Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Saúl Escobar Toledo

2 de octubre de 1968 -26 de septiembre de 2014

*El repudio de amplios sectores de la sociedad a las mentiras oficiales y la necesidad de que un organismo internacional apoye la investigación del caso Ayotzinapa apuntan no sólo a cuestionar la legitimidad del régimen político, sino también a la necesidad de una transformación profunda del Estado. A lo largo de todo este año, la movilización por los 43 está convenciendo a cada vez más mexicanos de que hay que pasar del hartazgo y la rabia, a la propuesta de un nuevo proyecto de nación.

El movimiento estudiantil que se desató hace casi cincuenta años y que fue duramente reprimido el 2 de octubre en la Plaza de Tlatelolco se propuso luchar por las libertades democráticas: la libertad de manifestación, de expresión, de reunión, de palabra. Una de sus demandas centrales fue exigir la libertad de los presos políticos, particularmente de Demetrio Vallejo y Valentín Campa, dos luchadores sociales encarcelados a raíz de la huelga ferrocarrilera de 1958-59 y castigados ejemplarmente por encabezar un sindicalismo democrático. El movimiento estudiantil llamó a defender el derecho a disentir, a ser oposición, a protestar frente a un régimen despótico que controlaba la prensa, monopolizaba casi totalmente la política electoral y controlaba a los sindicatos y a las asociaciones campesinas mediante la cooptación, el miedo y la represión.
El movimiento estudiantil tuvo lugar en una etapa en la que el crecimiento económico del país alcanzaba tasas superiores al 6 por ciento anual: los salarios y el empleo crecían rápidamente y las oportunidades de educación, el acceso a la salud y a la seguridad social alcanzaban a cada vez más mexicanos. Fueron los años estelares del capitalismo mexicano, aunque ese crecimiento acelerado mantenía aún en la pobreza a millones de mexicanos sobre todo en las áreas rurales y hacinaba en la periferia de las ciudades a la nueva clase obrera cuyas condiciones de habitación y de servicios básicos cuestionaban los resultados del llamado “milagro mexicano”.
A la manera de un pacto fáustico, el régimen ofreció a su imaginada jeneusse dorée de los años sesenta mejores universidades, un empleo seguro y bien remunerado después de titularse, y la promesa de ingresar a una clase media en expansión, a cambio de su silencio, de quedarse callados frente a la desigualdad y la injusticia que sufría la mayoría de los mexicanos, y a la corrupción y el autoritarismo del Estado.
El movimiento estudiantil de1968 echó abajo ruidosamente esa oferta y durante más de cuatro meses conmovió al país y sacudió millones de conciencias. Aunque de inmediato no logró cambiar la naturaleza represiva del régimen ni su carácter corporativo y clientelar, ganó una batalla muy importante en el orden de las ideas: derrotó a la cultura política dominante al poner en crisis la legitimidad del gobierno de Díaz Ordaz y cuestionar la viabilidad del régimen despótico surgido de la Revolución Mexicana.
Después del 68, la movilización social se multiplicó y las organizaciones sociales independientes fueron ganando terreno. Sin embargo, los cambios se dieron poco a poco. En 1988, sin embargo, a pesar del fraude electoral perpetrado a favor del candidato oficial, Salinas de Gortari, en contra del triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas, se fue dibujando por fin un sistema de partidos plural y se abrió la posibilidad de la alternancia en el poder. En 1997 el partido oficial perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y luego en el año 2000, un partido de oposición ganó la Presidencia de la República.
El movimiento del 68 marcó el inicio de lo que después se llamó la transición a la democracia, entendida como un régimen de partidos plural y competitivo con alternancia en el poder en los tres niveles de gobierno. Muchos protagonistas del 68 no querían (no queríamos) sólo eso. Aspiraron (aspiramos) a mucho más: a una transformación de fondo del Estado y del capitalismo mexicano pero logramos convertir la lucha por la democracia en parte sustancial de nuestras esperanzas y en el motor del cambio del país.
No fue un logro menor si consideramos que el autoritarismo y el monopolio del poder se habían convertido en el modo de vida normal de nuestra escena política, legitimados en el discurso del gobierno por la causa de la Revolución Mexicana y la modernización del país. Poner en crisis esa cultura de la obediencia y despertar la esperanza de lucha por una democracia de verdad fue una gran conquista del movimiento estudiantil.
Casi cincuenta años después de aquel 68, el 26 de septiembre de 2014, la desaparición forzada de 43 estudiantes y la brutal agresión que dio muerte a otras seis personas, desató otro movimiento social que, como aquel, ha sacudido millones de conciencias. Encabezado esta vez por los estudiantes y los padres de la Normal de Ayotzinapa, el movimiento surgió de la indignación y el dolor por los hechos acaecidos esa noche, pero pronto se proyectó a un cuestionamiento del Estado mexicano en su conjunto. La búsqueda de la verdad ha sido la consigna principal de este movimiento. ¿Dónde están los estudiantes? ¿Quiénes fueron los autores materiales e intelectuales de esa agresión? ¿Qué fue lo que realmente sucedió esa noche? y ¿por qué?
La verdad, en este caso, es necesaria, por supuesto, para castigar a los culpables y saber el paradero de los normalistas. Pero el cuestionamiento va más allá: la lucha por la verdad está poniendo al descubierto, en primer lugar, la estructura operativa de un sistema de corrupción que abarca desde las autoridades municipales y llega hasta los centros neurálgicos del poder nacional e internacional que manejan el tráfico de drogas y a las instituciones básicas del Estado, los partidos políticos, el sistema judicial, la procuración de justicia, los organismos de seguridad. Este sistema ha convertido al país (e incluso a una amplia región que abarca desde El Salvador en Centro América, hasta Estados Unidos) en un páramo dominado por la violencia cotidiana, extrema y masiva.
Se trata entonces también de detener la escalada de desapariciones forzosas, de asesinatos y ejecuciones en las que participan sicarios y ejércitos irregulares, pero también las fuerzas del orden a cargo del Estado.
La lucha por la verdad está poniendo en evidencia, igualmente, el fracaso de un régimen, surgido de la transición democrática, encabezado primero por el PAN y luego por el PRI, que no sido capaz de proporcionar mayor bienestar a los mexicanos y que tampoco ha garantizado el derecho más elemental de todos, el derecho a la vida.
Y finalmente la búsqueda de la verdad está cuestionando la naturaleza de un Estado que parece insensible e incapaz de responder a esta crisis, una crisis que va más allá, aunque la incluye, del modelo de desarrollo neoliberal y que ha llegado a los extremos de la noche trágica de Ayotzinapa (a la que antecedieron masacres como la de San Fernando o la de Villas de el repudio de amplios sectores de la sociedad a las mentiras oficiales; la duda de que el presidente pueda resolver este conflicto y quiera realmente aclarar los hechos; y la necesidad de que un organismo internacional apoye la investigación. Todo ello apunta no sólo a cuestionar la legitimidad del régimen político, sino también a la necesidad de una transformación profunda del EstadoSalvárcar y Tlatlaya, y a la que siguieron después otras como la de Apatzingán).
A un año de ese 26 de septiembre, la movilización social ya ha cosechado algunos triunfos en el plano de las ideas, de las conciencias: el derrumbe de la verdad histórica del gobierno anunciada por el entonces procurador Murillo Karam; el reconocimiento del gobierno de que, en efecto, no se sabe realmente lo que ocurrió esa noche y de que hay que seguir investigando; el repudio de amplios sectores de la sociedad a las mentiras oficiales; la duda de que el presidente pueda resolver este conflicto y quiera realmente aclarar los hechos; y la necesidad de que un organismo internacional apoye la investigación. Todo ello apunta no sólo a cuestionar la legitimidad del régimen político, sino también a la necesidad de una transformación profunda del Estado. A lo largo de todo este año, la movilización por los 43 está convenciendo a cada vez más mexicanos de que hay que pasar del hartazgo y la rabia, a la propuesta de un nuevo proyecto de nación.
En la historia de México, el triunfo de las ideas no se ha traducido siempre, inmediatamente, en cambios políticos de fondo o en el surgimiento de nuevas instituciones. Pero ninguna transformación sustancial ha ocurrido sin que se haya ganado primero la batalla de las ideas, de la credibilidad y de la esperanza en el cambio. El movimiento por los 43 está avanzando. Su (nuestra) persistencia es necesaria para detener esta crisis y construir algo nuevo.

Twitter: @saulescoba

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