Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

Viaje por la diversidad de Costa Grande

Aún con poca lluvia y no menos violencia, la Costa Grande sigue siendo la exuberancia de sus paisajes, la diversidad de sus olores y sabores, y la prestancia de sus moradores.
Prácticamente cualquier viajero que tenga el privilegio de recorrer esa región del estado, sin siquiera salir de la carretera federal, puede disfrutar de esa variada y diversa riqueza de la Costa Grande.
Si viajas desde Zihuatanejo hasta Acapulco, ni siquiera necesitas apartar la vista del océano para encontrar los acantilados, divisar la sierra y atravesar los cerros que aún conservan su selva natural.
Las bellezas naturales con vocación turística, ricas en manglares, lagunas, mar y playa a todo lo largo del viaje con pueblos y pobladores a cual más hospitalarios.
Zona semidesértica con acantilados y el mar al pie en El Calvario; la selva tropical imperturbada casi invadiendo la carretera, todo el tramo sinuoso desde la playa El Cayaquito de Papanoa hasta más adelante del Puerto Vicente Guerrero.
Luego los ríos, empezando por el que da vida a San Jeronimito y Palos Blancos surtiendo a la laguna de Potosí; después el de Petatlán que discurre todo el año hasta la laguna de Valentín. Más adelante el impetuoso río de Coyuquilla, el más largo de los tres y el que más pueblos cruza desde El Durazno en Coyuca de Catalán hasta los coyuquillas norte y sur de Petatlán, marcando linderos con Tecpan de Galeana.
Luego el río que divide a los San Pedros y más adelante el compartido entre Atoyac y San Jerónimo, hasta llegar al majestuoso río de Coyuca de Benítez.
En la orilla de la carretera, desde Los Achotes municipio de Zihuatanejo y hasta el Pie de la Cuesta en Acapulco, encuentras los puestos de cocos frescos que venden para ser consumidos como fruta, partidos en tu presencia por un precio que no puedes regatear, que incluye tanto el agua como la pulpa.
Proliferan los viveros de plantas nativas, exóticas y endémicas como los guayacanes de corteza caprichosa que originalmente nacen a la orilla del mar, de follaje intrincado, hojas menudas y flores delicadas. Las palmas sicas traídas del Oriente y el ficus generoso, que se han adaptado aquí de maravillas, así como las plantas de algodón bermejo que nacen y crecen nomás con agua y sol, con sus grandes y encendidas flores blancas y lilas que preceden al nacimiento y maduración de sus bellotas cuyo algodón nos recuerdan el preciado tributo de mantas que pagaban al imperio azteca los pobladores originales de la región.
Desde El Coacoyul, donde uno puede conseguir miel de abeja envasada artesanalmente en el restaurante de quien fue pionero en el establecimiento de apiarios y que todos conocen como don Tele, hasta Juluchuca, en el municipio de Petatlán donde los pobladores han diversificado su oferta originaria de sal de mar, con dulces de coco y frutas de la temporada como las papayas saladas por el agua salobre que las riega, los plátanos machos, los mangos y las sandías.
Y como los mariscos no podrían faltar en este recorrido, en El Calvario más de una decena de enramadas ofrecen exquisitos platillos de productos del mar que uno puede consumir mientras disfruta la vista al océano.
Quizá los puestos más diversos de frutas exóticas son los que van creciendo en la recta de la carretera que nos acerca a Papanoa. De uno y otro lado hay mangos de variedades diversas como los fuertes, carnudos y alargados ataúlfo, los llamados panameños con forma de huevo y de colores entre amarillo y verde, y los criollos, pequeños y pescuezudos.
Aquí puede uno probar las civilizadas ciruelas carambolas, carnudas y agridulces cuya figura forma una estrella. Cuelgan las pencas de plátanos machos, maconchos, repúblicos y manzanos, así como las exóticas yacas afrodisiacas que crecen como balones de baquetbol en sus árboles enclenques que requieren de puntales para soportar tanto peso de las olorosas frutas cuyo perfume semeja, a veces plátanos, a veces piña, mamey y todos en conjunto.
Lo novedoso ahora en esos dos puestos de frutas son las muy costeñas escobas de melena blanda hechas de la palma de coco y muy propias para recoger la basura menuda y el polvo, y las fuertes y flexibles escobas confeccionadas con las varas de la palma de cocotero.
A poco de andar se llega a la zona de carga habilitada por los productores de mango de San Luis La Loma y San Luis San Pedro, donde los camiones esperan turno. En las bodegas uno puede comprar desde una caja de mangos hasta una tonelada.
Pasando el puente de San Luis, casi junto a la gasolinera hay un puesto de tacos que anuncia un chivo macho, pero sólo para los madrugadores porque cuando calienta el sol los tacos se acabaron. Enfrente de la gasolinería, si uno tiene suerte puede encontrar el afamado queso fresco, la crema y el requesón que las mujeres transportan y reparten por toda la costa en tinas de hoja de lata.
En la entrada principal de San Luis San Pedro siempre está abierta la tienda cooperativa de mujeres que ofrece productos derivados de los mangos en forma de fruta deshidratada, licor, jugo y mermelada.
Si el destino te lleva a la cabecera municipal de Tecpan de Galeana, en El Súchil verás las afamadas mecedoras de bocote, hechas sin un solo clavo, con los descansabrazos de una sola pieza hormadas en agua caliente, cuya madera en la costa es más durable que cualquier mueble de metal.
Poco antes de llegar a la caseta de cobro, en el libramiento de Tecpan, precisamente en el pueblo cuyo nombre (Rodesia) nos recuerda a Nelson Mandela, cada familia puso un puesto para vender plantas, frutas y jugo del milagroso noni traído de Hawaii y que en pocos años se popularizó en la región hasta saturar el mercado. Ahora, como para no perder la costumbre algunas familias ofrecen también los jugosos y dulces chicozapotes que venden por montones, tamarindos sin pelar, frijol criollo, a veces ejotes, y cacahuates crudos.
Así llegamos a San Jerónimo El Grande donde sus mujeres son especialistas en los tamales de elote y las empanadas de coco.
En el pueblo de Santa Rosa, antes del entronque para Atoyac los artesanos han mejorado su calidad como escultores y ofrecen cotorros, guacamayas, garzas y flamingos como adornos de jardín.
Luego llegamos a la Y griega donde las apicultoras de Atoyac han sentado sus reales y sus puestos para ofrecer tantos productos derivados de la miel que su variedad es la muestra palpable del dominio que estas mujeres tienen de la industria melífera. Lo que menos importancia tiene es la miel envasada, pues derivada de ella elaboran champús, jabones, cremas y dulces.
Más adelante, en el paso obligado de Coyuca de Benítez, parte del paisaje son las mujeres costeñas con sus canastos copeteados de empanadas de coco, los plátanos deshidratados y las horneadas tortillas de maíz.

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