Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Federico Vite

Retroguardia

John Banville es un novelista irlandés; su obra ha sido merecedora de varios premios. Algunos de sus libros son Imágenes de Praga (Herce, 2008), El mar (Anagrama, 2005), Imposturas (Anagrama, 2003), Eclipse (Anagrama, 2000), El intocable (Anagrama, 1997), El libro de las pruebas (Anagrama, 1989), Mefisto (Ediciones 62, 1986), Copérnico (Edhasa, 1984), La carta de Newton (Barcelona, Edhasa, 1982) y Kepler (Edhasa, 1981). Ha publicado con el pseudónimo Benjamin Black una serie más de novelas policiacas (El lémur, El otro nombre de Laura y El secreto de Cristine). Tanto críticos como novelistas lo consideran el mejor escritor de su país. Banville define muy bien algunos de estos halagos que no le molestan ni lo envanecen. ¿Por qué? Veamos. Banville comenta en una entrevista que le realizó el escritor Rodrigo Fresán: “Yo soy irlandés, y los escritores irlandeses escribimos en inglés, una lengua extranjera. No nos sentimos cómodos, miramos el lenguaje desde fuera. Cuando leo a Nabokov (de origen ruso) le entiendo perfectamente, porque también escribe inglés desde fuera. Un autor inglés intenta que su prosa sea fácil y transparente, siguiendo el consejo de George Orwell: el texto debe ser como una hoja de cristal. Para mí, para los irlandeses, no debe ser un cristal, sino una lente capaz de aproximar, alejar o distorsionar. Mire, venimos del gaélico, una lengua extraordinariamente evasiva en la que no es posible decir cosas directas. No se puede decir, por ejemplo, “soy un hombre”. Habría que decir algo así como “estoy en mi hombría”. El gaélico es oblicuo y se aleja continuamente de lo esencial, mientras el inglés es lo contrario, va directo al grano. “Esa tensión, nacida a mediados del siglo XIX, cuando dejamos de hablar gaélico y adoptamos el inglés del imperio, generó un lenguaje nuevo y potente. El lenguaje de Wilde, Yeats, Shaw, Joyce, Beckett, distinto del inglés de Inglaterra, Estados Unidos o Australia”.
Se pone al margen de los monstruos sagrados y reconoce que sus limitaciones le permiten recrear el mundo a su manera. Afirma que para él el texto es un lente que distorsiona y aproxima ciertos hechos. Varias de sus novelas ejemplifican con precisión esta peculiar manera de ver el mundo: su proposición literaria que derivada de una imposición del inglés como lengua materna.
¿Por qué Irlanda tendrá tantos escritores extraordinarios? Para Banville, esta pregunta es difícil de contestar. Señala: “es un país pequeño con un número extraordinario de escritores de una estatura enorme. No parece que tengamos muchos escritores mediocres, sólo maravillosos o realmente horribles. Joyce lo metió todo, Beckett lo sacó todo, y los demás nos movemos en el terreno que dejaron en medio sin saber muy bien qué hacer. Por mi parte, he tratado de forjar un nuevo tipo de ficción que es en buena medida un tanto pedestre… Se trata de buscar nuevos modos de avanzar. ¿Por qué sentimos que tenemos que hacerlo? No lo sé. Creo que uno de los peores consejos que se pueden dar es el de Ezra Pound: ‘que sea nuevo’. Un buen día, cuando tenía unos cuarenta años, me pregunté: ¿por qué, qué hay de maravilloso en que algo sea nuevo? Lo que valoramos y apreciamos más en el arte es el elemento tradicional que contiene. De manera que me he transformado en un antivanguardista. Es decir, soy el líder de la retroguardia irlandesa”.
Banville, con la tradición literaria que lleva sobre sus hombros, toma la decisión más sabia: escribir como lo requieren sus historias. No se preocupa por crear novelas escandalosamente novedosas. Escribe como suelen recomendar los viejos, juntando una palabra tras otra para dar cuenta de su universo interno.

468 ad