Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Víctor Cardona Galindo

PÁGINAS DE ATOYAC

*El Plan del Veladero

(Octava parte y última)

Después de la muerte del coronel Jesús Merino Bejarano, el gobierno mandó como jefe de la guarnición militar al sanguinario mayor Jesús Villa quien, aprovechando la suspensión de garantías, asesinó impunemente. Sobornó a los comerciantes, les cortó las trenzas a las mujeres que encontraba en la zona rebelde y las tomaba prisioneras. No tenía ninguna consideración con la gente. Un caso muy conocido fue el de la señora Nicolasa Lezma, los soldados se la encontraron en el camino a la sierra y le preguntaron por los revolucionarios, ella les dijo que no había visto nada, pero más adelante los emboscaron y hubo muchos muertos. Por eso vinieron por ella y estuvo presa en el penal de Acapulco.
El 8 de diciembre de 1927, los vidalistas pusieron sitio en esta ciudad a las fuerzas federales al mando del mayor Jesús Villa  y comenzó un combate que duró cuatro días. Los sitiadores no se retiraron hasta el 12 dejando los alrededores regados de cadáveres que se descomponían. Dice Wilfrido Fierro que en el segundo día de hostilidades, en la calle capitán Emilio Carranza, (hoy Juan Álvarez Norte) murió el subteniente Talavera y el soldado trompeta que lo acompañaba.
Los federales no se atrevieron a levantar los cadáveres debido a las estratégicas posiciones que dominaban los rebeldes y fueron devorados por los perros, puercos y zopilotes. La peste invadió la ciudad. La gente que vivió esos días encerrada en sus casas, escuchando todo el tiempo los tiros, apenas comía y no soportaba el hedor. Comenta el cronista de la ciudad que durante el último día del sitio, los rebeldes se dedicaron a saquear los comercios e incendiaron el mercado municipal, donde estaba instalada la tienda de Onofre Quiñones Zárate, la que después de ser saqueada fue devorada por las llamas.
A la media noche del 12 de diciembre entró por el lado de La Pindecua el refuerzo del capitán Bustamante. Llegó procedente de San Jerónimo en compañía de un grupo de voluntarios al mando de Luis Vega. De manera sorpresiva lograron entrar a la población desalojando a los rebeldes, quienes una vez más se refugiaron en la sierra. De este combate todavía se cuentan algunas historias con mucha claridad, porque fue el último que sufrió la ciudad y porque hasta hace poco vivían algunos participantes.
Al día siguiente, el 13 de diciembre 1927, por órdenes del mayor Jesús Villa fue asesinado en el panteón municipal de este lugar el comerciante José Calixto Morales; quien era conocido como El Acateco, acusado de proveer armas a los rebeldes. Ese mismo día los soldados de la federación saquearon su tienda comercial. Esos eran los excesos que el Ejército cometía en contra de la población civil e indefensa.
Francisco Galena Nogueda en su libro Conflicto sentimental, memorias de un bachiller en humanidades, narra lo que vieron sus ojos de niño: “Pero el acto más cruel y cobarde que contemplé siendo niño de escasos cinco años, fue la muerte en vida de un vecino nuestro, don José Morales, descanse en paz, asesinado por soldados del ejército, cuyo comandante era un capitán de apellido Marilareña, torvo criminal comparado solamente con los verdugos que por placer movían la cuchilla de la guillotina en la época de la Revolución Francesa… Quedó grabado para siempre en mi débil espíritu aquel horrible crimen. Su esposa, sus hijos y una pequeña niña casi de mi edad se abrazaban del cuerpo del condenado, rogando, suplicando la vida de su padre, y con lujo de fuerza fue arrojada por los esbirros del capitán a dos metros de distancia, y con el dolor que le causó tal ultraje, su rostro quedó lívido como si fuera el de un cadáver… El señor Morales fue arrojado con vida a la sepultura y, ellos, los malvados, empezaron a tirar tierra sobre su cuerpo, y ya cuando sólo se asomaban sus ojos le fue hecho un disparo en pleno rostro; creo, si no me equivoco, no moría aun cuando arrojaron las últimas paladas de tierra”.
José Calixto Morales, abuelo de Arquímedes Morales Carranza, era comerciante de Acatlán. Traía de allá cobijas y quesos. Tenía una recua de mulas con las que iba y venía hasta Xochimilco en la ciudad de México y había instalado una tienda comercial en Atoyac. Los españoles de El Ticuí, que no admitían competencia, lo acusaron de estar participando con los vidalistas y pidieron su eliminación.
Después de eso, por  las acusaciones de las que fue objeto ante sus superiores y ante las autoridades judiciales de Tecpan, el  21 de enero de 1928 Jesús Villa fue sustituido del mando como jefe del sector militar y en su lugar quedó un llamado capitán Aguilar. Pero como el general rebelde Amadeo Vidales, continuaba su movimiento subversivo en las costas de Guerrero, el gobierno de Plutarco Elías Calles ordenó su exterminio para pacificar la región. Por eso el jefe de operaciones militares en el estado general Claudio Fox, envió al coronel Miguel Henríquez Guzmán al frente de tres batallones y de los voluntarios que comandaban: Antonio Martínez, El Chivero, Francisco Lezma y Luis Vega quienes habían probado su valor en el combate de San Jerónimo el Grande. Con esa fuerza atacaron a Vidales el 11 de abril de 1928 en su cuartel general  en el Fortín del cerro del Plateado.
El Ejército entró por el Filo Mayor, pero los vidalistas se dieron cuenta. Le prendieron fuego al cerro y así contuvieron a las tropas que fueron a salir por otro lado. Ese día le avisaron al general Vidales que venían los soldados para atacarlos por Otatlán, por eso dispuso que salieran las mujeres y los niños del campamento. “Apenas habíamos caminado como dos horas cuando se escuchó la balacera”, recuerda don Francisco Gómez Dionicio.
Durante la incursión del coronel Miguel Henríquez Guzmán a la sierra cafetalera, incendió todas las casas de los pueblos por donde pasó, sus fuerzas fusilaron a los hombres que encontraron y a las mujeres las raparon. Muchas fueron llevadas detenidas hasta Atoyac. Sin embargo, Vidales siguió en esta zona cafetalera, pero ya no presentó combates frontales a los federales.
A partir de ahí el vidalismo se transformó en una guerra de guerrillas y realizó ataques sorpresivos. Por el rumbo de El Interior se movía un grupo de rebeldes encabezados por Pablo Cabañas Macedo que de vez en cuando se enfrentaba a tiros con soldados de la federación. Por San Francisco del Tibor se movía el guerrillero Francisco Vázquez y Gabino Navarrete Juárez no dejaba dormir a los guardias de la fábrica de Hilados y Tejidos de El Ticuí con hostigamiento permanente. Un ataque al Ticuí fue el 21 de septiembre de 1927 cuando murió el presidente municipal, Eligio Laurel, al enfrentarse a tiros con el grupo del rebelde Gabino Navarrete en el Barrio del Alto.
Lo que vino a cambiar las cosas fue la muerte del general Álvaro Obregón asesinado en la Ciudad de México el día 13 de julio de 1928. Se dice que el general sonorense era el principal protector del vidalismo. Al enterarse de su muerte, al general Amadeo Vidales se le cayeron las alas del corazón y optó por entrar en arreglos con el gobierno federal solicitando el indulto. Para este asunto intervino la señora María de la O, Ezequiel Alba y Padilla y Norberto Heredia, quienes fueron enviados por el presidente de la República, Plutarco Elías Calles, a negociar con Vidales hasta El Cacao.
Con Ezequiel Alba y Padilla el general Vidales conferenció en Los Riegos–recuerda don Isaías Gómez–, es un lugar que está en el camino al Fortín, entre El Cacao y el campamento de Vidales. Luego vinieron los tratados y el 24 de enero de 1929, Vidales depuso las armas ante el nuevo jefe de operaciones militares en el estado de Guerrero, el general Rafael Sánchez Tapia y ante el coronel Edmundo Sánchez Cano, comandante del 39 batallón radicado en esta plaza. El acto tuvo lugar en la casa del extinto Silvestre Mariscal donde estaban instaladas las oficinas del sector militar.
Luego el 20 de febrero de 1929 se presentaron en Atoyac, ante el general Rafael Sánchez Tapia Pablo Cabañas, Pablo Herrera y 72 vidalistas más, que entregaron 18 máuseres y 22 carabinas. Con esta acción se logró la amnistía de 497 vidalistas que entregaron 385 armas de distintos calibres. Don Onésimo Barrientos recordó al final de su vida que tenía ocho días de haber aprendido a leer y escribir en una escuela que abrió Amadeo Vidales en la sierra, cuando el general se indultó y entregaron las armas viejas. “Las nuevas se las quedaron, fueron vivos”.
Pascual Nogueda que seguía alzado, al ser perseguido por las fuerzas del coronel Alberto González, solicitó la intervención de su tío el general Santiago Nogueda Radilla para que le tramitara el indulto ante el presidente de la República Emilio Portes Gil, escribió Wilfrido Fierro. Luego en la primera quincena de julio de 1929, Nogueda entregó las armas en Corral Falso. La zona se pacificó con la llegada del coronel atoyaquense Alberto González que se hizo cargo de la guarnición militar e instaló el cuartel en su casa. González había peleado en el bando de Julián Blanco durante la revolución.
Por acuerdo presidencial del 5 de agosto de 1929 Amadeo S. Vidales reingresó al Ejército Mexicano con su carácter de general brigadier auxiliar. Uno de los héroes de esta revolución es Felipe Reyes, quien era delgado y alto. Vivió toda su vida en Los Valles fue siempre respetado por ser valiente. Usaba camisa de manta Indio Atoyac, siempre traía colgado su “matate” tejido. Después del reparto agrario le tocaron tierras por el rumbo de Las Juntas cerca del Río y murió de viejo trabajando la tierra por la que peleó.
Después del indulto de los rebeldes, el presidente de la República Emilio Portes Gil les entregó tierras en Cacalutla, cerca de Atoyac, donde establecieron la colonia Agrícola Juan R. Escudero. A decir de José Carmen Tapia, la Cooperativa Agrícola Juan R. Escudero fue un ensayo costoso. En ella se resumía la grandeza del escuderismo y la abnegación de viejos zapatistas, fusionados por fin en un gran proyecto campesino.
Sin embargo, los problemas políticos continuaron. El 27 de mayo de 1932, en la esquina de las calles de Palma y 5 de Mayo en la ciudad de México, el general Amadeo Vidales caía apuñalado por un sobrino de Rosalío Radilla, Asunción Radilla Hernández, El Potrillón. El asesino era hermano de José Radilla y Julio Radilla. En Atoyac no quedó ninguna duda que mató al general Amadeo Vidales pagado por Rosalío Radilla.
Se dijo acá que Asunción Radilla lo apuñaló con una daga envenenada con sangre de escorpión. Amadeo vivió todavía cerca de 24 horas y pudo identificar a su asesino.
Ramón Sierra evoca ese momento: “A las catorce horas con diez minutos del 27 de mayo de 1932, Amadeo S. Vidales abandonó el hotel en el que estaba establecido, en la primera calle de Palma… para dirigirse a un restaurante; había caminado unos metros cuando se acercó un vendedor de lentes corrientes ofreciéndoles unos; Vidales le respondió que no los necesitaba pues los suyos estaban graduados convenientemente. Mientras estaba distraído, J. Asunción Radilla Hernández se le acercó por la espalda y le asestó una puñalada. El asesino emprendió la huida, Amadeo desenfundó la pistola, pero no disparó porque en el lugar había muchas personas inocentes y no quería lesionar a ninguna”.
El Universal Gráfico del 29 de mayo de 1932 publicó entre otras cosas: “Radilla es un individuo alto, de color moreno, visiblemente inculto y que parece tener una sangre fría a prueba de toda sorpresa”. Sobre Vidales informó el Gráfico: “Cuenta el herido cuarenta y nueve años y presenta una sola herida, situada en el sexto espacio intercostal posterior a la derecha de la línea escapular, como de tres centímetros de extensión y penetrante de tórax”.
El jefe del Plan del Veladero fue recogido por una ambulancia, pero como el puñal estaba envenenado falleció al día siguiente a las 11 y media en las instalaciones de la Cruz Roja. Humberto Vidales reclamó el cadáver y lo traía al puerto de Acapulco pero al pasar por Chilpancingo el gobernador del estado general Adrián Castrejón pidió que fuera sepultado en la capital.
Todavía el 16 de enero de 1942, Jesús Buendía Ramírez, presidente municipal de San Jerónimo de Juárez envió un oficio al presidente municipal de Atoyac para pedirle informes sobre los desmanes cometidos por Rosalío Radilla, pues la señora María de la O, lo señalaba como el asesino de Juan R. Escudero. De la muerte de Vidales nadie dijo nada cuando Asunción Radilla salió libre pocos años después de cometido el crimen.

468 ad