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Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

* Para construir ciudadanía

A pesar de que Chilpancingo fue (¿ha sido?, ¿es?) el escenario principalísimo de más de dos meses de conflicto magisterial, incluyendo dos o tres plantones y cualquier cantidad de bloqueos, marchas y movilizaciones, la mayoría en la zona sur de la ciudad, y de que varias protestas escalaron hasta el vandalismo,  los flamantes jardines y paisajes urbanos a lo largo de la avenida Lázaro Cárdenas sobrevivieron prácticamente intactos.

Ojalá que esa sobrevivencia hubiera sucedido gracias a la espontánea y unánime conciencia ciudadana de los protestantes, o a una súbita convicción ambientalista de su parte… pero no. Con todo el respeto que merece la mayoría de los maestros disidentes, pero también con toda la sinceridad que merecen los chilpancingueños, los jardines y paisajes no libraron del todo los embates de los disidentes más beligerantes, que arrancaron algunas plantas, pintarrajearon un par de fuentes, varias piedras y, but of course, las enemistadas estatuas de don Lázaro y don Plutarco.

Si pareció que los marchistas respetaron los trabajos de embellecimiento del Ayuntamiento, fue porque el previsor alcalde Mario Moreno instruyó que un par de cuadrillas de trabajadores siguiera las marchas, para arreglar los desarreglos minutos después de sucedidos.

Pero debo ser justo y reconocer que muchos maestros disidentes, si no es que la mayoría, sí tuvieron consideración con los jardines y paisajes, y sí fueron respetuosos con los chilpancingueños. Porque si todos los marchistas se hubieran contagiado del ánimo vandálico de sus grupos de choque, el alcalde no habría tenido cuadrillas suficientes para arreglar los desarreglos en menos de una semana.

O quizá la sobrevivencia de los jardines y paisajes urbanos se debió a una recomendación explícita y clara de los dirigentes cetegistas a los coordinadores de cada contingente, y estos a su vez la transmitieron a sus coordinados.

Ojalá, porque quiero pensar que los dirigentes intuyeron que la liguita de los jardines y paisajes no debía estirarse tanto, pues ya los chilpancingueños tenían pinta de mírame-y-no-me-toques.

Si así fue, intuyeron bien, porque a diferencia de los edificios y oficinas partidistas y de la contraloría de la SEG, los jardines y paisajes urbanos no son propiedad de partidos políticos o del gobierno estatal, sino de los chilpancingueños.

Si así fue, intuyeron bien, porque aunque los jardines y paisajes urbanos fueron construidos por el Ayuntamiento de Mario Moreno Arcos, con inversión municipal y del gobierno estatal, los capitalinos de inmediato los incorporaron al patrimonio de la comunidad.

Si así fue, fue porque seguro vieron lo que todos vimos y seguimos viendo: al montón de chilpancingueños que disfrutan el parquecito del monumento a Las Banderas todos los días, todo el día, como un espacio de convivencia, recreación, descanso y relajamiento familiar y social. De hecho, es ya la locación favorita para la foto oficial de quinceañeras, recién casados y recién graduados.

Por eso, Mario Moreno debería estar satisfecho y contento con la reacción de algunos maestros disidentes, pero especialmente con la de los chilpancingueños.

Debería, porque el principal objetivo de la obra pública es mejorar la calidad de vida de los habitantes, fortaleciendo el desarrollo social y humano, con estrategias de renovación urbana.

Porque esos jardines y paisajes son parte de la infraestructura urbana con la que deben contar los centros de población, para ser funcionales y ofrecer condiciones de vida adecuada para sus habitantes.

Un asunto nada menor ni trivial, que se definió en la Conferencia General de la UNESCO, el 10 de noviembre de 2011: “una estrategia de conciliación sostenible del crecimiento urbano y la calidad de vida”.

Y es que la urbanización rápida e incontrolada de Chilpancingo en los últimos doce años, como en casi todas las ciudades medias y grandes del país, acarreó una profunda fragmentación social y espacial, así como un grave deterioro de la calidad del medio urbano y las zonas rurales circundantes. Eso se debe, como lo vivimos los chilpancingueños todos los días, a la excesiva densidad de construcción, el carácter uniforme y monótono de los edificios, la pérdida de espacios y servicios públicos, la inadecuación de las infraestructuras, las lacras de la pobreza, el aislamiento social y al aumento de los riesgos de desastre asociados al cambio climático.

Por eso, dicen los que saben, “con dinero se puede construir infraestructura, pero solo con la gente se puede construir ciudadanía”.

 

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