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Julio Moguel

HOY, HACE 200 AÑOS

*Las batallas de Morelos

Julio Moguel

República o monarquía moderada

La primera etapa del Congreso de Anáhuac (septiembre-noviembre de 1813), en Chilpancingo, fue todo menos una fiesta de amigos. El historiador David Cienfuegos dibuja con claridad el eje del conflicto: “(…) Rayón, presidente de la Suprema Junta Nacional Americana, además de sostener el proyecto de la monarquía moderada, pretendía conservar la primera jefatura de la nación insurgente y concentrar en sus manos todo el poder del Estado nacional en proceso de formación, bajo la autoridad soberana del rey, a través de un sistema cuasi-parlamentario, que implicaba la reunión de los órganos legislativo, ejecutivo y judicial bajo el control del reino americano. Por su parte Morelos, cuarto vocal de dicho organismo, pensaba que la monarquía sin monarca no respondía ya a las aspiraciones del pueblo insurrecto –ni siquiera la monarquía constitucional sin monarca– y postulaba una república democrática, así como una clara, expresa (…) división de poderes”. (Morelos y el Congreso de Anáhuac a 200 años de distancia).
Esta específica diferencia marcaba mucho más que un solo punto de la agenda, pues ser fernandista o no en el espacio-tiempo que ya entonces se vivía marcaba sustantivamente el rumbo del movimiento independentista y, con ello, los parámetros y las condiciones en que tendría que asumirse en adelante el concepto y las fórmulas de la transformación del país.
Un  punto derivado de esa diferencia, significativamente sensible, era sin lugar a dudas el que se refería a la estructuración orgánica de los nuevos poderes (pre)estatales, con dos líneas cardinales: la de quienes defendían la idea de que todos los poderes fueran concentrados en  una junta suprema o en un supremo congreso soberano, frente a la de quienes querían llanamente una república democrática plenamente armada desde sus tres poderes (ver mismo trabajo de Cienfuegos). De lo que dependía, por añadidura, quién y bajo qué formatos quedaría constituido el poder ejecutivo.
Ya hemos relatado en la entrega anterior cómo es que Morelos sorteó este litigio, haciéndose hábilmente del título de generalísimo el 15 de septiembre (de 1813). Por lo que a nadie sorprendió, desde ese punto, que el cura de Carácuaro declarara que los tres vocales de la antigua Junta de Zitácuaro (Rayón, Berdusco y Liceaga) fueran retirados del mando, al tiempo en que nombraba a Mariano Matamoros como comandante en jefe de las armas en la provincia de Tecpan, Oaxaca, Veracruz, Puebla, Tlaxcala y México, y a Manuel Muñiz como jefe militar de Valladolid, Guanajuato, Potosí, Zacatecas y Guadalajara.
Ausente Rayón durante los primeros días de la instalación del Congreso, y ajeno entonces al debate y a los juegos de vencidas que se dieron sobre el terreno, terminó por convencerse que no tendría oportunidad de ganar posición alguna en la nueva partida ajedrecística si no pasaba lista de cuerpo entero en el propio escenario congresista. Fue por ello que el 2 de noviembre tocó piso finalmente en Chilpancingo –¡48 días después de que el Congreso había dado a Morelos el cargo de generalísimo!–, juramentando dos días después como miembro legítimo del nuevo organismo.
¿Llegaba a Chilpancingo derrotado? Cualquiera pudo haber supuesto que sí, pues Morelos concentraba ya en sus manos tanto el poder militar como el político. Pero no pareció así a quienes vieron entonces a Rayón lanzarse con enjundia a combatir lo que mes y medio antes había quedado establecido. Y lo hizo con un escrito que, presentado al Congreso después de la asamblea que votó el acta de declaración de independencia, exponía sus razones sobre el por qué de su voto contra la forma tajante en la que se había definido la independencia de España. Aún era indispensable, en su criterio, que el Congreso de Anáhuac hiciera una declaración de fidelidad a Fernando VII, pues de no hacerlo se reducirían los núcleos sociales adherentes a la causa al tiempo en que se desatarían algunas de las fuerzas que, desde la retrógrada voluntad de los indígenas, buscarían “restituir sus pasados gobiernos y restaurar sus viejas monarquías.” (Julio Zárate, México a través de los siglos).
Pero ya no hubo oído que lo oyera ni palmas que le aplaudieran, pues los miembros del Congreso aprobaban entonces sin dilación un documento que marcaba la nueva ruta de independencia republicana. Conviene citarlo sin economía de texto:
“El Congreso de Anáhuac, legítimamente instalado en la ciudad de Chilpancingo de la América Septentrional por las provincias de ella, declara solemnemente a presencia del Señor Dios, árbitro moderador de los imperios y autor de la sociedad, que los da y los quita según los designios inescrutables de su providencia, que por las presentes circunstancias de la Europa, ha recobrado el ejercicio de su soberanía usurpado; que en tal concepto queda rota para siempre jamás y disuelta la dependencia del trono español; que es árbitro para establecer las leyes que le convengan, para el mejor arreglo y felicidad interior: para hacer la guerra y paz y establecer alianzas con los monarcas y repúblicas del antiguo continente, no menos que para celebrar concordatos con el Sumo Pontífice romano, para el régimen de la Iglesia católica, apostólica y romana, y mandar embajadores y cónsules; que no profesa ni reconoce otra religión más que la católica, ni permitirá ni tolerará el uso público ni secreto de otra alguna; que protegerá con todo su poder y velará sobre la pureza de la fe y de sus dogmas y conservación de los cuerpos regulares. Declara por reo de alta traición a todo el que se oponga directa o indirectamente a su independencia, ya protegiendo a los europeos opresores, de obra, palabra o por escrito; ya negándose a contribuir con los gastos, subsidios y pensiones para continuar la guerra, hasta que su independencia sea reconocida por las naciones extranjeras: reservándose el Congreso presentar a ellas, por medio de una nota ministerial, que circulará por todos los gabinetes, el manifiesto de sus quejas y justicia de esta resolución, reconocida ya por la Europa misma. Dado en el palacio nacional de Chilpancingo, a seis días del mes de noviembre de 1813. –Lic. Andrés Quintana, vicepresidente. –Lic. Ignacio Rayón. –Lic. José Manuel de Herrera, –Lic. Carlos María de Bustamante, –Doctor José Sixto Berdusco, –José María Liceaga. –Lic. Cornelio Ortiz de Zárate, secretario”.
Las contradicciones en el seno del movimiento independentista no terminarían en este punto. Pero cada una de las líneas de este texto señalaban ya una sola ruta y un solo puño de mando en el ejército insurgente: el de José María Morelos. Llegaba entonces el tiempo para éste de revisar con todo detalle las nuevas condiciones del tablero de guerra, y retomar el vuelo…

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