Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Humberto Musacchio

De lluvias, desastres e imprevisiones

Nos llueve sobre mojado. A los severos problemas económicos, las movilizaciones sindicales y otros problemas se suma ahora el desastre ocasionado por los elementos naturales. Ciclones en el golfo de México y el océano Pacífico tienen al país anegado y en muchos lugares la población vive momentos sombríos.
Los cálculos varían considerablemente, pero el lunes se estimaba que sólo en Acapulco eran más de 40 mil los turistas varados debido, sobre todo, a que el aeropuerto se inundó y a que en los caminos se produjeron rupturas de puentes, bloqueos de lodo en los túneles y avenidas y deslaves que destruyeron tramos enteros de las carreteras.
Al problema de los visitantes que no podían regresar a sus lugares de origen se suma la tragedia mayor: la de los propios habitantes de Acapulco y otros lugares donde colonias enteras fueron arrasadas por las crecidas de los ríos, el reblandecimiento de cerros que se desgajaron sobre zonas habitacionales y otras desgracias de gran magnitud.
Entre los saldos del paso de la tormenta Manuel por el Pacífico están casi 13 mil personas sin hogar y más de 11 mil 500 viviendas afectadas en grados que van de daños subsanables hasta la pérdida total. En ocho estados hay ríos desbordados, terminales aéreas y puertos marítimos cerrados.
Por supuesto, los fenómenos naturales no dependen de la voluntad de nadie y sería del todo injusto culpar al gobierno federal o a las autoridades estatales y municipales por el torrente caído sobre la república, pues se estima que en Guerrero, en sólo cuatro días, cayó el agua que normalmente dejan las lluvias de todo el mes de septiembre.
Son decenas los muertos en esta temporada de desastres, cientos los lesionados y la suma total de damnificados en el país se cree que puede llegar a cien mil, y todavía nos faltan diez ciclones en este año. En este país asolado por la delincuencia y la pobreza, parece que los elementos naturales se hubieran confabulado contra los habitantes del país.
Los fenómenos naturales son inevitables, pero sus resultados sí son previsibles. Frente a los siniestros siempre hay medidas para aminorar sus efectos negativos, fórmulas probadas para evitar la pérdida de tantas vidas, planes de contingencia que bien elaborados y mejor aplicados reducen al mínimo la tragedia.
Sin embargo, parece que en México son insuficientes las medidas preventivas y deficiente la coordinación de las dependencias federales. Por poner un caso, Miguel Osorio Chong, secretario de Gobernación, al hacer el recuento de los daños y las medidas que se están tomando, dijo: “Ojalá la Secretaría de Comunicaciones nos ayude a abrir el aeropuerto de Acapulco” (Excélsior, 18/IX/2013, pág. 15).
¿Qué ayude? ¿Ojalá? Uno pensaría que el jefe del gabinete presidencial –o por lo menos primus inter pares– es el encargado de coordinar las actividades de auxilio y reconstrucción y que tiene todos los hilos en la mano, que conoce los deberes y funciones de cada dependencia y sabe ya lo que debe hacerse y qué se está haciendo. Pero por lo visto y oído no es el caso.
Los fenómenos naturales, hay que repetirlo, son inevitables, pero en buena medida son previsibles. ¿Cuántas vidas se habrían salvado si las autoridades hubieran impedido edificar casas en zonas de riego? ¿Las carreteras dañadas estaban bien construidas? ¿Los fondos de contingencia son suficientes? ¿Hay una adecuada coordinación entre las autoridades de todo nivel? Lo ocurrido deja serias dudas.

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