Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Héctor Manuel Popoca Boone

Embajadores injerencistas

La historia del México independiente está plagada de intervenciones perversas de Estados Unidos, para acomodar el destino de nuestra patria a sus muy particulares designios. Siempre en favor de sus propio interés, territorial, económico y político. La verdadera consigna enunciada por el presidente de Estados Unidos, James Monroe: América para los norteamericanos, la han tratado de cumplir a cabalidad, en forma embozada o abierta, en toda la América Latina a lo largo de nuestro devenir histórico contemporáneo.
En el transcurso de los años los mexicanos la hemos resistido con diferente firmeza y resultados. Lamentablemente hemos traicionado, varias veces, nuestra dignidad y soberanía nacional. Es en este forcejeo en el que México casi siempre ha salido derrotado, jugaron un papel preponderante algunos ministros plenipotenciarios y embajadores de Estados Unidos en nuestro país. Veamos.
Desde 1822 a 1830, Joel R. Poinsett, fue uno de los personeros más destacados de Estados Unidos al influir para mal en nuestro porvenir y en nuestra integridad como nación. Es a partir de nuestra independencia política que fue inmiscuyéndose en nuestros asuntos internos, a fin de que prevalecieran los propósitos expansionistas de nuestro vecino del norte. Mismos que culminaron con la pérdida de más de la mitad del territorio nacional en 1848, gracias al rol nefasto desempeñado por Antonio López de Santa Anna.
Después, Robert MacLane, otro conspicuo embajador, fue el que presionó al gobierno de Benito Juárez para que pactara ceder la franja territorial del Istmo de Tehuantepec, a cambio del reconocimiento y financiamiento a la recién república restaurada (1859). Afortunadamente circunstancias internas de Estados Unidos imposibilitaron que el senado anglosajón ratificara el Tratado: Maclane-Ocampo.
De triste memoria por su intervención descarada, grosera, prepotente y criminal fue la del embajador Henry Lane Wilson (1913). Confabuló abiertamente contra el presidente Francisco I. Madero. Éste embajador junto con el general Victoriano Huerta, fueron los autores intelectuales del vil asesinato de Madero y del vicepresidente Pino Suárez. Hecho que sumergió en una gran guerra civil a nuestra patria, regándola con la sangre de millones de mexicanos.
En 1923, el presidente Álvaro Obregón busca que Estados Unidos reconozca y avale su gobierno. Así, en los Tratados de Bucareli, acepta la no retroactividad del artículo 27 constitucional, en el caso de los yacimientos petroleros que eran explotados por empresas extranjeras y, a la vez, el otorgamiento de una indemnización a los anglosajones en otros bienes perdidos durante la revolución mexicana.
Durante 1924, el embajador norteamericano James R. Sheffield y las empresas petroleras extranjeras, mostraron su irritación al presidente Plutarco Elías Calles, por no acatar del todo lo estipulado en los Tratados de Bucareli.
Al final, el gobierno estadunidense, logró que Calles modificara la ley reglamentaria petrolera por una “a modo” redactada en las oficinas de su embajada, maquillándola supuestamente a favor de México: Lo único que tenían que hacer las grandes empresas era cambiar sus títulos de propiedad otorgados en el porfiriato por unos nuevos, donde sus derechos aparecían como meras concesiones.
Ahora, en pleno siglo XXI, las noticias periodísticas dan cuenta de correos electrónicos desclasificados de un equipo de trabajo encabezado por la ex secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, donde también participó el otrora embajador en México, Carlos Pascual, los cuales como team, ayudaron al presidente Felipe Calderón a tejer una urdimbre de mentiras oficiales preparatorias, para abrirle el campo a la privatización del petróleo mexicano a favor de las grandes compañías internacionales, como lo son Exxon-mobil, Chevron, entre otras, mediante las reformas energéticas del Presidente Peña Nieto, aprobadas por el poder legislativo de la nación. ¡Uf!

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