Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

* Leopoldo Estrada al desnudo

En cierta ocasión, un amigo me descubrió husmeando en Radio Universidad y se le ocurrió entrevistarme en cabina. Casi al final me preguntó por tres poetas guerrerenses que “me gustaran”, y entre ellos cité a Leopoldo Estrada. “¿Estrada, el pintor?”. “Ese mero”. Enseguida, de la manga saqué la letra de un poema y, a petición del locutor, lo dije al aire. Se titula “Tras los visillos”:

Tras los antiguos visillos
atisba la calle Anita,
hasta perderla de vista.
Blanco el pelo, ajada
piel, ojos que el tiempo
amansó,
y una sonrisa que habita
en sus labios de papel.
En su ejercicio habitual
de la misa y a sus pobres,
dedica amoroso afán a los
que enjaulados cantan
y recordándole están su
espera y su soledad,
y no logran amargar los
años que van pasando
y hoy suman eternidad…
Después de regar begonias
y remover nomeolvides,
con el bordado de un
barco, que no atina a
terminar,
tras los visillos contempla
la calle que va llegando
a la cinta azul del mar…

Hace poco, en la misma Radio UAG, Ismael Catalán volvió a poner en mis manos fotocopias que contienen una entrevista a Leopoldo Estrada, varias de sus pinturas y un puñado de poemas. Las pinturas salen muy borrosas pero son distinguibles flores, pájaros y tigres, las madonas tropicales y los jóvenes mancebos que pintaba el artista guerrerense, sin que falte el Cristo que enseña la picha.
En la entrevista, a Estrada le hacen muchas preguntas sobre su obra pictórica, pero no hay ni una sola alrededor de la pintura que escribía, de su poesía, su otro modo creativo.
Y eso que son muchos los temas en que pintura y poesía de Estrada coinciden o se juntan. De hecho, sólo en dos o tres de sus poemas no aparece el verde múltiple y obsesivo de sus cuadros. En el titulado: “¿Cuál verde?”, revela: No me fio del largo adiestramiento / de mezclar tantos verdes en mi vida (cuando intento saber cuál es el tinte / verdadero que emanan tus pupilas). Roberto Montenegro afirmó que “nadie en el mundo, ni antes ni ahora, ha tratado pictóricamente las flores como lo hace Estrada”, y al calce de la cita y de su obra, Estrada escribió: Cómo no amar las flores, si son vida, / elegancia, belleza y colorido. / Cómo quedar ciego ante el axioma, / si arquitectura vegetal las perfecciona. / Cómo no amar su mundo silencioso / en campo abierto o en bosque nemoroso… El poema sigue, pero lo terminaremos de leer al final.
El caso es que ni el locutor sabía que “don Leopoldo” era poeta. Estrada era famoso por su pintura: su primera exposición fue en Bellas Artes, y una de ellas fue inaugurada por Diego Rivera, que hasta con los cuadros cooperó. Después de 25 exposiciones colectivas y 25 individuales, había recibido diplomas, medallas de oro e incluso el grado de Caballero Emérito en la Orden de América Latina, que le entregaron en Francia. Por los personajes y las características de su pintura, se le catalogaba como pintor naif (ingenuo, en francés), corriente artística que presupone el autodidactismo y se caracteriza “por la ingenuidad y la espontaneidad, los colores brillantes y la perspectiva acientífica captada por intuición”, y cuyo representante antonomásico es Henri Rousseau.
A Estrada le fastidiaba que le impusieran el adjetivo naif y la insistente comparación con Rousseau. Le gustaba recalcar que él no era autodidacta, ni cándido. “Soy un pintor versátil que lo mismo pinta paisaje, retrato, naturaleza muerta, desnudo, flores o temas que son producto de mi imaginación”, relativizaba. ¿Que pintaba selvas tupidas, con plantas, flores y tigres demasiado parecidos a los de Rousseau? “El pintar selvas –respondía– es un impulso lúdico, en el que posiblemente se refleja mi infancia, que se desarrolló en una escenografía selvática y maravillosa, poblada de animales y nativos. He aquí por lo que pienso que los críticos encuentran en ese mundo la ingenuidad, ternura y sencillez propia de los naives”.
En la Enciclopedia Guerrerense apuntan que “A pesar de que algunos críticos ubican su obra como naif, en un intento por vincularla al tropicalismo del francés Herni Rousseau…, en realidad está inmersa en una de las múltiples variables del surrealismo llamada realismo mágico”. Ya está uno considerando que se trata de una importante aportación interpretativa de la obra de Estrada o quizá del realismo mágico, pero pues resulta que en ningún momento nos aclaran por qué la pintura de Estrada no es naif ni por qué “en realidad” es “realismo mágico”.
Esperemos que no le hayan creído a Esther Vázquez Ramos, que en 1991 escribió: “La mente se deja se deja llevar por los caminos del realismo mágico, cuando se advierte en la obra de Leopoldo Estrada cómo surgen las ninfas, los silfos, igual que el fauno, entre las sombras de la selva, donde se han dado cita el leopardo, el tigre y el chupamirto, junto con la rosa y la magnolia”. ¿Ninfas, silfos, faunos, tigres y chupamirtos: eso es el realismo mágico?
A don Leopoldo le re-chocaba la comparación con Rousseau, pero a ratos daba su brazo a torcer:
“No hay artista sobre la tierra que no haya tenido influencias… En mi caso, desde temprana edad amé a todos los primitivos, los renacentistas y muchos de los contemporáneos; en especial mencionaré (a) algunos de los tantos que han influido en mi obra: Boticelli, Giotto, Filipo Lipi, Henri Rousseau, con el que constantemente me encuentran parentesco”.
Chingonamente, sigue:
“Ahora, después de búsquedas, de tanteos, el artista madura e impone su personalidad. Este es mi caso y ahora un Estrada se reconoce por su estilo sin leer la firma”.
Leopoldo Estrada nació en 1907, en Chilpancingo. En 1914 los zapatistas tomaron la ciudad y su familia se fue a vivir a Acapulco. Allá estudio tres años de la escuela primaria, que terminó en su pueblo natal. De aquí partió a México, a la preparatoria y, tras cursar ésta, ingresó a la Academia de San Carlos.
En San Carlos fue buen alumno, “con buenas calificaciones, pero rebelde en cuanto al sistema educativo. Todavía se hacían copias de yesos, había sistemas académicos noños. No se dejaba que la imaginación del alumno tuviera libertad. Todos pintaban igual, como el maestro, y yo mañosamente cambiaba de maestro cada año, procurando absorber sus conocimientos y tratando de no copiar su estilo”.
Veintitrés años dando clases de pintura le sirvieron a Estrada para fundamentar la importancia de las escuelas de arte, donde “se enseña el oficio de pintor y no a hacerse artista o genio”. “Lo nefasto es que el alumno egrese de las escuelas hecho un académico, donde le han cortado toda libertad de vuelo”.
Dice el entrevistador que el artista chilpancingueño contestó sus preguntas sobre religión, arte, política y sexo “con esa graciosa ironía que lo caracteriza” y que entre los chilpancingueños allegados al pintor era fama. Aún vivía cuando ya sabíamos los rayos y centellas que se echaba a sí mismo por haberle regalado cuatro pinturas al Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad Autónoma de Guerrero (hoy Pinax). Juan Sánchez Andraca cuenta que en la ocasión en que llegó a su casa para hacerle una entrevista, empezó diciéndole “Buenos días, don Polo”, y que antes de que siguiera saludando, Estrada rezongó:
–Cuando me dicen Don Polo siento que me están diciendo Don Pendejo.
“Los críticos que han escrito elogiosamente de mi pintura no están comprometidos conmigo –llegó a formular–; mi pintura es buena y no van a quedar en ridículo al hablar bien de ella. Por fortuna a ningún estúpido se le ha ocurrido dedicarme una crítica”.
Él mismo consideraba que tenía “espíritu de escobeta”, porque siempre estaba fregando.
Pero aquí es donde le preguntan: “¿Qué nos dice acerca del amor?”.
“El amor –contesta– existe desde el principio de la creación y vivirá hasta la extinción de ésta. No concibo a alguien que pueda vivir sin amor. Él genera todo lo bello y armonioso. La obra de arte que se hace sin amor está incompleta, fría. El sexo, complemento importante del amor…, en el artista es de suma importancia, inevitable para reflejar en la obra de arte lo que dista mucho de ser asexual”.
Y es que, para Abigael Bohórquez, a Leopoldo Estrada, “pintor de nostalgias, lo que más parece interesarle a lo largo de su gran obra no es la naturaleza muerta, las selvas, las profundidades marinas, el cosmos, sino la figura humana. A través de los cuerpos desnudos –sigue– logra expresar mejor el sentimiento religioso que le inspira la vida, la figura humana en la plenitud de su desnudez, ingenuidad grandiosa, impresión de cosa virginal e inmediata, consecuencias de la vitalidad imarcesible que produce este gran pincel universal que es nuestro Leopoldo”.
Entre los desnudos de Estrada hay hombres y mujeres, solos y en pareja. Uno causó tremenda conmoción: Alegoría de la pasión de Jesús, en la que Cristo crucificado fija la mirada en el espectador y (dos serafines le han quitado el lienzo que lo cubría) enseña el pene.
“¿Acaso Cristo no fue hombre?”, pregunta el maestro ante el escándalo, y para no andar con vueltas puntualiza: “A mí los prejuicios religiosos y sociales, los falsos pudores me importan un soberano cuerno. Miguel Ángel lo pintó y lo esculpió desnudo, y sigue glorioso en la historia del arte, mientras el Papa que en su ignorancia o estupidez mandó cubrir sus desnudos nos sigue pareciendo tonto y ridículo. Se debe cubrir o eliminar lo feo y lo mal hecho, esto sí que es inmoral. La naturaleza cumple con su obra creadora sin experimentar ningún sonrojo”.
El que sigue es un Desnudo de los que Leopoldo Estrada escribía:

Desnudo estás como el
Adán primero
y absorto te contemplo en
tu belleza.
Hechura sabia de manos
de alfarero
que al concebirte con amor,
copióse entero.
Todo en ti es equilibrio,
todo es reto
a lo que al fin, después,
se hizo de cierto.
Ningún descuido que
opacar pudiera
el continente de tu estar
perfecto.
Todo adjetivo es pobre al
describirte
desde el augusto rostro,
al músculo apolíneo;
y en el centro del puente de
tus muslos,
corriendo va la savia de
tus ríos.
Desnudo estás en tu
imponente aspecto,
y la luz empeñada en
alumbrarte,
enloquecida salta de tu torso
y se esconde en los
líquenes del sexo.
Desnudo estás como
columna al viento;
como mástil, antena u
obelisco.
Desnudo como Adán el
primer día
en que el Edén gozó la
primacía
del hombre que signó
nuevo portento.

Amante imaginario, el
poema que viene, parece
ser una extensión del anterior:

Tienen que ser en verde
sus pupilas
naufragando en la luz.
La expresión de bondad
se hará más fina
cuando atisbe un paisaje
de neblinas.
Tiene que ser su boca
pensativa
cuando el silencio vuelva
del sonido,
y sus manos, tan grandes
y extendidas,
libertarias de pájaros
cautivos.
Tiene que ser su risa una
continua
descensión en la escala
de platino,
y el tono de su voz se
hará más grave
cuando perciba el rezo de
los pinos.
Tiene que ser su corazón
de niño
navegando en la luz…
Su expresión de bondad
se hará más fina
cuando intacto se
encuentre en mi retina.
Tiene que ser como el
fulgor de un astro,
como el correr de un río,
como el ansia de escape
del perfume,
como el fuego que agota
hasta su brillo.
Tienen que ser en verde
sus pupilas
abiertas a un paisaje de
neblina.

El poema dedicado a Las flores termina, feliz y procazmente, así: Cómo no conmoverse a la caída / de pétalos que anuncian su agonía; / y cómo no sentir la vulva estremecida / de la orquídea que se abre humedecida / y el alcatraz que en desafiante giro / rompe el aire con sexo masculino. / Cómo no amar la lluvia de jazmines / que consteló de estrellas los jardines, / y en la magnolia, el nardo y los delfinios, / y el lirio amoratado y engreído / que enervó tantas noches de mi vida.

Pero el mero final se lo dejamos a un poema sencillo –nadie diga tierno, ni cándido; divertido sí, pero no improvisado– de don Leopoldo Estrada: La mariposa.

Es un prodigio la mariposa;
sus alas tienen como obra
de arte,
el equilibrio y los matices
más sorprendentes y
alucinantes,
que en ágil vuelo va
diseñando.
La mariposa con sus
encantos
de día parece calidoscopio
que en arcoiris se curva
y arde.
Cuando atardece,
la mariposa
en abanico se va cerrando,
linterna china que iluminada
nos entristece, cuando
pensamos:
¡Cuánta belleza, qué
corta vida
para esta obra móvil
del arte!

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