Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jorge Camacho Peñaloza

Chilpancingo en llamas

El que manda mal, pierde la autoridad de su mando.                                               Siro

Chilpancingo nunca había estado peor, casi todo fuera de la ley, casi inexistente la autoridad en la tierra que pisara el gran Morelos para, paradójicamente, edificar la estructura jurídica de las leyes de nuestra nación, aquí se idearon, sí como ideales, las primeras leyes de nuestra Constitución, la misma que ahora todos pisotean, ciudadanos y autoridades. En efecto Chilpancingo no podía estar peor.
Chilpancingo es el reflejo o la expresión de todos los problemas del estado, no solo porque es a donde acuden todos los movimientos de inconformes a protestar contra el gobierno federal, estatal o municipales, sino por su propia dinámica social, económica y política. Me explico.
La pobreza generalizada en el estado hace que se den intensos flujos migratorios de los que Chilpancingo es receptor de población que proviene de casi todas las regiones de estado principalmente de la Montaña, Centro y costas, los cuales se convierten en clientela de lucradores de la política en pos de votos y apoyos para sus aspiraciones de cargos de elección popular o para su industria del reclamo para obtener jugosas prebendas económicas o en especie, a los que se les ha facilitado invadir terrenos irregulares generando cinturones de miseria en la periferia de la capital en donde se asientan miles de personas sin oportunidades de empleo y bienestar.
Lo anterior ha sido la causa de un crecimiento sin planeación, asentamientos humanos sin servicios urbanos, desempleo, comercio informal, desorden en los mercados, crecimiento del pirataje y saturación en el transporte público, aumento de la inseguridad, de los delitos, secuestros, extorsiones y de la delincuencia.
Asimismo, esta dinámica provoca el crecimiento de una función pública corrupta, ineficiente, ilegal, que permite todas estas irregularidades solapada por los partidos políticos que se nutren de esta misma dinámica cuyo círculo inicia con la pobreza de la gente, y se entremezcla con la complicidad de la delincuencia organizada. El resultado es un estado con déficit de autoridad, un Chilpancingo en llamas.
Un Chilpancingo en el que impera el caos, la ilegalidad, la corrupción, pero sobre todo la falta de autoridad, situación que ha permitido que esas crisis de prendan literalmente en llamas igual en las sedes de los partidos que en palacio de gobierno, el congreso del estado o Casa Guerrero, que en una gasolinera o el plena Plaza Primer Congreso de Anáhuac; prendidas igual por normalistas que maestros o transportistas, sin que asome siquiera por equivocación la autoridad.
Chilpancingo otrora capital de la política, la intelectualidad del estado, de la educación pública, del asiento de los poderes públicos, se ha convertido desde hace unos años en tierra de nadie; que bueno por Chilpancingo que un chilpancingueño de cepa ganó la gubernatura, Héctor Astudillo Flores, doble compromiso para él hacer que regrese él la paz y el orden como rezaba su eslogan de campaña que urgen para la capital del estado.
Lo lamento por los chilpancingueños que son familias cálidas, tranquilas, hospitalarias, que les ha tocado cargar con la protesta, inconformidad y la ira de todos los agraviados de la crisis social y de autoridad de su gobierno.
Vuela vuela palomita y ve y dile: a quien quiera escuchar que la falta de legalidad genera desorden e inseguridad, para el progreso y la paz se necesita autoridad.

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