Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Humberto Musacchio

El país que recibe
Enrique Peña Nieto

Al llegar a su fin la docena trágica del panismo, en el equipo de Enrique Peña Nieto debe haber conciencia de que si el nuevo gobierno se deja llevar por las inercias, siempre poderosas, habrá la tentación de no comprarse complicaciones y dejar que todo siga igual, lo que significará más muertos, más inseguridad, más desempleo e igual o peor crisis en la educación y la salud, más pobreza y una renovada desesperanza.
Sin embargo, hay indicios de que Peña Nieto no tiene vocación suicida, como parecen probarlo los cambios que se producirán en varios rubros. Por ejemplo, las reformas promovidas para modificar la conformación del gabinete traslucen una visión diferente de los problemas y de las eventuales soluciones.
Igualmente, algunas declaraciones parecen mostrar comprensión de la esclerosis fiscal y de la urgente necesidad de elevar drásticamente la recaudación, sobre todo si, como se tiene anunciado, el nuevo gobierno procederá a abrir (léase vender) una parte o todo Pemex a inversionistas extranjeros, lo que privará al erario de la tercera parte de sus ingresos, pues se puede ordeñar una paraestatal, pero no a las empresas privadas.
Las reformas laborales que permiten la contratación por horas y el despido en fast track son un aviso de la ofensiva que se desplegará contra los trabajadores mexicanos, más de la mitad de los cuales vegeta en la informalidad, sin salario, sin seguridad social, sin derecho a jubilación ni sindicatos capaces de pelear por todo esto.
Andrés Manuel López Obrador será nuevamente el perro del mal para quienes gobiernan. En su presunto radicalismo hallarán la cortada perfecta para explicar la división que afecta hoy a la sociedad mexicana. Pero eso será confundir causas y consecuencias. Los mexicanos están dolorosamente escindidos entre los que tienen y los que carecen de todo.
La soberbia tecnocrática quiere hacernos creer que vivimos en el mejor de los mundos. Lo cierto, sin embargo, es que, en promedio, el índice de crecimiento económico de los últimos treinta años está por debajo de la tasa demográfica y que la riqueza está cada vez peor distribuida, lo que explica el éxodo sin precedente de la población mexicana: hoy, uno de cada diez mexicanos reside en Estados Unidos. Ese es el resultado de la treintena neoliberal.
Los priistas entienden que muchas cosas deben cambiar. Saben que regresan a gobernar, pero que ya no existe el viejo régimen y que hoy están presentes partidos y fuerzas de oposición, sindicatos independientes del gobierno, un Poder Legislativo respondón y una libertad de prensa que ejerce quien quiere. Desapareció el paquidérmico sector público de la economía que permitía ofrecer cientos de miles de empleos, la vieja ideología de la revolución está en el desván de los trastos viejos y todo en México reclama una recomposición.
Ese es el panorama y lógicamente la gente del PRI dispone de algunas respuestas, pero las mayores resistencias están en su cleptomanía, su autoritarismo, su ineptitud. Veamos: durante la gestión de Peña Nieto como gobernador del estado de México, la entidad pasó del lugar 15 al tercero entre los de mayor pobreza, quedó en último lugar en avance educativo y obtuvo la posición de líder en secuestros y otros delitos, lo que no es precisamente para presumir. Los feminicidios sumaron la tercera parte de los ocurridos en todo el territorio nacional y el estado de México quedó con una deuda sólo superada por la de Coahuila, pero eso sí: se multiplicó más de 13 veces el gasto en publicidad. ¿Hay razones para el optimismo?

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