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Federico Vite

Sin amaneramientos literarios

Los habitantes del libro (Libros Magenta, 2011) es un volumen de ensayos de Lobsang Castañeda, filoso escritor que desmenuza con humor y picardía el universo literario desde diversos puntos de vista.
En este libro sobre la literatura, Castañeda cataloga especies en peligro de extinción: los amantes, los enfermos y los traficantes de libros. Manifiesta las pasiones de quienes encuentran placer en el papel y la tinta.
Da gusto encontrar a un escritor inteligente y aislado que no transa con la mediocridad —o la incapacidad neta— de hipotéticos lectores. Los habitantes del libro, en apenas 198 páginas, refrescan la idea de lo literario, de ese argumento memorable que es la erudición y el humor. La tesis elemental de Los habitantes del libro es la siguiente: “la lectura nos lleva al libro y el libro a la lectura. Sin libro no hay lectura porque el libro es el mundo. Lectura es libro. Libro es lectura. Libro es mundo. La lectura lee en el libro del mundo, es decir, en el libro del libro. Mundo, libro y lectura se complementan”. Se reflexiona desde la minuciosidad de quien se hunde en la lectura con la intención de reconocerse como humano en los detalles del otro.
Para Castañeda, la esencia de quien escribe es dar testimonio de los cambios (sociales, políticos, culturales existenciales, personales), es mantener una constante. Para este ensayista defeño, pero radicado en Toluca, el escritor es un buscador de tesoros, es alguien que está siempre buscando algo, no sabe siempre qué o cómo es, pero siempre está al rescate de algo que parece algo excéntrico.
En este país, donde las editoriales pequeñas realmente padecen por destacar el trabajo de sus autores, resulta muy grato leer el trabajo de Castañeda. ¿Por qué? Porque no busca poses ni amaneramientos al hablar de la literatura. Canta de lo que conoce pero con el sabor agridulce de quien sabe, o entiende, que en este oficio humanista de escribir y publicar hay mucho cretino, mucho payaso con pirotecnia suficiente para apantallar a más de un provinciano, porque la provincia no es una región geográfica, sino un estado mental pues.
Al referirse a los reseñistas, Castañeda precisa: “Reducir para ampliar. Esa es la paradoja del reseñistas. Sintetizar para prolongar los tentáculos librescos. Concentrar, en un cubo de esencias, los números del texto, los arrebatos y recursos, para luego disolverlos en algún periódico, revista o suplemento hebdomadario. Comprimir las balas expansivas de la pluma. Limar las asperezas. Achatar lo prominente”.
Este libro, por su manufactura temática, recuerda la obra de coleccionistas de tesoros como Holbrook Jackson, creador de Anatomy of the Bibliomania.
Los habitantes del libro forma parte de la colección Biblioteca de la ciudad y con la mano sobre una Biblia diría que se trata de un artefacto, un enorme conjunto de reflexiones que buscan un diálogo con el lector. No intentan dar cuenta de su enorme bagaje literario. Simple y sencillamente abre la empresa, el espectáculo de la lectura para que los interesados en el galano arte de comprender la vida como libro logren afianzar sus filias, sus fobias; pero, sobre todo, para que entiendan que esto de escribir es tan serio como hacer una mesa, un pan o inventar un tequila nuevo.
Anexo un poco más de las palabras de Castañeda: “De bibliotecarios. El universo del bibliotecario es geométrico, prismático, polifacético. Su empresa ?al igual que su enfoque, destino y personalidad? es multidimensional. Acoplado a la simetría de los estantes, preconiza la profundidad del espacio: aquello que recibe (el recipiente) contiene (el contenedor) y refugia (el refugio); aquello que atento y comedido, ampara prolongándose hacia atrás”. Aunque parezca de una seriedad apantallante, este volumen tiene un germen coquetón. Castañeda nos recuerda que los libros tienen mucho que ver con las cortesanas. Sólo las prostitutas, dice, y las grandes enciclopedias presumen su lomo con soberbia.

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