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Tlachinollan

Ayotzinapa: una educación desde el corazón del pueblo

Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan

En medio de una campaña de desprestigio y estigmatización alentada por las autoridades del estado, este martes 7 de febrero los estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa reiniciarán su trabajo académico con el apoyo y la solidaridad de maestros de la Universidad Autónoma de Guerrero. Los estudiantes han tenido que bregar contra toda la clase política que ha cerrado filas en torno al gobernador para negociar las candidaturas. Este lisonjeo habla de la pequeñez y mezquindad de los políticos aventureros, que sin trayectoria social ni visión política quieren un cargo público, para supuestamente representar los intereses de la ciudadanía.
Es lamentable la postura de las autoridades educativas del estado que en lugar de allanar el camino y garantizar a los estudiantes las condiciones mínimas para que reinicien clases, se alían con las mafias sindicales para entorpecer cualquier intento de solución orientado a recuperar el semestre. Es grave que los estudiantes no encuentren entre las autoridades del estado a un interlocutor confiable que entienda y atienda en su justa dimensión sus demandas educativas, por el contrario, prevalece la aversión y la descalificación banal para seguir sembrando odios y confrontaciones entre los diferentes sectores de la sociedad. Cobijan a seudo líderes campesinos de banqueta, cuya única virtud es tener la lengua suelta que la usan para difamar a quienes tenemos un compromiso serio y probado en favor de quienes sufren graves violaciones a los derechos humanos.
Nadie debe ignorar lo que ha significado históricamente la Normal Rural de Ayotzinapa. Desde sus orígenes este modelo educativo sirvió para consolidar las conquistas de la lucha revolucionaria de 1910. Las normales rurales se transformaron en la palanca del nuevo régimen pos revolucionario que ayudaría a impulsar un proyecto de integración nacional, donde la población campesina e indígena sería parte importante del desarrollo económico y social del país. Fue una de las grandes iniciativas promovidas por Lázaro Cárdenas que desmanteló las estructuras caciquiles del régimen porfirista para hacer de la educación un derecho universal. Fue una lucha emancipadora que rompió las cadenas de la esclavitud y la ignorancia; que se levantó contra la discriminación racial, la explotación económica y el sojuzgamiento político.
El maestro rural vino a ser la figura emblemática, que con su entrega y mística (a imagen y semejanza de un misionero) ayudaría a forjar una nueva nación. Terminada la fase armada de la revolución vino la reconstrucción del país, que tuvo como columna vertebral un proyecto educativo de inspiración socialista, que buscaba sentar las bases del ideario zapatista. Fueron muy simbólicos los lugares donde se construyeron las normales rurales; se trataba de grandes fincas y haciendas que estaban en manos de latifundistas aliados al régimen porfirista. Cárdenas las expropió y las destinó para la construcción de escuelas normales rurales, donde los hijos e hijas de campesinos e indígenas tuvieran un espacio digno para formarse profesionalmente. No fue casual que en ese tiempo de reparto de tierras para los campesinos, el gobierno cardenista también expropiara tierras para construir normales en los ejidos y comunidades donde se encuentran las raíces de la civilización mesoamericana.
Enseñar en el campo fue un gran desafío para los nuevos maestros de las normales rurales, porque tuvieron que enfrentar a los caciques y terratenientes que satanizaban la educación socialista. Varios fueron víctimas de la violencia ejercida por sus pistoleros que se imponían  con la ley del revólver. En las escuelas normales se forjaba el carácter combativo del maestro y la maestra rural que a través de educación lograrían influir en cambios construidos desde la base comunitaria.
Los estudiantes de estas escuelas siempre han sido jóvenes de familias humildes. Son hijos e hijas de campesinos o indígenas que han nacido en condiciones muy precarias. Son de comunidades marginadas, donde el hambre sigue siendo el flagelo que se clava como un aguijón dentro de sus cuerpos. Crecieron en el campo sin ningún apoyo de las instituciones gubernamentales. Lograron estudiar con muchos sacrificios; escalando diariamente la montaña, comiendo tortilla fría y bebiendo agua en los arroyos. Desde este sufrimiento fueron adquiriendo una conciencia social, de asumirse como guías y servidores de sus pueblos. En la normal rural lograron descubrir la función social que tiene la educación pública, por eso es sumamente significativa la frase que siempre aparece en sus marchas “mientras la pobreza exista, las normales rurales tendrán razón de ser”.
El proyecto original de las normales rurales fue concebido como centros de desarrollo comunitario, donde los jóvenes encontraban un espacio para desarrollar sus capacidades técnicas y pedagógicas. Este modelo implicó la construcción de internados y la instalación de talleres para cultivar las artes y una diversidad de técnicas relacionadas con el campo y oficios artesanales.
La labor educativa tenía una función social muy precisa: al maestro rural se le formaba con los saberes de la gente del campo; se nutría de la vida comunitaria, se apoyaba en la organización social, vivía apegado a las formas de trabajo comunitario y era parte de los defensores y defensoras de las tierras del pueblo.
Este sueño se empezó a transformar en una pesadilla en la medida en que los gobiernos priistas se alejaban del legado revolucionario. Con Manuel Ávila Camacho en 1944 se eliminó formalmente la educación socialista. Desde principios de esta década se inició una campaña de satanización contra las normales rurales porque eran disfuncionales al proceso de industrialización que se iniciaba en el país. La producción agrícola dejó de ser el pilar del desarrollo económico y la vida en el campo vino a representar el atraso y la pre modernidad.
El sentido de colectividad que conlleva el modelo de la escuela rural es contrario a la visión urbana, individualista y mercantilista que ahora permea entre las cúpulas del poder. La educación, desde la visión del normalismo rural se concibe como una vía para construir una sociedad justa e igualitaria, como una herramienta de transformación social. Es una educación que se basa en los derechos de las personas y de los pueblos. Que se sustenta en la propiedad colectiva, y por lo mismo la escuela viene a ser un centro educativo que se entiende desde el ejido y desde la vida comunitaria. Es un modelo educativo que pugna por la libre autodeterminación de los pueblos, por la recuperación de nuestros saberes y nuestro patrimonio, por la defensa de los bienes tangibles e intangibles de la colectividad. Esto hace que vivamos una contradicción insalvable con los nuevos gobiernos gerenciales que están alineados a las políticas del banco mundial que condiciona sus recursos financieros a cambio de la imposición de políticas privatizadoras.
En el campo educativo no es casual que los gobiernos de cualquier cuño acepten sin cortapisas la Alianza por la Calidad Educativa (ACE), para ceñirse a los dictados del capital transnacional. Este alineamiento ha hecho que los grupos de poder se encarguen de desmantelar las conquistas logradas durante décadas en el campo educativo. No fue casual que la líder vitalicia del sindicato de maestros, Elba Esther Gordillo, se encargara de vociferar que las escuelas normales deberían de transformarse en escuelas de turismo. Esta embestida contra las normales vino aparejada con la imposición de nuevos planes y programas de estudios; con el achicamiento del presupuesto; el impulso de las universidades privadas; el desmantelamiento y el proceso de privatización de las universidades públicas. Se impusieron más candados para ingresar a los centros educativos y se redujeron las matrículas.
Es curioso constatar cómo las políticas diseñadas por la derecha son defendidas y aplicadas al pie de la letra por los gobiernos que dicen ser de izquierda. Es increíble ver cómo defienden a ultranza los funcionarios de la educación, la aplicación de exámenes como un requisito insalvable para ingresar a la normal o para adquirir una plaza. En esta tendencia privatizadora y mercantilista, la educación dejó de ser un derecho para todos y todas, reafirmando la postura porfirista de que la educación es solamente para quienes tienen dinero y no para la plebe.
La embestida contra las normales rurales ha llegado al extremo de causar la muerte de jóvenes que fueron fieles a los ideales del pueblo y que buscaron formarse como educadores comprometidos con la comunidad. Los políticos en lugar de entender en su justa dimensión lo que representa históricamente la Normal de Ayotzinapa, se han encargado de denostarla y de emitir opiniones irresponsables, como pedir su desaparición. Además de su visión corta y pendenciera no tienen ninguna autoridad moral para tomar decisiones en nombre de una sociedad que se siente agraviada y traicionada. Estos políticos no sólo no han cumplido con la sociedad sino que han causado un grave quebranto a las instituciones públicas.
Gracias al movimiento de los estudiantes de Ayotzinapa es posible seguir defendiendo la educación pública como un derecho irrenunciable del pueblo. En esta lucha se condensan otras luchas que nos muestran parte del conflicto estructural que enfrentamos en el Estado: en La Montaña los pueblos indígenas se organizan para defender su territorio contra las mineras; en el Acapulco rural los comuneros resisten para impedir la construcción de la presa hidroeléctrica La Parota; en las ciudades los maestros y maestras luchan contra la ACE y en Ayotzinapa los estudiantes defienden su escuela a costa de sus vidas.
Lo paradójico es que hoy hay plazas para policías y soldados, pero no hay plazas para maestros. Hay presupuesto para construir cuarteles y cárceles pero no hay para construir escuelas; hay manga ancha para los políticos que no presentan ningún examen de conocimientos, sin embargo se aplica la ley del embudo a los estudiantes y maestros, que para todo tienen que presentar exámenes.
Los normalistas de Ayotzinapa además de ser fieles a la memoria de Jorge Alexis y Gabriel Echeverría, de no claudicar en su lucha por la justicia, también asumen el compromiso de cara a la sociedad, de recuperar el semestre, porque saben que esta es la razón más profunda de su lucha; estudiar para educar en la libertad y en la justicia a los pueblos.

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