Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Alcaldes de Acapulco (XX)

Faustino Liquidano

Siendo Benito Juárez presidente de la República y gobernador de Guerrero el general Vicente Jiménez, asciende don Faustino Liquidano Doria a la alcaldía de Acapulco. Corre 1859. Año en el que, además, Liquidano “toma estado”, o sea, se casa. No para darle al puerto una “primera dama”, que tal dignidad no existía entonces, sino porque cumplidos los 30 no quería ser objeto de sospechas maliciosas. Doña María de Jesús Dimayuga, con diez años menor, le dará a su debido tiempo, y no antes, una hermosa criaturita.
El cura párroco de La Soledad, don José Guadalupe Andrade, bautiza a la niña con el nombre de Eleuteria corriendo el bolo a cargo de sus padrinos, doña Marinita Salas y don Andrés Saucedo.
Una vez entregadas las riendas del municipio y en premio a su magnífica administración, don Faustino es nombrado funcionario de la Aduana Marítima de Acapulco. Le toca en ese cargo vivir la invasión francesa cumpliendo una arriesgada e incluso valiente misión. La de proteger los caudales aduanales de la rapiña de los zuavos desalmados. Los transporta secretamente a un sitio solo conocido por él en la hacienda de La Sabana, donde permanecen hasta que la escoria franco–angelina abandona el puerto. Entonces Liquidano va por el tesoro para devolverlo a su lugar, hecho comentado ampliamente por los acapulqueños. A nadie, por cierto, extrañará que en aquel caudal no falte ni un miserable tlaco (moneda de dos centavos). O tiempos, o mores.
Eran tiempos aquellos –hoy, absurdos, impensables–, en los que se premiaba la honradez y la decencia. Las virtudes acrisoladas de don Faustino lo llevarán de nuevo a ocupar la alcaldía de Acapulco en 1864. Dos obras suyas serán, una, el empedrado de la calle que comunicaba la plazoleta Zaragoza con el palacio municipal (Roberto Posada ). Plazoleta hoy de Juan R. Escudero porque fue asiento del hogar de los Escudero-Reguera. Y dos, la canalización de algunos de los muchos arroyos que, bajando de los cerros del anfiteatro, provocaban graves inundaciones en el centro de la ciudad.

Los Liquidano

Un primer Liquidano había llegado al puerto a finales del siglo XVII, procedente de Manila, Filipinas. Será la simiente de una amplia dinastía que incluye a los cronistas Lorenzo Liquidano Tabares y Francisco Eustaquio Tabares, cuyos textos serán actualizados hasta el siglo XX por el propio Faustino y su hija Eleuteria. El cronista Alejandro Martínez Carbajal los rescata y les da forma para editarlos en 1964 con el título original de Memoria (de Acapulco).
Ramas de aquellos troncos descollaron aquí en educación y deporte durante el siglo pasado. Entre ellas las formidables educadoras Rosaura (Chagua) y Sara Liquidano, quienes enseñaron en sus propios domicilios el abecedario a miles de párvulos acapulqueños. Por su parte, Herlindo Liquidano será eficiente entrenador de softbol femenil logrando coronas locales y nacionales para Acapulco. Hoy mismo, Evert Liquidano, amiga muy querida de esta Contraportada.

El primero de enero

El día primero de cada año se iniciaba una administración municipal para cumplir un ejercicio único de 365 días, costumbre subsistente hasta que se dictaron leyes contrarias. Dirigidas éstas casi siempre a empatar periodos de gobierno entre los diversos poderes. A propósito, todavía a finales del siglo XIX se mantenía inalterable una vieja y singular costumbre para despedir el año viejo y dar la bienvenida al nuevo.
Al sonar las 12 de la noche del 31 de diciembre, las familias devotas se arrodillaban y rezaban 33 credos en conmemoración de los 33 años que vivió Jesús, agradeciéndole desde luego los favores recibidos. Acto seguido cada miembro de la familia encendía una vela bendita que ardía por el resto de la noche. Al día siguiente se celebraba la “rifa de santos”. Hombres, mujeres y niños sacaban de una urna una ficha impresa con uno de los 365 sanos del calendario. El nombre obtenido sería el patrono del agraciado y no necesariamente el nombre propio.
Era el 1 de enero, además, un día de riguroso estreno de ropa y zapatos para chicos y grandes. Vestida elegantemente, la familia solía salir a visitar a parientes y amigos llevando obsequios llamados genéricamente “aguinaldos” .

Escuela para niñas

El alcalde Ángel Moncada inaugura en 1868 la primera escuela oficial para niñas de Acapulco bajo la dirección de la maestra fuereña Hipólita Orendáin de Medina. El ayuntamiento ha alquilado para albergar a la institución la casa de don Alberto Martínez, en la calle hoy 5 de Mayo, enseguidita de la casa Alzuyeta. Quién sabe cómo le haría la maestra Orendáin, el caso era que sus alumnos gozaban ya entonces de los extraños personajes de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, editado tres años atrás.

La matanza del templo

Gracias a las oportunas órdenes del alcalde del puerto, el jefe de la policía Francisco Mejía logra evitar una carnicería mayor en el templo protestante de San José, en la Calle del Fuerte (hoy Morelos), a la altura del actual Palacio Federal. Un lugar de oración católica durante dos siglos que es abandonado en señal de protesta por las Leyes de Reforma. El judío Henry Kastán vende el edificio de su propiedad a un grupo presbiteriano recién fundado en el puerto. Aquí empieza y termina todo.
La hermosa acapulqueña Silvia Leyva (¿hay de otras?, preguntaba Agustín Ramírez), arma una revuelta familiar cuando anuncia que se casa en el templo presbiteriano de San José y no en la parroquia de La Soledad. Su argumento es contundente: su novio, el estadunidense, Jimmy Morrison, es protestante. Las voces airadas que hablan de sacrilegio y amenazan con el castigo divino invaden los callejones del Rincón (hoy barrio de La Playa). A ellas Silvia responde, contundente: “El amor no acepta el escrutinio de los necios”, frase no leída en La Biblia pero sí quizás en La Dama de las Camelias.

Jorge Joseph Piedra

La siguiente es la narración de lo sucedido escrita por Jorge Joseph Piedra, periodista y ex alcalde de Acapulco (En el viejo Acapulco).
“Era la mañana del 26 de enero de 1875 en el templo protestante de San José. El pastor Alejandro Carmona da principio al ritual para unir en matrimonio a Silvia y a Jimmy, postrados ante Dios.
De pronto irrumpe una turba de indígenas armados con machetes y garrotes encabezada por Cirilo Valdez quienes, en el momento en el que pastor declaraba marido y mujer a Silvia y a Jimmy, le arrancó de un machetazo la cabeza al novio, misma que dio dos botes al caer aún con los ojos parpadeantes. El cuerpo decapitado dio un paso y cayó lanzando chorros de sangre. Otro de los indígenas le partió la cabeza al pastor Carmona y uno más “abrió en canal” de un machetazo el cuerpo de Silvia.
El resto de la turba se lanzó contra los aterrorizados feligreses, repartiendo mandobles con sus afilados machetes y garrotes que también mataban.
La masacre no continuó por la oportuna intervención de Pancho Mejía, comandante de la policía municipal, auxiliado por la tropa acantonada en el fuerte de San Diego. Cirilo y su gente no fueron molestados.
En el piso quedaron los cadáveres de Jimmy, Silvia y Carmona y dos personas más. De los nueve heridos reportados, dos murieron esa misma noche.

Otras versiones

Los periódicos de la época, Siglo XIX, El Monitor Republicano y La Voz de México, editados todos en la ciudad de México, dieron versiones del suceso con base en la información oficial.
“A las ocho y quince de la noche (no en la mañana como apuntan las crónicas locales) más de doscientas personas irrumpieron violentamente en la capilla de San José, de la iglesia presbiteriana, y del violento saldo informa el comandante de la policía (Francisco) Mejía en un comunicado que remite el ministro de Guerra.
“Informa que “fue alterado el orden en la población por un ataque que gente del pueblo, armada de machetes y rifles hizo al templo evangélico”. Relata que tras realizar las diligencias correspondientes “se recogieron cinco muertos y once heridos” Entre los primeros estaba Henry Morris (Jimmy Morrison en la versión porteña), respetable caballero con residencia en Boston, que deja una viuda y varios hijos”. Documentos de la iglesia presbiteriana contabilizarán más tarde un total de 15 muertos en lugar de los cinco oficiales, seguramente heridos en el acto que luego fallecieron).
La ceremonia sería oficiada por el misionero americano Merril Hutchinson, pero al ser reportado enfermo lo suple el pastor Procopio C. Díaz (Alejandro Carmona en la versión local). La esposa de Procopio, dice un testigo, lo defiende de sus agresores disparando una pistola que saca de su “tirincha”. Mata a uno y hiere a otro. Procopio, no obstante, recibe catorce machetazos, dos de ellos en la frente, perdiendo además los dedos segundo y tercero de la mano derecha”. El pastor dado aquí por muerto sobrevivirá 20 años, sirviendo a su iglesia.

Católicos, ¿culpables?

El ataque, al decir de la iglesia presbiteriana, fue ejecutado por la grey católica acapulqueña azuzada por el sacerdote Justo Nava. “Era público y notorio –sostiene–, que en sus visitas a los pueblos, Nava repetía a los indios que pronto perderían a Acapulco y todo por culpa de los protestantes. El propio sacerdote proclamaba que Dios se le había manifestado facultándole para conceder 20 mil indulgencias y la salvación eterna a todo el que matara a un protestante”.
Ni los medios capitalinos en su momento ni los relatos posteriores por parte miembros de la iglesia evangélica mencionan a la banda criminal de Leonardo Valdez. La integraban medio centenar de indígenas del poblado de Carabalí, de esta misma municipalidad. Se dedicaba, como toda banda respetable, al crimen y al pillaje pero también hacía trabajos políticos. Uno de ellos, someter por la buena o por las malas a grupos antagónicos al gobierno. Nadie en Acapulco dudaba de la autoría del crimen por parte de Valdez y los suyos sin motivos aparentes. Se colegirá entonces la existencia de autores intelectuales, ya fuera por dinero o bien por un ascendiente poderoso.
Como es todos los casos de esta naturaleza y dimensiones similares se aventuraron entonces tantas hipótesis y versiones como número de habitantes tenía el puerto y personas de fuera que lo conocieron. Particularmente porque actos semejantes no eran cosa de todos días. Una de aquéllas hipótesis, sepultada inmediatamente porque era en si una acusación, se refirió a la relación cercana entre el bandolero Valdez y el gobernador del estado, Diego Álvarez. Nunca escondida, por cierto, para orgullo de Valdez y vaya usted a saber si también para el del hijo de don Juan.
Valdez no se fugará de ninguna cárcel pero nunca piso una.

Hoy

La iglesia presbiteriana se ha mantenido firme en Acapulco desde aquél entonces. Su templo, en 5 de Mayo número 20, se denomina precisamente “Mártires del 75”.

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