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Saúl Escobar Toledo*

México: el corazón de las tinieblas

“Se llevaban todo lo que podían. Aquello era verdadero robo con violencia, asesinato con agravantes en gran escala, y los hombres hacían aquello ciegamente, como es natural entre quienes arremeten en la oscuridad”.
“…sentí que yo también estaba enterrado en una amplia tumba llena de secretos indecibles. Sentí un peso intolerable que oprimía mi pecho, el olor de la tierra húmeda, la presencia invisible de la corrupción victoriosa, las tinieblas de la noche impenetrable…”.
“¡Ah, el horror! ¡El horror!”.

Joseph Conrad El corazón de las tinieblas

A diez meses de la desaparición forzada de 43 estudiantes y el asesinato de otros tres de ellos la noche del 26 de septiembre en Iguala, Guerrero, todavía no se han aclarado las cuestiones fundamentales de esta barbarie: ¿Por qué los reprimieron? ¿Quiénes fueron los autores intelectuales de estos hechos? ¿Qué ocurrió realmente esos días?
La oscuridad que rodea aún el caso no es completamente inédita en la historia del país. En México y en Guerrero en particular, ha habido otros crímenes colectivos cometidos por el Estado y sus distintos agentes: Presidentes de la República, gobernadores, presidentes municipales, ejércitos, policías. En el caso de Guerrero basta recordar Aguas Blancas y El Charco. Los gobiernos, nacional, estatales o municipales, han tratado siempre de ocultar las acciones represivas y proteger a sus autores materiales e intelectuales. Pero en esta ocasión, el caso de Iguala tiene algunas características distintas, la trama es aún más complicada.
En primer lugar, no están claras las razones. Las autoridades lo achacan a un error del jefe de una banda criminal que confundió a los estudiantes con sicarios de otro cartel, o a una venganza del ex presidente municipal y su esposa, hoy presos. Ambas explicaciones han sido descalificadas por los testimonios de los estudiantes y por otras investigaciones independientes. Tampoco se sabe o se ha confirmado plenamente la suerte de los 43 desaparecidos.
En el caso de Ayotzinapa, a diferencia de la represión contra diversos actores sociales del siglo XX, hay un actor nuevo: el crimen organizado. Diversas bandas criminales han asolado el país desde hace siglos pero en el XXI estos grupos han llegado a controlar territorios, infraestructura pública y privada, recursos materiales y monetarios e instituciones públicas en una dimensión desconocida hasta ahora. La capacidad de poder de estos grupos no tiene antecedente histórico ni puede compararse a otros casos de la historia reciente del país: guerrillas, grupos paramilitares, o bandas armadas con o sin orígenes políticos de distinto signo ideológico.
Las bandas del crimen organizado no sólo se distinguen por su poder, sino también por otras dos características inéditas: en primer lugar el uso intensivo, extremadamente cruel (aparentemente irracional) y permanente de la violencia; y en segundo lugar, por una relación, difícil de definir, de enfrentamiento y complicidad con las autoridades y los representantes políticos del Estado (a nivel municipal, estatal, federal, y en el ámbito ejecutivo, legislativo y judicial). Diversas instituciones estatales están infiltradas por la delincuencia o, para decirlo de otra manera, hay nexos entre las bandas criminales y los actores políticos, mismos que se han documentado por las autoridades nacionales, pero también por reportes de autoridades de Estados Unidos o de diversos organismos internacionales, y por diversos reportajes periodísticos. Aún más, estos nexos se han convertido en algo más que una cooptación, y ahora hay jefes de la delincuencia que dirigen esas instituciones.
Ambas cosas, la extrema violencia y la imbricación de delincuencia organizada con las instituciones púbicas tienen que entenderse de conjunto. Ello ha desatado una guerra que no se lleva a cabo entre dos ejércitos claramente diferenciados sino entre grupos y facciones que responden a diferentes jefes e intereses dentro y fuera del Estado. Es una guerra difícil de entender porque los jefes de las bandas se ocultan y cambian de aliados permanentemente. La violencia extrema parece deberse a que cada grupo pelea en la oscuridad con las otras mafias. Ni ellos saben, bien a bien, si tal o cual banda es del cartel contrario, o es aliada, si acaba de dejar de serlo o cuáles son sus intenciones. Ello ha llevado también a que las fuerzas armadas y las policías utilicen la fuerza de manera indiscriminada con cada vez más violaciones a los derechos humanos como en Tlatlaya o Apatzingán (y tristemente en Ostula, Michoacán y Calera, Zacatecas, recientemente). Se ha desatado así una espiral de violencia que consume al país.
El movimiento social por la aparición de los 43, y la sociedad mexicana en su conjunto, se enfrenta así a una compleja alianza de gobiernos y delincuentes que operan en las sombras para agredir a los ciudadanos. En el pasado, durante casi todo el siglo XX, las instituciones responsables de usar la fuerza para acallar las protestas han sido claramente señaladas, aunque la autoría intelectual no haya sido del todo esclarecida. En el caso de la guerra sucia en el estado de Guerrero se requirió una profunda investigación independiente que apenas se dio a conocer. Pero, en el caso de los 43, la responsabilidad material e intelectual es mucho más confusa: ¿cuáles y cuántas mafias del crimen organizado participaron en los hechos y, sobre todo qué nexos tenían con las autoridades federales, estatales y municipales? Y estas autoridades: Ejército, policía federal, procuraduría, el gobernador, la policía del estado ¿qué papel desempeñaron en los acontecimientos? ¿Qué vínculos tenía la pareja siniestra que gobernaba Iguala con dirigentes municipales, estatales y nacionales del PRD? ¿Hay vínculos de las dirigencias del PRI (evidentes en el caso del ayuntamiento de Cocula) con las mafias del crimen organizado? Todas estas preguntas no han tenido una respuesta clara.
Al mismo tiempo, todos los actores políticos han mostrado públicamente su repudio a los hechos, su solidaridad con las víctimas y por supuesto su compromiso a que se investigue a fondo mientras que, en las sombras, la red de instituciones y personas que participaron de alguna manera e hicieron posible que el crimen se ejecutara, pueden seguir impunes.
El caso de Iguala despertó una gran solidaridad de la sociedad mexicana e internacional pues las víctimas fueron un grupo de activistas estudiantiles. Era claro que trataba de una represión a un movimiento social opositor desarmado. Víctimas inocentes de una violencia combinada de autoridades, policías y delincuentes.
La masacre del 26 de septiembre fue la evidencia clara de que la violencia que azota al país, las matanzas de todos los días, no son obra de grupos de delincuentes ajenos a las instituciones del Estado, sino que la ola criminal es resultado de la complicidad y de la apropiación de la delincuencia de las instituciones públicas. Se trata de grupos de matones que pueden actuar no solo impunemente sino que están ahí, agazapados o protegidos por las autoridades, escondidos en las tinieblas, activos, fuertes y dispuestos a aplastar a cualquier persona que se atraviese en su camino.
El movimiento por los 43 representa a una sociedad hastiada y al mismo tiempo amedrentada por la violencia que tiene que enfrentar todos los días, pero que ha decidido manifestarse públicamente. Que sabe que tiene que poner fin a la corrupción y a la impunidad pero que ello requiere acabar con ese mundo de oscuridad, el realmente existente, pero tan distinto a del orden y leyes que los gobernantes pregonan ante todos los mexicanos.
La lucha por los 43 es pues fundamental. Se trata no sólo de democratizar la vida política, de reformar al sistema de corrupción, de resistir a las políticas públicas equivocadas que han causado pobreza e injusticia. Se trata también de un esfuerzo inédito en la historia del país y quizás de muchos otros países del mundo. Es el intento de la sociedad de penetrar “más y más espesamente en el corazón de las tinieblas”.

* Profesor de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia

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