Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

*Otros retratos insurgentes

Para leer en septiembre 

Como pocos, este septiembre ha estado lleno de actividades (políticas, cívicas, culturales) celebratorias del Grito de Independencia y del Primer Congreso de Anáhuac en particular. En libros, suplementos y conferencias, historiadores, periodistas y otros investigadores sociales han contribuido a que los guerrerenses de ahora sepamos más y comprendamos un poco mejor lo que pasó en estas tierras hace dos siglos. En agosto pasado publicamos dos retratos literarios de Vicente Guerrero, firmados por Vicente Riva Palacio y Guerrero y Guillermo Prieto. Aquí armamos otro paquete pozolero, bajo la creencia de que el punto de vista de la literatura heroica escrita, la mayor de las veces, en la segunda mitad del siglo XIX, si genuina, es doble y hasta triplemente histórica porque nos informa sobre hechos militares y caudillos, sobre los ejes temáticos de la conciencia popular y sobre el propio quehacer literario de la época. Para variar la pincelada, incluimos una leyenda y cachos de un poema de Efraín Huerta.

Tu voz es padre, para mí, sagrada

Entre los numerosos poemas que recuerdan el indulto que el virrey Apodaca ofreció a Vicente Guerrero, al que condicionó a entregar las armas, a través de don Juan Pedro, padre del general, hubiéramos escogido dos: el “Guerrero” de José Rosas Moreno, soneto que todavía dicen los niños en la primaria y anda por todos lados, y el “Corrido al invicto Vicente Guerrero”, que en El corrido mexicano, Vicente T. Mendoza atribuye a Sabino Carrizosa, y que, si se acompaña con un bajo sexto, la pega como corrido de la Sierra. Los dos se parecen muchísimo y tienen los mismos dos últimos versos, el mismo final: Tu voz es, padre, para mí sagrada, / mas la voz de mi patria ¡es lo primero! Como se trata de versos largos, de once sílabas, y corren el riesgo de empastelarse en el apretado formato de esta página, remitimos a los lectores a cualquier libro de primaria del siglo pasado, donde seguramente los encontrará.
La verdad es que entramos con Vicente Guerrero para enlazarnos con el PV que dijimos y como oportunidad para recontar una leyenda apangueña encantadora. Se trata de un relato magistral de Edilberto Nava García (“Guerrero, ¿águila?”, en Sangre legítima) que, con cierto consentimiento del autor, el que esto escribe sintetizó al máximo para que pudiera caber, más o menos cribada y sin que en ningún momento perdiera el estilo navagarciano, en los recuadros de En Guerrero nació la Patria. Ahí le puse:

Guerrero se volvía águila

Bravo y Guerrero andaban guerreando con Iturbide y se fortificaron en ese manantial llamado Almolonga… Vicente Guerrero se podía volver águila; sabía nadar bien, era astuto y de veras valiente… Dicen que el general salía por las noches para ir a comprobar la fuerza y las armas del enemigo y así sabía cómo hacerle para ganar los combates.
Ha de ser cierto que con su papá fueron arrieros, comerciantes, pero más primero dicen que trabajaban el maguey; hacían mezcal por todos estos montes de Apango… Desde entonces se supo que Vicentillo se volvía águila, porque el bastimento que mandaba con él su mamá llegaba calientito.
Una tarde llegó al pueblo el realista Armijo. Venía de Totolzintla, pueblo grande. Traía cañones. Cuatrocientas bestias, los de a pie como 600 y por todos más de mil. Lo primero que quisieron saber es dónde andaba Guerrero.
Esa misma noche don Vicente visitó varias casas de la orilla, así disfrazado, no lo reconocían. Amaneció y al rato las tropas de Guerrero se toparon con las realistas.
Armijo se quedó en Apango y mandó a la cabeza a Pitacio. Este Pitacio también se volvía animal, culebra, serpiente. Pitacio sabía que Guerrero se convertía en águila y por la noche, cuando hasta los centinelas estaban dormidos, de pronto se oyó un ruido por encima de la hojarasca de la encinera, como un silbido de algo que pasa rápido. ¡Era la culebra, que buscaba morder al águila!
Pero Guerrero era astuto. Ni los que custodiaban su reposo vieron cómo hizo bolita su frazada y la puso junto a la cruz del manantial. Pitacio, convertido en culebra, se fue derechito y la enredó creyendo que era el águila. Entonces, de entre la rama del tepozcohuite descendió veloz Guerrero y con sus garras de águila tomó con su fuerte pico a la culebra y la subió maltratándola.
Dicen que el águila tiene buena vista; que ve desde muy lejos. Subió y soltó a la culebra y no se rendía; la volvió a subir para volverla a soltar y fue hasta la tercera vez que la soltó en el aire, cuando la culebra se rindió, diciendo que era el segundo en el mando del ejército realista y que tenía órdenes de someterlo.
Se rindió al fin Pitacio, bajó el águila… y platicó con la culebra. Pitacio se fue, pero al otro día regresó a buscar a Guerrero al frente de más de mil soldados.
La pelea fue dura y hubo muertos iturbidistas.
¿Y nuestro escudo nacional…  no tiene acaso el águila y la serpiente?

La muerte de Pedro Ascencio

En placa de bronce de 18 kilotes se han registrado las dotes guerreras y la entrega absoluta a la causa insurgente de Pedro Ascencio Alquisiras. Dicen que era fuerte, entendido y, en batalla, feroz. Tanto, que sus propios enemigos hicieron una leyenda de su bravura. De José Peón y Contreras (1843-1907) es “La muerte de Pedro Ascencio (Episodio de las Guerras de Independencia)”: Era el tiempo en que sufría / encadenado el Anáhuac, / el férreo yugo ominoso / de los tiranos de España.
A lo largo de dos páginas, JPyC reseña la combatividad y el drama que vive la causa insurgente, y enseguida describe al general Guerrero, valiente, aguerrido, fiero, / sin municiones, sin armas, / con su voluntad inmensa, / más grande que su esperanza…:

Era Vicente Guerrero
que en boscosas sierras altas
defiende de un pueblo él solo
las libertades sagradas.
A su formidable acento
por doquiera se levantan
intrépidos capitanes
que a la pelea se lanzan.

Entre estos capitanes está Pedro Ascencio. Peón y Contreras lo enfoca cuando el “valeroso guerrero” tiene sitiada Tetecala, plaza militar realista defendida por Cristóbal de Huber, “hombre malo y vengativo” que, temiendo que Pedro Ascencio lo derrote y muerto sea
a manos de los patricios / que su bravura han probado / en mil encuentros distintos, ofrece al caudillo insurgente parlamentar, negociar “lo más digno”; el crédulo Pedro Ascencio acepta:

Y rodeado de su escolta
avanza al campo enemigo,
en cuyas astas flamean
banderas de blanco lino.

Con el semblante sereno,
con el corazón tranquilo,
marcha Ascencio sin temores,
que nunca temió al peligro,
cuando detrás de una cerca,
que está faldeando el camino,
de más de veinte arcabuces
parten los traidores tiros.
y el bravo jefe en el medio
de sus soldados, herido
de muerte, cae rodando
en su ardiente sangre tinto.
Huber sabe el resultado
de proceder tan inicuo,
y una expresión feroz baña
el rostro del asesino.

Campanas tocan a vuelo
en son alegre y festivo,
y en vez de banderas blancas
flamea en el aire altivo
aquel pabellón hispano,
gala de luengos dominios,
y que es en esos momentos
de su gran nación indigno;
burla de sus defensores,
de sus guardianes ludibrio.

No fue Pedro Ascencio un hombre
de noble origen, ni ricos
tesoros guardó en sus arcas:
era nada más que un indio,
pero más que esa nobleza
que se guarda en pergaminos,
vale la de grandes hechos
de honradez y de heroísmo.
Nobleza que nunca acaba,
y en bronce y en mármol limpio,
respetará la progenie
de los venideros siglos.

Del gran Guerrero a las órdenes,
incansable y decidido,
de la insurrección el fuego
mantuvo perenne y vivo;
y fue entonces el más bravo
y más temible caudillo
por su valor y estrategia,
por su constancia y su tino;
dícenlo los españoles,
confesáronlo ellos mismos;
lo dicen los de su tiempo,
y la fama y en los libros
así lo dice la historia
y por eso yo lo digo.

Se advertirá que ni en el título ni en ninguna línea del poema al autor se le ocurrió poner el apellido Alquisiras. Y es que, indio de raza pura, la musa tlahuica que con entusiasmo canta las glorias de Alquisiras suprimió la última letra de su nombre y por esta razón se le conoce como Ascencio, como nos ilustra Moisés Ochoa Campos en su Historia del Estado de Guerrero (1968).

Nicolás Bravo pasa lista

El general Nicolás Bravo, quien en los últimos años de su vida política estuvo a punto de salirse del marco heroico al que lo elevó su insurgencia  militar, también fue motivo de buen número de poemas. En el Romancero de la Guerra de Independencia, publicado en 1873, y reeditado por la Universidad Veracruzana en 2010, aparecen los siguientes versos que el poeta Francisco Manuel de Olaguíbel (1874-1924) dedicó al Héroe del Perdón. Se titula “Bravo  (San Juan Coscomatepec)”, y va completo:

I
Caen las sombras a los valles
de los montes más lejanos,
y comienzan a encenderse
en la bóveda los astros.
a las orillas de un bosque
hay un grupo de soldados,
que alrededor de la lumbre,
pasan el tiempo cantando;
más allá se ven tendidos
muchos cuerpos en el campo,
demostrando que allí diose
un combate encarnizado.
Levantábase a lo lejos,
por la loma y por el llano,
el acento de los libres
en melancólico canto.
Allí, después de una lucha
en que venció al León hispano,
en medio de sus valientes
acampa el caudillo Bravo.
La voz de los centinelas
se escucha de cuando en cuando,
y el monótono sonido
del galope de un caballo.
Pocos momentos trascurren,
y se extiende por el campo
la noticia de que al padre
del general han matado:
los nobles pechos se irritan
contra el virrey y su bando,
y el dolor más fuerte agobia
al caudillo mexicano.

II

Entonan himnos las aves
en el vecino palmar,
y cual perla entre turquesas
alza su punta el volcán,
sonrosada dulcemente
por un reflejo solar,
mientras corre entre las flores
fresca brisa tropical.

III

Después de una noche horrible
que pasó el caudillo en vela,
manda formar a la tropa,
con su voz firme y entera.
Y trescientos prisioneros,
que hizo ayer en la pelea,
ante los ojos de Bravo
fijan la mirada en tierra.
Todos temen, y a su vista
sin querer miden la pena
que aquel hombre soportara
con la noticia funesta.
Mas el héroe a los vencidos
les habla de esta manera,
y con su voz santa y pura
todo el mundo se enajena:
“Estáis libres, retiraos,
ésta mi venganza sea”.

Amor, patria mía

La página se acorta y ya no va a caber el “Corrido de Valerio Trujano”. Los que quieran leerlo, lo encontrarán en El corrido mexicano, de Mendoza o, si no, en el citado En Guerrero nació la Patria. Aquí viene, también, el poema que Efraín Huerta escribió para el general José María Morelos y que no podíamos dejar fuera de esta página, así publiquemos sólo un fragmento. No está mal, si consideramos que, esencialmente, estos retazos informativos son una invitación a leer. El poema se llama Amor, patria mía (Ediciones de Cultura Popular, 1980):

Te hablo del Señor Morelos, que bajaba / por Páztcuaro, Santa Clara del Cobre, / llegaba y descansaba en un mesón / de Tacámbaro / y luego seguía por Loma Larga / y San Antonio de las Huertas / hasta sus terrenos de Nocupétaro / y Carácuaro.
En Nocupétaro verás un día un púlpito / hecho por él mismo con madera / del frondoso árbol llamado parota, / pues era hombre dedicado a la arriería / y fue maestro de primeras letras / a orillas del Cupatitzio y sus orquídeas / y era ingenioso arquitecto / y un minucioso tenedor de libros / hasta que un día en Carácuaro oyó decir / que su maestro de San Nicolás, / el Padre Hidalgo, / andaba metido en fiera lucha / contra los gachupines…
Ahora voy a poner, oh tú la mi dulzura, / miel y aroma, en líneas de manso prosaísmo, / lo que fue y es poesía altamente heroica. / El 5 de diciembre de 1810 / el Padre Hidalgo dictó lo siguiente: / Por el presente mando a los Jueces y Justicias / del distrito de esta Capital /
(el padre estaba en Guadalajara) / que inmediatamente procedan a la /
recaudación de las rentas vencidas / hasta el día por los arrendatarios de las / tierras pertenecientes / a las Comunidades de los Naturales, para que / enterándolas en la Caja Nacional, / se entreguen a los Naturales / las tierras para su cultivo, / para que en lo sucesivo (no) / puedan arrendarse, / pues es mi voluntad que su goce / sea únicamente de los Naturales / en sus respectivos pueblos.
Cuatro años más tarde, con mayor energía / el Señor Morelos dijo lo que ahora escucharás: / deben inutilizarse todas las haciendas grandes / cuyas tierras laborales pasen de dos leguas / cuando mucho, porque el beneficio / de la agricultura consiste / en que muchos se dediquen / con separación a beneficiar / un corto terreno que puedan asistir / con su trabajo e industria, / y no en que un solo particular / tenga mucha extensión de tierras infructíferas, / esclavizando a millares de gentes / para que cultiven por fuerza / en la clase de gañanes o esclavos, / cuando pueden hacerlo como / propietarios de un terreno limitado, / con libertad / y beneficio suyo / y del pueblo.

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