían estos vecinos de esa bonanza de dólares.
El protagonista de la novela es Rafael, un capitalino, que se toma un break en su vida, y viene en busca de su Virgilio de Acapulco, es que tantas veces le rogó en el DF que le llegara a visitarlo por acá:
“Un día que se vio con dinero extra (no mucho), consideró que debía ir a Acapulco… Además, el mundo de Virgilio era fascinante. Mujeres que se a-cos-ta-ban a la menor provocación, mucho ruido, brisa fresca, Acapulco Gold, pieles bronceadas, lentes oscuros, sol radiante”.

***

Las primeras dos novelas de José Agustín, La Tumba y De Perfil, ya lo habían colocado dentro de la vida literaria mexicana. Eran, como Gazapo, dos trabajos que escarbaban en la sique de los jóvenes.
La suya fue una fama precoz, en un entorno cultural que se rendía ante ese personaje de México para el mundo que era Carlos Fuentes, este escritor enteramente profesional que aportaba a la literatura La Muerte de Artemio Cruz (1958) y La Región más transparente (1962).
Los otros dos grandes contemporáneos, Juan Rulfo y Juan José Arreola, sobrevivían, el primero refundido en trabajos burocráticos, y el segundo como corrector y editor de revistas y haciendo mesitas de ping pong.
Carlos Fuentes sería el primer escritor profesional de referencia en este nuevo México pos revolucionario y presumiblemente moderno y el modelo a seguir por el joven José Agustín.
No en balde el incombustible Parménides García Saldaña, irrumpiría en las fiestas y cocteles exigiendo su tequila y pidiendo su canción, al grito de “soy Epicuro Fuentes, sobrino de Carlos Fuentes”. De hecho, Fuentes sería el padrino de este grupo que no adoptaría como tal Arreola, “para él, yo escribía de la chingada”, decía José Agustín, que fue su discípulo en el Centro Mexicano de Escritores en 1965 o algo así.

***

“Esta historia de verdad se inicia en Caleta, que con Caletilla vivió momentos de gran prosperidad en la década de los años cincuenta… (Ahora) En Caleta y Caletilla, sólo vacacionistas de Semana Santa”.
“A principio de los setentas algunos turistas adinerados y su cortejo de aventureros y codiciosos volvieron a Caleta. Allí no va nadie, hayquir….
“(Virgilio) encontró allí su medio natural. Virgilio tenía 24 años y se sostenía vendiendo mariguana y drogas sicodélicas en pequeñas cantidades a hippies y aventureros”.
A veces iba al DF a conectar, y también a vender. Ahí conoció a Rafael, a quien le vendió su Acapulco.
Rafael, lector de cartas y café a señoras de la clase media en la zona turística de la ciudad de México –“que le causaba remordimientos”– decide en un momento de dudas existenciales venirse al puerto. Imagina la casa de Virgilio: “no muy grande pero junto al mar, con hamacas y (posiblemente) techo entejado y un jardincito (no muy grande) lleno de flores y algunas plantas de cannabis (¿sativa?)”.
Llega muy temprano en un camión de la Estrella de Oro. Camina por el Zócalo, se aburre. Toma un taxi buscando la casa de Virgilio, que toma una dirección que se aleja del Centro. Por Mozimba. El chofer se pierde,  aunque por la descripción de la novela la ruta es por la Jardín o algo así, por que se mira la vista de Pie de la Cuesta: “¿Y la casa de Virgilio? La veredita había terminado y frente a ella sólo había dos paredes improvisadas con ladrillos y otras dos que atestiguaban la presencia de una vieja construcción. Techo de palma. A la derecha un cubículo de ramas. ¡Ese es el baño¡ Ésta no es casa. Es la construcción de la decadencia, oh Dios, no es posible”.

***

José Agustín colabora en la revista Claudia por ahí de 1965, invitado por Sainz y quien lo presenta al maestro Vicente Leñero, de quien agarró el oficio. De ahí José Agustín le agarraría el gusto a esa parte de lo periodístico que lo convertiría en de un divulgador del rock y de la literatura. Más tarde La revista Piedra Rodante tuvo en él a una de sus principales almas, y de ese periodo nace La Nueva música clásica. En 1968 publica Inventando que sueño (1968), un libro de cuentos enteramente roquerísimo, pero a la vez de homenajes literarios, como que arranca con una cita de Los Doors, pero a la vez, uno de sus personajes se llama Olivera, como el Oliveira de Cortázar en Rayuela, y la Raquel-Requelle, es una alusión de Michelle, Ma belle, de Los Beatles. Fue además como el ensayo de experimentos literarios que antecede a Se está haciendo tarde, cuyo inicio fecha en 1970, y su conclusión en 1972, en la cárcel de Lecumberri, donde estuvo preso varios meses por un leve problema de portación y/o consumo de drogas.

***

“En realidad no debería vender mota…cuando empecé a dilerear a madres, a darle al canijo petróleo, me sentí un mesías regular: estaba pasando a tochos, según pensaba yo, el aliviane por una corta feria. Pero si ahora estoy seguro de algo es que no se debe comerciar con estas ondas… deberíamos hacer la revolución. Ratattattat, ¡abajo, perros azotadores, envenenadores de la mente del pueblo¡ ¡Chinguen a su madre burfresas¡ Aguantaría la revolución, pero todos somos unos culeros y muy habladores. Yo al menos, en cambio, Genaro Vázquez partiéndose la madre muy calladito… La neta es que valgo madre, soy un pinche huevón, debería trabajar. Pero cómo…. Y no es que yo sea sacón, pero ya pasé la época de los putazos, ahora puro peace & love chavo”.
“Todavía hace cuatro años, yo tenía veinte, cargaba una cuarenta y cinco reglamentaria y a más de un cabrón le rajé la cabezota a cachazos. Gracias a Dios no me eché a ninguno”.

***

Esta historia comienza pues, en Caleta, donde tras bajar del cerro, Rafael y Virgilio ya ablandados por unos toques de mota, se disponen al disfrute en la playa. Rafael, sobre todo, esperando a las prometidas amigas de Virgilio. Entre las varias en su campo de visión, llegan dos gringas: “¿no era esa la anciana? ¡No puede ser, por qué por qué! ¡Dios mío, sí es!”.
Las historias que se suceden desde ahí, son de una velocidad vertiginosa, dirigida por la técnica narrativa de José Agustín; sin capítulos de descanso y sin que se vacié la copa de vodka o se acabe el cigarro de mota. Las gringas, Gladys y Francine, y Rafael y Virgilio, se lanzan en un rol donde el protagonista es el juego verbal, el rollo profundo del viajezón y del pasón por drogas, con escenas de persecución de agentes de tránsito estilo Bonnie y Clyde (entonces las cosas no resolvían a balazos), y con final en la laguna, de Coyuca. Una estampa del Acapulco de los setentas con un dejo de nostalgia de ese puerto otrora pacífico que tenía como un atractivo cultural la producción de la Acapulco Gold, dicen por cierto que ya es una especie ya extinta.

***

Apenas el año pasado el Congreso local le impuso al acapulqueño José Agustín el reconocimiento Sentimientos de la nación. Quizá llega tarde en el sentido que una vez declaró el fallecido escritor José Emilio Pacheco, para quien éstos, y en particular si vienen acompañados de algún estímulo monetario, deben llegar antes, cuando hay juventud, no ya que estos sólo sirven para comprar medicinas. El acto no fue acompañado de un relanzamiento local de su obra, muy vigente. Y a saber si los diputados lo habían leído.

***

“¿No te puedes quitar la pésima costumbre de hablar en inglés?, preguntó Francine exagerando al máximo su acento. ¿Eres o no mexicano?
Soy de Acapulco, lo demás vale verga…”.

468 ad