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Federico Vite

Algunos que fueron encerrados

A veces el cauce literario lleva a ciertos delincuentes a una relativa normalidad; los hace verse como motores de grandilocuencia creativa. Por ejemplo, O’Henry (William Sydney Porter), quien tras salir de prisión se encaminó arduamente en el cuento. En 1895 fue acusado de desfalco; no ayudó mucho a sus defensores que en julio de 1896 huyera rumbo a Honduras. La noticia de que su mujer estaba agonizando le hizo regresar a Estados Unidos, donde fue juzgado y condenado a cinco años de cárcel, aunque sólo cumplió tres por buena conducta: mientras, escribía los relatos a los que debe su fama: Coralio, Sixes and sevens y Of Cabbages and Kings.
Otro de los grandes escritores que pasó por la cárcel fue Jack London. Estuvo un mes encerrado en Erie County en Buffalo (Nueva York) por vagabundeo. Esa estancia transformó a London, lo hizo apreciar ciertas arbitrariedades en las que no había reparado, como la potente maldad que guarda quien de pronto se ve capaz de ejercer el poder en contra de ciertas personas menos afortunadas, más necesitadas: vio pues su propia línea de sombra.
Un caso sui generis de delincuente literario es Chester Himes, expulsado de la Universidad de Columbus, en 1926, por robo. Fue condenado a 20 años de cárcel por atraco a mano armada. En la cárcel consiguió una máquina de escribir, y leyendo a Dashiell Hammet se convenció de que al menos podía hacer una carrera literaria igual que él. Cuando mis relatos comenzaron a ser publicados, escribe Himes, los otros reclusos pensaron exactamente lo mismo: podían ejercer la literatura sin problema alguno. Himes fue liberado en 1935; y tras la publicación de su primera novela, (If he hollers let him go, 1945), tuvo la creencia de que estar en la cárcel fue su mejor escuela. Se hizo escritor de novela negra tras las rejas pues.
Otra perla del crimen fue Jean Ray, seudónimo de Jean Raymond Marie de Kremer (1887-1964), escritor belga de relatos de terror que fue sentenciado a seis años de cárcel por desfalco y liberado dos años después. Los fiscales omitieron las acusaciones de tráfico de armas y contrabando de alcohol. Varios de sus conocidos lo apodaban El último pirata. Ray convirtió su vida en un verdadero portento de ficción.
Quien nunca tuvo que reinventarse fue Jean Genet, rebelde profesional  y ladrón desde los diez años. Para él, lo sagrado era el sacrilegio contra los valores ensalzados por la moral y su inspiración. El crimen, la homosexualidad y la traición es la trinidad en torno a la cual gira su obra.
Genet consideraba el robo como una vocación sagrada y, fiel a sí mismo, fue encarcelado en numerosas ocasiones por robo, prostitución y pederastia. Tuvo grandes periodos de producción literaria en sus encierros.
Algunos escritores míticos también llegaron a la cárcel, por ejemplo, Jack Kerouac (1922-1969), acusado de encubrir a Lucien Carr, compañero de cuarto de Allen Ginsberg (1926-1997) en la Universidad de Columbia en los años 40 y que conoció a Kerouac a través de la novia de Jack, Edie Parker. Carr asesinó a puñaladas a David Kammerer en 1944, y se declaró culpable. Kerouac fue condenado por encubridor, pero, tras pagar una fianza de 2 mil 500 dólares, recuperó la libertad.
Otro beat, Gregory Corso (1930), fue detenido por intentar vender una radio robada; trasladado a una cárcel de Nueva York, permaneció varios meses, siendo maltratado por los demás presos hasta que acabó en un psiquiátrico. Por su parte, Neal Cassady (1926-1968) fue arrestado en 1958 por ofrecerse a compartir droga con un agente secreto de la policía, lo que le supuso una condena de dos años. Cayó de la manera más infantil posible. Pero quien rotundamente se equivocó fue William Burroughs (1914-1997), culpable de haber asesinado en 1951, en la ciudad de México, a su mujer Joan Vollner, cuando jugaba a ser Gui-llermo Tell. El autor de El almuerzo desnudo disparó a la manzana que sostenía en la cabeza Vollner, pero falló. En su declaración afirmó que fue una muerte accidental, los forenses mexicanos avalaron su versión y pocos días después regresó a Estados Unidos. Su gran amigo Kerouac llegó a escribir: “Bill es grande, y Joan le ha hecho aún más grande que nunca”.
Varios de los autores referidos en este artículo han estado en la cárcel para madurar ideas, para hacer crecer en su mente ciertos relatos, alguna que otra estructura novelada, pero quien llama poderosamente mi atención es José Giovanni (1923-2004), un gángster que acabó convertido en maestro de la literatura negra francesa, autor de más de 20 novelas y 15 películas. Condenado a muerte por el asesinato de tres personas, la condena se conmutó en 1956 y se revocó en 1986. Era un tipo que hablaba con especificidades de la pulsión enferma del alma humana. Hizo una obra respetable, sin duda, pero no sé si el paso por la cárcel haya sido absolutamente necesario; lo que sí sé es que la pulsión delictiva seduce a más de uno que haya tomado las letras como oficio.

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