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Silvestre Pacheco León

La playa de las Gatas

¿Vamos a la playa de los gatitos? Me pregunta Valentina para confirmar su deseo cuando nos dirigimos al muelle de Zihuatanejo, después de que durante el almuerzo convenimos en pasar el día en la playa de las Gatas.
Cuando corrijo a mi nieta sobre el nombre de la playa que visitaremos le explico que no es de los gatitos, que se llama las Gatas en alusión a la abundancia de escualos que en otros tiempos poblaron esa parte de la bahía.
La entretuve platicándole sobre esos pequeños tiburones llamados gatas que apenas rebasan el medio metro de largo y que se conocen así por lo inofensivos que son y también por el parecido que muchos le encuentran con los mininos, por sus  ojos alargados, su boca pequeña  y los largos bigotes que les tienen.
Cuando subidos en la lancha cruzamos la bahía de Zihuatanejo Valentina me recuerda que los tiburones son peligrosos si se quiere pelear con ellos, pero desde la embarcación se siente segura y mira atenta el avance de la lancha pensando que puede ver un tiburón o una tortuga, pero en este paseo se tiene que conformar con los peces sapo que merodean en la superficie junto al muelle fiscal.
Estamos al final de las vacaciones y aunque no es la mejor temporada para que los lugareños podamos disfrutar de las playas que se llenan de visitantes decidimos aventurarnos como una familia más de las que se hacen a la mar para vivir el influjo de ese mundo ajeno a nuestras vidas y sin embargo tan cercano para quienes vivimos en la costa.
Ahora son muchas lanchas las que se ocupan del servicio de pasajeros y hasta se podría decir que su capacidad instalada supera la demanda de visitantes.
Aunque las bondades de la competencia se notan más en la abundante mano de obra ocupada en la operación de las embarcaciones y en el ascenso y descenso de pasajeros, las diferentes sociedades dueñas de las concesiones del transporte no se distinguen unas de otras en la calidad del servicios. Todas están en el mismo nivel y  ninguna compite a la baja en el precio del pasaje. Los 40 pesos por persona en viaje redondo incluyen hasta los niños pequeños.
Éste sábado no es el mejor para lancheros y restauranteros, pues a pesar del día soleado y el calor agobiante los turistas apenas llenan la mitad de la playa y posiblemente por eso las embarcaciones se atropellan en el muelle para acomodarse en espera de turno.
En toda la playa de las Gatas reina el orden. Los dueños y empleados de las enramadas han dejado atrás la arraigada mala costumbre de atosigar a los paseantes tratando de acapararlos como si fueran borregos. Ahora ofrecen sus servicios con mesura, cuidando de quedar bien con el turismo.
Esta playa es la más distante de la ciudad localizada en el extremo sur de la bahía de Zihuatanejo siguiendo el contorno de la costa, de izquierda a derecha hasta casi cerrar el círculo a la altura de la bocana.
Sus encantos son muchos porque pareciera que se trata de una isla porque sigue vedado el camino para los vehículos terrestres. Si no es por lancha la otra manera común de llegar es bordeando la playa, por un largo camino que recorre desde el centro de la ciudad por toda la playa de la Ropa hasta la vieja construcción de piedra que se conoce como El Capricho del Rey. En adelante el camino es una zona pedregosa y resbaladiza  de medio kilómetro de largo.
Por años uno de los deportes favoritos de los lugareños es el cruce de la bahía desde la playa de las Gatas a la playa Principal, después de que los competidores son llevados en lancha hasta aquella playa.
Durante un tiempo recuerdo que fuimos los miembros del  Colectivo Costa Libre quienes tomamos la iniciativa de incitar a los habitantes del puerto para acometer la proeza de cruzar la bahía a nado cuando menos una vez en su vida. Quienes lo hacían, sin importar su edad, sexo, ni el tiempo en lograrlo, recibían el certificado que los reconocía como verdaderos zihuatanejenses o hijos de Cihuatetéotl, el espíritu femenino de la mitología mexica.
Ahora a la playa de las Gatas ha llegado la luz eléctrica, pero eso no ha sido suficiente para que el asentamiento humano crezca, pues la carencia de agua dulce en el lugar es el mayor obstáculo para la vida diaria.
Los visitantes poco reparan en esa realidad porque todos llegan para disfrutar en las mansas aguas transparentes de esa enorme alberca formada por un promontorio de rocas de gran tamaño que desde la entrada de la bocana van dispuestas paralelas a la costa como un gran dique rompeolas de varios metros de espesor.
Para hacer de esa obra de la naturaleza una leyenda atractiva para los turistas, durante muchos años se dijo y se creyó que el muro rocoso era obra humana y que había sido el rey purépecha o Tarasco Calzontzin quien en un arranque de capricho lo mandó construir para darle seguridad a la familia real que gustaba de vacacionar en ésta playa.
Claro, la leyenda tenía sus asideros en el hecho histórico de que en ésta región se trazaban los límites del imperio de los purépechas con el pueblo de los cuitlatecas cuyo centro ceremonial era la recientemente descubierta ciudad de Xihuacán, asentada en la vecindad con el pueblo de La Soledad de Maciel.
Pero tan atractivo como entonces resulta el paseo en ésta playa que la experiencia del visitante queda anclada en sus recuerdos como las finas heridas que provocan los corales y ripios asentados en el fondo del mar o las plantas acuáticas que te acarician.
La tibieza del agua ni te cansa ni te enfría si la dejas, porque su temperatura es la misma que reina en el ambiente.
Chicos y grandes se admiran igual de los peces multicolores que van y vienen al ritmo de las olas del mar. Aquí y allá se ven los grupos de turistas que snorkelean unidos a una tabla de surf explorando el mundo marino sabiéndose seguros.
Pero la mayoría de los turistas se conforman con admirar lo que alcanza su vista desde los camastros de la playa o tendidos al sol sobre la arena fina y blanca que contrasta con el verde follaje de los árboles de mangle.
Por su parte Valentina ha hecho amistades. Primero platica con una pareja de mujeres maduras que se sienten complacidas con la menuda lugareña que les canta y declama animada por la abuela, después ya está compitiendo con los niños que juegan a esperar la ola recostados de espaldas al mar.
Claro, lo idílico del paseo no deja de lado las chapucerías de los comerciantes contra los vacacionista. Si ya aceptaste la oferta de ocupar una mesa, unas sillas y los camastros al precio de lo que consumas, esperas un buen trato, servicio decoroso y calidad en los alimentos pactados, pero si tú que vives en el puerto eres la primera víctima del mesero que primero se olvida de traerte el coco que hace media hora le pediste y cuando por fin te lo trae te entrega uno que parece abierto con un picahielo o desarmador en cuya estrecha oquedad apenas puede penetrar el popote, empiezas a imaginarte lo que harán con los visitantes de otro lugar.
Lo peor sucede cuando te das cuenta que a tu coco le han vaciado el agua, pues para colmo el reclamo ya no lo puede recibir el mesero que te atendió porque anda ocupado en otros menesteres, entonces te conformas porque el nuevo empleado, condescendiente, trata de convencerte de que todo está bien y que tu mala experiencia fue un pequeño descuido de quien tomó de la barra como bueno el coco vacío recogido de otro servicio.

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