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Jesús Mendoza Zaragoza

La paz, ¿un asunto de tecnología?

Tanto en el discurso como en las acciones de los responsables de la seguridad pública, en particular, y de las autoridades, en general, hay una creencia en que la seguridad tiene un perfil preponderantemente tecnológico. Cuando dicen que están haciendo su parte para darle seguridad a la sociedad, lo hacen argumentando con números. Hablan de cantidades de dinero que se invierten en programas de seguridad, hablan del número de efectivos pertrechados de armamentos de punta, hablan de las cámaras instaladas en espacios públicos y de los botones de alerta instalados en las escuelas, hablan del número de patrullas y vehículos disponibles, hablan del respaldo en los sistemas cibernéticos. Hay una idea de que la seguridad y la paz son un asunto que se consigue con dinero, con armas y con la tecnología de punta.
Esa creencia no es tan inocente. Más bien se sustenta en una falta de imaginación y de creatividad. Y sobre todo, en una carencia de responsabilidad pública. Mientras tanto, la herramienta básica que debiera usarse para la construcción de la paz, se usa para otras cosas ajenas al bienestar de la comunidad. Me refiero a la política como actividad humana, dispuesta para construir el bienestar de todos. Las autoridades no pueden olvidar o subestimar la dimensión moral de la representación que tienen, que consiste en el compromiso de compartir el destino del pueblo y en buscar soluciones a los problemas sociales en una perspectiva del bien común.
En torno al tema de la inseguridad y de la violencia, hay una percepción ciudadana muy generalizada de que, en muchos casos, las autoridades hacen un manejo irresponsable de sus funciones y que, de manera deliberada no cumplen con ellas por los riesgos que implican o porque están involucradas en dichos problemas o porque, de plano, no les interesa el bienestar de la gente. Por ello, se dedican a hacer ruido, a repetir el mismo discurso vacío en torno a la inseguridad y a presumir el uso de la tecnología para resolver los asuntos graves que nos aquejan.
La tecnología y el dinero tienen un lugar en la solución de los problemas sociales, pero jamás pueden sustituir a la política como el arte de construir la comunidad. Son herramientas expuestas a la ambigüedad, con las que se puede hacer tanto bien o tanto mal. El problema es que muchos de los políticos que están a cargo de funciones públicas no cuentan con la calidad humana y ética para sumarse como parte de la solución de los problemas sociales. Su eje vital es el poder y punto, no miran más allá. Han perdido la capacidad de soñar un mundo distinto, no tienen imaginación para buscar caminos de salida ante los obstáculos al desarrollo y a la paz, y carecen de la creatividad necesaria para ejercitar la política con un sentido hondamente social y comunitario. Hay un estereotipo construido a lo largo de décadas al que se moldean con el fin de estar dentro del presupuesto.
Hay que reconocer que la política se encuentra tan desprestigiada debido a los tantos abusos que se hacen en su nombre, que necesita ser rehabilitada. Que la política sirva para lo que es, para el bienestar de todos. Se necesita una rehabilitación ética de la política, que la haga capaz de salir del letargo cargado de corrupción y de bajezas. De esta manera, la política desplegaría todas sus potencialidades para la construcción de la paz y para dar seguridad a las personas y a los pueblos como una condición necesaria para el desarrollo integral.
Mediante la política se pueden desarrollar tantas acciones necesarias para remontar el clima de inseguridad. La primera de todas es, precisamente, el cumplimiento puntual de las funciones públicas detalladas en las leyes y reglamentos correspondientes, evitando omisiones dolosas y cualquier ilegalidad que desdiga de la función pública. Otra acción política fundamental es el respaldo institucional al respeto a los derechos económicos, sociales, culturales, ambientales, civiles y políticos de las personas y de los pueblos, los que están en la base de la construcción de una sociedad segura y en paz. Las autoridades debieran entender que no es posible construir la paz sin un compromiso real con el fortalecimiento de una sociedad civil responsable, sin la cual no hay futuro posible. La sociedad civil no es para competir con el poder sino para hacer el necesario y saludable contrapeso al poder.
En la medida en que la autoridad sea incluyente, promueva la participación de los ciudadanos y sea transparente en el cumplimiento de sus funciones públicas, podrá contribuir a la construcción de la paz y podrá garantizar la seguridad que todos necesitamos. En este contexto es muy útil la tecnología como herramienta complementaria para dar seguridad a los ciudadanos. Porque, ¿de qué sirven las inversiones millonarias en tecnología si la autoridad está coludida con los criminales o se comporta de manera omisa en el cumplimiento de sus funciones?
En este caso, hay que poner los puntos sobre las íes. La autoridad, en el cumplimiento de sus funciones tiene dos opciones: o construir la paz poniéndose al servicio del bien común o generar violencia, siempre y cuando no las cumple cabalmente por omisión, simulación, indiferencia o complicidad. En este caso, se coloca como parte del problema y no de la solución, por mucha tecnología que utilice para simular su compromiso con la seguridad y la paz.
El principal recurso para construir la paz es el ser humano dotado de inteligencia, libertad y una inmensa capacidad de amar. Las personas libres y responsables son el gran capital humano con el que contamos para cambiar esta situación de inseguridad y violencia. Y cuando estas personas están dotadas de las facultades jurídicas que otorga el servicio público, con la autoridad moral que da el auténtico servicio a la comunidad y con las capacidades humanas para liderar la participación de los ciudadanos, resultan de un valor inapreciable para el bien público.
No necesitamos tanta tecnología como nos ofrecen. Necesitamos el ejercicio ético de la política para encabezar estrategias y acciones de participación ciudadana a favor de la seguridad y de la paz. Ya estamos hartos de simulaciones y de que nos toman el pelo a los ciudadanos. Hay que entender que a la pobreza en la capacidad para liderar la construcción por la paz, corresponde el lucimiento de la tecnología que solo hace ruido y carece de eficacia.

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