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Federico Vite

Un arte reversible, por favor

La novela El último amor en Constantinopla (Akal Literaria 2000), de Milorad Pavic, aborda la historia de dos familias serbias (Opujic y los Tenecki) que por la maquinaria del destino terminan conociéndose en Constantinopla, exactamente junto a la imponente iglesia de Santa Sofía, donde obtienen la revelación mayor: descubren quiénes son y para qué se han reunido en las penumbras de una catedral.
El núcleo de El último amor en Constantinopla es justamente el amor azaroso, donde la mujer se perfila como la protagonista absoluta de la historia, es el héroe que navega a contracorriente en un mundo machista.
Después de la novela-léxico (Diccionario jázaro), la novela-crucigrama (Paisaje pintado con té) y la novela-clepsidra (El interior del viento), Pavic presenta la novela-tarot que hoy comentamos, una singular ?creación narrativa con dos niveles de lectura: uno convencional, capítulo a capítulo y otro fragmentario, se deben echar las cartas conforme a uno de los tres modos descritos al final del texto (la Cruz mágica, la Gran triada, la Cruz celta) y leer los capítulos correspondientes siguiendo la secuencia indicada por el tarot. De esta forma, el libro, convertido en manual de adivinación, se vuelve un rompecabezas, un tótem extraño que forma parte de la experiencia estética de esta novela. ?El lector se inmiscuye en el paisaje de los símbolos de la narración.
El último amor en Constantinopla es una colección de fábulas con altas dosis de mitopoesía. Al igual que en las Las mil y una noches, Pavic recurre a la mujer, la protagonista busca su destino para edificar la trama de la novela-tarot, donde “las cosas hay que decirlas al menos dos veces para que se oigan de verdad”, sentencia el autor. El lector atestiguará una
historia donde la magia es parte de lo cotidiano. Los relatos de amor se fusionan con precisión asombrosa a todo eso que llega accidentalmente a la vida de los personajes. Quien pasee sus ojos por este libro sentirá que el carácter se forja únicamente en la épica amorosa, ese ámbito natural de los héroes.
En 1984 publicó su primera novela, la de mayor relevancia en su carrera:?Diccionario jázaro.?La idea de este libro le vino mientras observaba el placer con el que sus hijos registraban los libros de léxico y las enciclopedias. “Todos pueden descubrir y leer muchas cosas en mis libros. El lector tiene casi los mismos derechos que el autor”, comentó en una de las últimas entrevistas que le brindara a una estación de radio serbia. Organizó el texto a la manera de tres enciclopedias. En el libro, los jázaros representan una tribu mítica de los Balcanes, aparecida entre los siglos VII y IX. Algunos han sugerido que esta novela, en la que los jázaros son un gran pueblo jamás dominado por otros, es una alegoría de la antigua Yugoslavia.
Pavic pensó su narrativa como una forma de interacción novedosa con el lector. “He puesto todo mi empeño en eliminar o destruir el principio y el final de mis novelas. He intentado evitar la antigua manera de leer, del clásico principio al clásico final”, refirió el serbio en una entrevista que concedió a El País. Su novela?Paisaje pintado con té?se estructura con palabras cruzadas y se puede leer de dos formas: vertical y horizontalmente (así los denomina el propio autor). El hilo conductor de todas las historias en esta novela es la vida de Atanás Svilar, quien a pesar de su valía profesional como arquitecto no consiguió nunca que le hicieran encargos. Por la noche dibujaba sin descanso y cuando se le ensuciaban las gafas, las lamía y seguía trabajando. Las ideas de Svilar, enrolladas en papel por todas partes, se iban llenando de telarañas. Se fue avergonzando de sus instrumentos de dibujo y llegó un momento en que pensó que era un arquitecto fracasado. Atanás opinaba que el humor es a la arquitectura lo que la sal al pan, que hacía falta tener una puerta para cada estación del año y un suelo de día y otro de noche. Con estos pensamientos, ¿cómo iba a ser arquitecto? De repente, modificó su actitud. Rechazó el nombre de Svilar, con el que se licenció en la Escuela de Arquitectura de Belgrado, y lo cambió por el de Fiódorovich Razín. Volvió a hacer coincidir su vida con el sol y se dijo que aquello que nunca le había gustado le tenía que interesar. En su nueva actividad fuera de la arquitectura triunfó en California como hombre de negocios, dueño de una empresa de colorantes y productos químicos.
El objetivo de Pavic fue alejarse de una estructura literaria clásica, le interesaba “transformar la literatura de un arte no reversible a uno reversible”. Esa fue su tesis, su anhelo estético.
En 2004 fue nominado como candidato al premio Nobel de Literatura. Este escritor falleció en 2009. Desde esa fecha, sus libros, traducidos a más de treinta idiomas, se venden muy bien. Pavic gana presencia en un Olimpo de escritores de culto. Su obra posee un sello personalísimo y El último amor en Constantinopla es una buena forma de entrar al universo literario de un escritor que se propuso renovar la forma de entender la literatura.

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