Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Julio Moguel

HOY, HACE 200 AÑOS

Las batallas de Morelos

Vísperas del Primer Congreso de Anáhuac

Muchos brindis y alegrías acompañaron la toma del fuerte de San Diego (20 de agosto de 1813). Los insurgentes podían presumir ahora que eran dueños de una situación inmejorable en el plano de la guerra. Pero pronto empezó a enrarecerse el panorama pues las voces que llegaban de otros puntos de la geografía novohispana mostraban indicios importantes de cansancio, pena y desaliento dentro de las fuerzas rebeldes. Esas voces hablaban, por ejemplo, de la derrota de los núcleos armados independentistas en Tlalpujahua, Huichapan y Zimapán, y de algunos importantes reposicionamientos del ejército realista en los espacios del sur. Más sonado y más sentido aún fue el descalabro militar sufrido por las fuerzas insurgentes en la batalla de Piaxtla, justo el día en que Morelos alcanzaba el punto más alto de su gloria militar en Acapulco.
Si a todo lo anterior sumamos la nota de que desde el 1 de marzo (de 1813) el virrey Calleja reorganizaba a fondo al ejército realista y armaba una estrategia de combate contra los insurgentes mucho más afinada que la que en su momento había desarrollado Venegas, podremos entender, como veremos, que puede medirse la derrota realista en Acapulco como una especie de victoria a cuenta del déspota Calleja, pues desgastar la vanguardia insurgente comandada por Morelos obligándola a fijar sus plantas por un larguísimo tiempo (alrededor de seis meses) en un solo punto del país, por muy importante que éste fuera, resultó ser en muchos sentidos una bendición para las fuerzas imperiales y una maldición para una buena parte de los grupos insurrectos. Con pérdidas tan relevantes para el movimiento independentista como el aniquilamiento del regimiento de San Lorenzo, parte importante de la división comandada por Mariano Matamoros.
¿Habría sido esa estrategia de desgaste la razón de la empecinada defensa realista del castillo de San Diego? Es lo más probable, dentro de un operativo de tablero mayor que tuvo en todo momento sus fuentes de comando en la capital del virreinato. Porque en las nuevas condiciones del Imperio, bajo la batuta de Calleja, todo era centralización y fuerza vigilante en torno a una sola e implacable mirada escrutadora.
¿Habría tenido José María Morelos otras opciones militares? Ya hemos hablado de la opinión de Julio Zárate (México a través de los siglos) en el sentido de que después de la toma de Oaxaca (25 de noviembre de 1812) el cura de Carácuaro debió haber optado por seguir el camino hacia los territorios del Centro, en la ruta de Puebla para luego avanzar sobre la capital del virreinato. Pero en el concepto del líder insurgente –ya lo hemos señalado en otra entrega– a esa específica jugada le faltaban al menos tres importantes logros de la causa: a) La unificación de las fuerzas rebeldes bajo un mando unificado (a la cabeza, y sin dudarlo, del mismísimo Morelos); b) La presencia, de cara a los países extranjeros (Estados Unidos, Francia e Inglaterra), de una fuerza territorialmente consolidada en el sur de la Nueva España (con sus derivaciones importantes hacia áreas del sureste y del centro-occidente) para mostrar músculo guerrero, pero también, y sobre todo, fuerza y solvencia gobernantes; c) El lanzamiento formal de una plataforma constitucional y de un cuerpo nacional legítimamente establecido que prefigurara el Estado –republicano– naciente.
Con el rezago indicado en el tema militar y de cara a los graves problemas derivados de esa desesperante espera en Acapulco, Morelos entendió de  pronto que un nuevo enemigo se había posicionado de la escena: el tiempo. Vio en sus balances de estratega que algo andaba mal; acaso demasiado mal para su gusto. Vio quizá reflejada en el curso de sus sueños una gran derrota militar. La gran derrota. Pero las voces vivas de la fiesta ligada a la toma del fuerte de San Diego generaban el efecto contrario: porque la importancia del hecho magnífico de armas en aquellas luces de agosto también decían que ganar era posible; que los más pobres de los pobres podían derrotar al rico y poderoso más bragado. Y que era posible tocar la gloria con los dedos en ese específico momento: el “mío”, el “de hoy”, el “nuestro”.
Pero el sueño empezó a ser una pesadilla cuando en el camino hacia la realización del Congreso de Anáhuac (septiembre de 1813, en Chilpancingo) emergieron de nuevo las contradicciones que hacía tiempo dividían a la Junta de Zitácuaro. La guerra entre el núcleo de Rayón y el que se articulaba en torno a Liceaga y Berdusco había llegado a su clímax, generando las posibilidades de un posible naufragio. Frente a ello Morelos intentaba mediar, y ganarle tiempo al tiempo. En marzo de 1813 señalaba en escrito:
“El rumor de (las) desazones (entre el núcleo de Rayón y el de Berduco y Liceaga) ha volado a estas provincias; en todas se ha observado un general disgusto; quiera Dios que no siga el cáncer adelante, que es lo que desea el enemigo. Me sacrificaré en hacer obedecer a la Junta Suprema, y jamás admitiré el tirano gobierno, esto es, el monárquico, aunque se me eligiera a mí mismo por primero. Es indispensable que nos arreglemos a las exposiciones y manifiestos publicados por ella, que es en lo que están entendidas todas las provincias: todo lo demás es desacierto; me parece que si no lo he dicho todo, poco falta… (…) yo siento sobre manera esos acontecimientos por los incalculables daños que pueden acarrear en un tiempo tan crítico, en que no debemos pensar en otra cosa sino en hostilizar al enemigo, privándole de todo comercio, como que no hay esperanza de sacar de su despotismo partido alguno: lo siento también por el especial afecto que profeso a cada uno de los tres señores vocales, y lo siento por no poderlo remediar… (Bustamante, Cuadro histórico, t. II)
Ganarle tiempo al tiempo. Lo importante era ahora llegar al Congreso de Chilpancingo para que éste prescribiera, sin decirlo, una fórmula simple de eutanasia para la Junta comandada por Rayón. Éste, por su parte, hacía lo imposible para evitar que se pusiera fecha al mencionado Congreso. A lo que Morelos respondía (el 5 de agosto de 1813):
“Vuestra Excelencia dice que es bueno celebrar la junta, pero sin señalar tiempo ni lugar: dice asimismo que le afligen los enemigos, y yo añado con todos los que tienen ojos y oídos, que seguirán persiguiéndole, y que en la única provincia de Michoacán, que es la que pisa, no tiene Vuestra Excelencia un lugar seguro donde se instale el Congreso y la seguridad necesaria para el efecto…”
Morelos lanzó entonces su convocatoria al encuentro constitucionalista de Chilpancingo sin el aval de Rayón. Mas siempre dejando a éste una salida: dirimir toda diferencia en la confrontación filial, amiga, justo en el marco ofrecido por la celebración del evento a venir: el gran (primer) Congreso de Anáhuac.

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