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Federico Vite

Un detective hormonado

Grecia también tiene sus asegunes y abusos tremebundos, eso nos dice el escritor Petros Márkaris en su novela Defensa cerrada (Ediciones B, 2006). Este libro, protagonizado por el teniente de la policía civil griega, Jaritos, evidencia lo que actualmente es la cuna cultural de occidente: un salvaje mercado negro.
Esta Atenas, donde Jaritos se desenvuelve, no es una postal en la que los teatros antiguos aparecen llenos de filósofos. Simple y sencillamente, bajo la óptica de este narrador, Atenas es una ciudad como cualquiera, con bolsas de basura amontonadas en las calles, manifestaciones políticas a cada instante, policías mal pagados, guaruras ambiciosos, futbolistas frustrados e infinidad de yonkis que buscan al siguiente dealer en la oscuridad sui generis fondeada por el Mediterráneo.
Así que Jaritos se va de vacaciones con su esposa a una pequeña isla griega, en casa de su cuñada, pues no tienen dinero para ningún otro exceso, pero un moderado temblor de 5.8 grados deja al descubierto un cadáver que ha sido enterrado recientemente. Este es el motivo por el que el detective vuelve a su oficina y un día más tarde se le encarga el homicidio de un empresario al que todo mundo teme, era dueño de centros nocturnos, equipos de futbol y agencias dedicadas a estudios políticos. Sobre estos dos difuntos se fundamenta una novela muy bien narrada, amena y, sobre todo, honesta.
Abusando del gruñón Jaritos, Márkaris aprovecha todas las ocasiones para despotricar en contra del sistema gubernamental; critica a su jefe inmediato, la impunidad de los ministros y, sobre todo, a los millonarios que fomentan el rencor social y abusan de cuanta persona conocen. Podría decirse que Jaritos es un detective hormonado, incluso el hecho de que su esposa no le prepare tomates rellenos, “como cualquier griego que merezca respeto”, es motivo de una crisis vespertina de mal humor. Con tanta tensión, Jaritos truena y pasa una temporada en el hospital, desde donde dicta instrucciones para que sus elementales Watsons mantengan las manos ocupadas en el homicidio del empresario mientras el detective sobrelleva la separación de su hija, aún estudiante del doctorado en leyes, y se entera que el nuevo pretendiente de su nena es justamente el médico que lo atiende. El único divertimento de este caballero es leer diccionarios. Parece gritarnos que necesita renombrar el mundo, redefinirlo cada vez que descubre una palabra nueva y la pronuncia alzando la voz.
Defensa cerrada posee una trama interesante que linda entre lo político y lo social.?Esta novela, a pesar de su extensión de 451 páginas, se deja leer con gusto; en especial, por el suspenso, esa especia que los lectores del género policiaco degustan con renovado interés cuando la historia, como es en este caso, no sólo reúne todas las características del género sino que muestra los problemas familiares de Jaritos, ese teniente que nos recuerda que la fortaleza y la debilidad del mundo occidental son claroscuros de una modernidad grisácea, como la actual Atenas.
Parece decirnos Márkaris que el lado oscuro de la modernización europea está por consumarse, sobre todo si se pone en peligro el acervo cultural europeo.
La idiosincrasia griega, expuesta por Jaritos, fundamenta una tesis: ante tantos obstáculos, incomodidades e ineficacias, Grecia extiende su derrumbe económico, es una sociedad ansiosa porque no hay muchas maneras de ganarse el pan diariamente.
Márkaris nació en la comunidad armenia de Turquía, fue apátrida durante años, estudió en Austria y Alemania, y en 1967 se instaló en Grecia. Es guionista y dramaturgo, pero el éxito internacional le llegó a finales de los 90 con las novelas protagonizadas por Jaritos, este observador crítico de Grecia, un detective que hace amena la vida y, sobre todo, fomenta la idea de que el Estado siempre se equivoca favoreciendo a los ricos. Todas las novelas sobre Jaritos pueden leerse cómo parte de la historia griega, como un documento en el que se diseccionan los hechos que atormentan a un gran sector poblacional de ese país mediterráneo.
En Defensa cerrada, un informante le pregunta a Jaritos si la policía puede ofrecer protección contra la mafia. El detective contesta: “¿Es una broma? Somos incapaces de proteger a un ciudadano. Ellos tienen más dinero y mejores recursos que la policía. Además nosotros nos vemos limitados por las leyes mientras que ellos hacen lo que le da la gana”. Seguramente eso le suena familiar; también, deprimente. Aunque ya se sabe, no sobra decirlo: la novela policiaca sirve para exhibir las miserias de esto que pomposamente llamamos modernidad.

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