Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Humberto Musacchio

Otra privatización del espacio público

El llamado Corredor Cultural Chapultepec es un atraco a los capitalinos. Lo es porque el gobierno del Distrito Federal pretende entregar a particulares un largo tramo de la avenida Chapultepec, el que va del Circuito Interior a la glorieta de Insurgentes y en una segunda etapa la parte que llega a la avenida Cuauhtémoc, pues se pretende construir un segundo piso sobre la histórica vía.
Por supuesto, y cabe dejarlo muy claro, no se trata de una obra necesaria, sino de un negocio de particulares (¿Y de algunos funcionarios?). La ciudad de México, tan agobiada por problemas como la creciente inseguridad, la escasez de agua, los taponamientos del drenaje, la falta de vegetación de amplias zonas o la ausencia de alumbrado en otras no requiere hacerle un segundo piso a la avenida Chapultepec.
Antes que pensar en esos despliegues faraónicos, habría que colocar modestos botes de basura en las calles para evitar el cochinero en áreas que pagan altos impuestos y por supuesto en las zonas proletarias. De paso, habría que hacer de la recolección de basura un eficaz servicio municipal para que dejara de ser negocio de pandillas burocráticas que hacen de cada vehículo recolector una especie de fábrica donde se selecciona y procesa la basura vendible para beneficio de una mafia subsidiada con los impuestos de los capitalinos.
En una ciudad que parece haber sufrido un intenso bombardeo, resulta mucho más necesario arreglar las banquetas y tapar los baches o de plano repavimentar numerosas calles. En una urbe asediada por la inseguridad que niegan las autoridades, es más urgente capacitar a los integrantes de las corporaciones policiacas y mejorar razonablemente las condiciones de vida de los policías y sus familias, base para un comportamiento honesto y un desempeño eficaz.
La construcción de un segundo piso para beneficio de los comerciantes que puedan adquirir espacios en ese nivel contribuirá a la degradación de la vida urbana. Basta ver lo que ocurre en los bajopuentes de la ciudad, una y otra vez sujetos a fallidos intentos de rehabilitación y en muchos casos guarida de maleantes.
La avenida Chapultepec está flanqueada de colonias residenciales. Lo son pese al uso intensivo para oficinas y comercios. Un segundo piso arruinaría la perspectiva y privaría a los vecinos de luz y hasta de oxígeno, pues el intenso tráfico de hoy contamina menos porque se trata de un espacio abierto.
Se dice que con el segundo piso pretenden reforestar. Las autoridades han tenido muchos años para hacerlo y no les ha importado el asunto. La avenida es un anchísimo río de vehículos que recorren un trayecto que podría, desde ahora, contar con una vegetación tupida. Pero se ha preferido dejar todo en el abandono, entre otras cosas el grupo de escultórico de Aceves Navarro (Pueblo del sol), convertido en basurero, o el muchas veces reconstruido entorno de la arcada que fue del acueducto de Belén, cuyo espejo de agua es baño de indigentes.
La avenida Chapultepec tiene historia y tiene vida, pero las autoridades han optado por permitir su deterioro. Para confirmarlo, basta ver las salidas del metro Insurgentes, nidos de ratas de dos y cuatro patas, excusados clandestinos, centros de prostitución y basura, mucha basura, todo lo cual forma parte de un círculo nefasto rodeado del desastre arquitectónico en el que conviven altos edificios “modernos” con un cine abandonado desde hace décadas, vecindades en la mayor depauperación y construcciones de principios del siglo XX que pudieron ser muy bellas, pero que hoy representan un caso de degeneración urbana.
Hacer un segundo piso no va a remediar los males citadinos que están ahí desde hace medio siglo y que se pueden atacar con políticas inteligentes, sin grandes inversiones ni regalos al capital privado. Los segundos pisos han significado en muchos casos un envilecimiento de la vida colectiva, la lumpenización de espacios perdidos por la convivencia.
El absurdo proyecto de la avenida Chapultepec no será el “corredor cultural” que prometen, no tiene por qué serlo. Será un área de negocios de particulares que buscan la mayor ganancia, y esa no está en las librerías, en los teatros ni en lo que hace merecedor a un espacio del adjetivo cultural. ¿No iba a serlo la glorieta de Insurgentes? No, no lo fue.
Y a riesgo de dar ideas, cabe preguntar por qué no le hacen un segundo piso al Zócalo.

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