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Silvestre Pacheco León

Una semana en la ciudad de México

Es el principio de la segunda quincena de agosto y la Ciudad de México ofrece un clima espléndido, casi sin lluvia y con días soleados para beneplácito de quienes inician clases y también de los que pueden seguir de vacaciones.
El tradicional paseo por Reforma sigue siendo tranquilo durante los fines de semana en que abundan los ciclistas, ahora sólo alterado por los grupos de maestros y granaderos frente al edificio del Senado.
El Zócalo en cambio está tomado y convertido en un enorme campamento de los maestros de provincia que ha movilizado la CNTE para presionar al gobierno federal para que incorpore sus propuestas a la reforma educativa en las leyes secundarias.
Son cientos las tiendas de campaña que se extienden por toda la plancha del zócalo y algunas calles aledañas haciendo imposible el tráfico tradicional de personas y vehículos inclusive en las paradas del metro.
Aún así la ocupación de ése espacio público para una manifestación gremial no representa mayor obstáculo para los paseantes que aprovechan el reducido callejón formado por vallas metálicas que el gobierno habilitó para pasar frente al Palacio Nacional si uno quiere llegar  a la calle de Correo Mayor.
Tampoco hay obstáculo insalvable para acceder a la Catedral donde aún permanece abierta la puerta del perdón que se abre cada 25 años con la gracia de exentar de sus pecados a todos aquellos católicos que cruzan por ella.
Es más, si no fuera por los medios masivos de comunicación que durante todo el tiempo repiten como única verdad la noticia del caos vial que provocan los maestros, a cualquier paseante esa situación le pasa inadvertida y hasta le resulta fácil encontrar otra explicación a la tardanza del turibús que en éstos días ha modificado su ruta, debido a los bloqueos, pero sin suspender el servicio.
La peatonal avenida Madero sigue a reventar de viandantes durante todos los días, facilitando la comunicación por todo el Centro Histórico, sea que uno quiera llegar al Zócalo o disfrutar de la remodelada Alameda  y Bellas Artes, y también para visitar los museos del Estanquillo, el Franz Meyer, o de plano para tomarse un desayuno en el Sanborns de los Azulejos.
En el Palacio de Bellas Artes la programación de sus actividades sigue como si nada y en las visitas guiadas para conocer en detalle la historia y la riqueza que guarda, la pluralidad se manifiesta entre turistas mayoritariamente latinoamericanos que conviven con mexicanos de provincia y uno que otro capitalino.
Hemos paseado en el turibús por muchas partes de la ciudad y caminamos más de una vez el Centro Histórico y nunca nos sentimos víctimas de las movilizaciones del magisterio, quizá porque sabemos que las dificultades del tráfico son inherentes a la vida de la capital.
A media semana, el miércoles, nos despertó el temblor que tanto susto provocó a los chilpancingueños. No fue la alarma sísmica de la ciudad quien nos puso sobre aviso, y tampoco el programa que para esos casos funciona en internet, menos la histeria o la movilización de los vecinos, sino precisamente el movimiento oscilatorio del temblor cuyo epicentro se registró en Ometepec. Primero fue el ruido como de pasos extraños invadiendo nuestra habitación, después el susto por la manera como se columpiaba de un extremo a otro  la lámpara que pende del techo.
Yo que creí que la vida de los capitalinos después del 85 estaba regida por la alarma antisísmica que todos atendían prestamente frente al mínimo movimiento telúrico, como  lo muestra  ¡la televisión cada vez que tiembla, quedé decepcionado y un poco avergonzado porque la mayoría de los habitantes de la ciudad ni siquiera se enteró del temblor.
Si a nuestra llegada a la ciudad la noticia relevante para los medios de comunicación era el festival que se organizó para conmemorar el aniversario de la fundación del Ejército Mexicano, el día de nuestro regreso se efectuó el Maratón de la ciudad de México.
Cuando amanece el domingo 25 de agosto el tumulto de los maratonistas que irrumpen en Paseo de la Reforma sustituye el matinal pitido de los cláxones que los conductores hacen sonar con la primitiva idea de aligerar el pesado tráfico.
Hoy son cientos de competidores los que corren el maratón, en su mayoría uniformados de amarillo y negro, que van desde el Hemiciclo a Juárez rumbo a Ciudad Universitaria.
Ambos eventos nos llaman la atención porque parecen ser parte de la estrategia oficial para dejar en segundo término el contenido político de la movilización magisterial, pues como hemos sido todos testigos, la reforma educativa va imponiéndose como el gobierno la concibió y la redactó a pesar de las propuestas alternativas de los maestros.
En éste trance la sociedad ha visto cómo todo el aparato mediático se ha volcado para denostar la lucha magisterial y desacreditar a los maestros pretendiendo ver en ellos intereses conspirativos para la desestabilización.
En ésa idea se maneja a la opinión pública como si lo más importante fuera el efecto de las movilizaciones en la vida de los capitalinos y menos la postura del magisterio disidente frente a una reforma educativa que a todos nos afectará.
Si todo el tiempo que consumen los medios de comunicación masiva en preparar la justificación de una posible represión contra los maestros se empleara en clarificar las posturas políticas que se confrontan, el resultado sería de mayor provecho para toda la sociedad que se robustecería en su postura, pero ahora no visualiza los pros y contras de la reforma educativa para el futuro y se queda en lo inmediato de los bloqueos de calles y plazas y sin escuela para los estudiantes.
Pero también resulta claro que en las prioridades del gobierno está atender las exigencias de los poderes trasnacionales apoyándose en la fuerza mediática antes que los reclamos de los mexicanos.
Ante esa conducta del gobierno federal y de los medios masivos de comunicación me resultó una sorpresa encontrar en una librería la aleccionadora entrevista que diera Carlos Marx en 1871 en Londres al periodista norteamericano R. Landor, a dos meses escasos de la derrota de los trabajadores franceses que vivieron la experiencia de la Comuna de París.
La entrevista cobraba sentido porque en aquellos meses el manejo interesado de la prensa sobre lo ocurrido en París hacía creer a la opinión pública que la resistencia de los parisinos que se negaron a entregar la ciudad al gobierno imperial y a los invasores prusianos se debía al control y dirección del movimiento de la Comuna que ejercía desde el exterior la Asociación Internacional de los Trabajadores lidereada por Carlos Marx.
Carlos Marx, descrito por el periodista del World de Nueva York como “la más formidable conjunción de fuerzas: un soñador que piensa, un pensador que sueña” explicó que contrariamente a los supuestos de la prensa, la razón de que los gobiernos europeos representantes de los poderes fácticos buscasen responsabilizar a la Asociación Internacional de los Trabajadores creando un ambiente de linchamiento en su contra, se trataba de un elemento distractor inventado por el poder para hacer creer al pueblo que la “maldad” de la AIT debería ser combatida para tranquilidad de la sociedad, pero que en realidad su objetivo principal era avanzar en las medidas económicas teniendo que justificar como necesaria la represión sanguinaria primero contra la Comuna y después contra la dirección de la AIT.
El periodista entregó su trabajo convencido de que más allá del papel de la AIT en la Comuna de París, lo que debía ser reconocido por el mundo era el nuevo poder de los trabajadores en el seno del mundo civilizado.
Para quienes se interesen en la entrevista, está publicada por Cristopher Silvester,  en el libro Las grandes entrevistas de la historia, de editorial Aguilar.

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