Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Julio Moguel

HOY, HACE 200 AÑOS

*Las batallas de Morelos
       

14 y 15 de septiembre de 1813

El 14 de septiembre todo era expectación en el recinto en el que se congregaron los representantes del Primer Congreso de Anáhuac. Pero en el cuadro solemne de tan feliz acontecimiento no se encontraban sólo quienes en adelante representarían la voluntad popular: militares y civiles se apretujaban para ver y escuchar lo que, sabían, formaría parte de un acontecimiento histórico fundacional.
El discurso de apertura estuvo a cargo de Morelos. Redactado en una primera versión por Carlos María de Bustamante, tenía, en su lectura, modificaciones no menores en torno al tema fundamental: la nueva nación independiente no reconocería ningún patronazgo español, señaladamente el que pretendía Rayón en torno a la figura de Fernando VII. Conviene citar la redacción preparada por Bustamante y cotejarla con la variante utilizada por el cura de Carácuaro en su intervención: “Señor, vamos a restablecer el Imperio Mexicano; vamos a preparar el asiento que debe ocupar nuestro desgraciado Príncipe Fernando VII, recobrado el cautiverio en que gime”.
Estas líneas, tachadas por Morelos, quedaron como sigue: “Señor, vamos a restablecer el Imperio Mexicano, mejorando el Gobierno”, borrando con ello lo que ya se había delineado con toda claridad en el “Reglamento” del Congreso leído un día antes en la preapertura del encuentro, a saber: toda afiliación al fernandismo, línea que, como puede observarse por lo dicho, no sólo se encontraba anidada en la mente de Rayón sino también en posicionamientos de personalidades que, como en el caso de Bustamante, marcaban la ruta independentista desde un formato de ordenamiento político imperial de la nación, así éste fuera democrático o semiparlamentario.
Es Ernesto Lemoine quien aclara el significado que tiene en este caso el uso del término “Imperio” en el escrito de Bustamante y en el discurso de Morelos, cuando escribe que  “no alude a una posible forma de gobierno monárquica, sino, producto de las obsesiones neoaztequistas de Bustamante, a una hipotética restauración del antiguo Imperio de Anáhuac y, por ende, a una cancelación del Estado virreinal”. (Estudio histórico de Lemoine, en el Manuscrito Cárdenas).
Queda claro entonces que Morelos, en el tema relativo al fernandismo, no peleaba contra molinos de viento. Una formulación más precisa sobre este específico punto quedó establecida en la lectura que Rosáins –el secretario de Morelos– hizo ese mismo día de los Sentimientos de la Nación: “Que la América es libre e independiente de España y de toda otra nación, gobierno o monarquía, y que así se sancione dando al mundo las razones.” Fue finalmente este espíritu el que privó en la Declaratoria de Independencia aprobada por el Congreso el 6 de noviembre de ese mismo año, en una formulación que terminaría por ser vetada o rechazada por Rayón.
Ya hemos hablado en otra entrega sobre los contenidos de los Sentimientos de la nación. Nos detendremos entonces en este artículo en otro de los decisivos acontecimientos que marcaron al Congreso: la elección, el 15 de septiembre, de Morelos como “Generalísimo encargado del Poder Ejecutivo”.
El acta de elección para este cargo quedó rubricada por los congresistas José Sixto Berduzco (presidente), Andrés Quintana Roo, José María Murguía y Galardi, José Manuel de Herrera y el secretario Cornelio Ortiz de Zárate. Y no quedó oculto en ella, como lo señala puntualmente Lemoine, “la forma un tanto tumultuaria ni la presión ejercida por ‘las fuerzas vivas’ de Chilpancingo para que el Congreso ungiera a Morelos con el más alto rango de la jerarquía político-militar del Estado en vías de independizarse.” Aceptando el cura de Carácuaro el nombramiento, estableció sus condiciones frente al pleno del Congreso y la oficialidad que se había hecho presente en la sesión:
“1ª. Que cuando vengan tropas auxiliares de otra potencia, no se han de acercar al lugar de residencia de la Suprema Junta. 2ª. Que por muerte del Generalísimo, ha de recaer el mando accidental de las armas en el jefe militar que por graduación le corresponda, haciéndose después la elección como la presente. 3ª. Que no se le han de negar los auxilios de dinero y gente, sin que haya clases privilegiadas para el servicio. 4ª. Que por muerte del Generalísimo, se ha de mantener la unidad del ejército y de sus habitantes, reconociendo a las autoridades establecidas.”
La misma acta en la que se asientan estas condiciones relatan el ambiente que ante el nombramiento de Generalísimo privó: “Satisfecha la concurrencia con esta determinación y llena de regocijo, no pudo menos que prorrumpir en vivas nacidos del corazón, proclamando de nuevo por Generalísimo al (…) señor Capitán General y repitiendo muchas veces estas demostraciones.” (Manuscrito Cárdenas).
El triunfo tronante de Morelos en este vuelo fundacional quiso ser rubricado por quienes en el Congreso pretendieron darle el tratamiento de “Su Alteza”; pero el cura de Carácuaro rechazó este título para autodefinirse simple y llanamente como “Siervo de la nación”.
No quisiera terminar este breve relato sin citar las propias palabras de Morelos sobre el mencionado acontecimiento, escritas en bando que el 18 de septiembre dirigió a los jefes militares y pueblos de las provincias de Tecpan, Oaxaca, México, Puebla, Veracruz y Tlaxala: “(…) recaído en mí el cargo de Generalísimo de las Armas del Reino y la autoridad del Supremo Poder Ejecutivo (sentí) gravados mis hombros débiles por el peso enormísimo que recayó sobre mí, e hice por lo mismo dimisión de este gran distintivo con que la Nación me honraba ante el Supremo Congreso, como representante de su Soberanía, queriendo sólo denominarme Siervo y Esclavo de mi patria; pero no habiendo sido admitida esta renuncia, me he visto en la precisión de aceptar gustoso, por continuar con más ardor mis servicios a la Religión y a la Patria”.
Punto-gozne de todo el ciclo independentista hasta ese momento desplegado, la apertura del Congreso y el nombramiento de Morelos como Generalísimo cubría finalmente las condiciones políticas que había predefinido el cura de Carácuaro para retomar el vuelo de las armas. Mando único y con grandes potestades, más no dictatorial: el cuerpo legislativo emergente –y el sistema de justicia que ya operaba en los hechos dentro del territorio insurgente– mostraba sin ninguna ambigüedad el perfil republicano del nuevo poder.
Mas no todo se tragaba entonces como miel: lo ganado en la referida conformación institucional había dejado significativos déficit en el ámbito propiamente militar. Los nueve meses que se habían tenido que gastar –prácticamente inmovilizadas las fuerzas de Morelos sobre el terreno de Acapulco y Chilpancingo– desde el inicio del cerco al fuerte de San Diego hasta los festivos días de apertura del primer Congreso de Anáhuac (recordemos que el Congreso extendió sus actividades de su primera fase hasta noviembre) fueron aprovechados por Calleja para reposicionar sus fuerzas y lanzarse de nueva cuenta y con todos los medios contra el movimiento insurgente.
En diciembre de ese mismo año se conocería el resultado de esa simple y cruda verdad.

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