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Entre el miedo porque las lluvias no paran, nace un bebé en el campamento de refugiados

Luis Daniel Nava

San Marcos Majada de Toro, Chilapa

Entre la carestía y la lluvia, los damnificados de San Marcos Majada de Toro tienen un motivo para estar contentos, pues la mañana del lunes la joven Eusebia Martínez dio a luz a un bebé.
A las 11 de la mañana, recostada en un petate tendido en el piso de tierra de una pequeña vivienda en el albergue que se ha convertido Xicaixtlahuac, Eusebia Martínez Castro, sin atención médica que desde el viernes 13 se esfumó en esa zona incomunicada, pidió la ayuda de una partera de esa comunidad porque estaba a punto de aliviarse.
Minutos después nació una criatura. La cabecita del bebé fue envuelta con un paliacate rojo para cubrirla del frío, y su mamá lo tapó con una vieja cobija y lo abrazó para contemplarlo durante las horas después del parto en que permanecieron solos en el pequeño cuarto con paredes de adobe.
Un día antes, Victoria Catarina Morales, también dio a luz en el campamento con la atención de una señora. Además de esos dos nacimientos, entre los damnificados de San Marcos Majada de Toro, hay otras 23 mujeres embarazadas que lograron huir de su comunidad ante el temor de que sus viviendas fueran sepultadas por el los deslaves de los cerros. Es probable que en estos días, en las mismas condiciones, nazcan otros bebés sin saber que sus progenitoras han caminado durante horas para salvarlos y que han pasado días sin comer.

A luchas para comer mañana

En un cuarto abandonado de 7 por 4 metros que un habitante de Xicaixtlahuac le prestó a Modesto Gaspar Bonifacio, viven provisionalmente 30 personas que en medio de la lluvia salieron de San Marcos Majada de Toro la noche del lunes 16.
El lugar no tiene energía eléctrica y todos duermen amontonados y hasta sentados en el suelo.
De ese grupo de damnificados, hay 15 niños, que esperan pacientes sus tortillas calientes hechas a mano y en unos platos de unicel, su pequeña cantidad de frijoles negros hervidos con una rama de epazote y de socorrido que las señoras han preparado para almorzar.
“A luchas tenemos para comer mañana”, dice doña María Cleotilde Martínez preocupada por la escasez de alimentos que padecen a ocho días de haber abandonado su pueblo.
Otra preocupación de doña Cleotilde es que a su hija Sandra de tres años y su hijo Isaí de dos, han contraído diarrea y calentura, sin que haya médicos o enfermeras en el campamento, menos medicinas.
Indignados y resignados ese grupo de personas, cuentan que un día antes la regidora del PRI, Mercedes Carballo Chino, quien consiguió esa posición por acarrearle votos al candidato del PRI de esa zona indígena, haya minimizado su situación.
Aseguran que la edil, sólo les subió a reprochar que se hayan salido de su pueblo, porque según consideró “sus casas en San Marcos Majada de Toro están buenas”; y les ordenó “regresen a San Marcos, no ha pasado nada”.
Mientras los niños comen, corren y juegan canicas contentos, esas personas, así como muchas familias regadas en el campo y las viviendas de  Xicaixtlahuac permanecen en la incertidumbre, no saben si van a regresar a San Marcos o quedarse para siempre a vivir en ese nuevo lugar, en el que no tienen nada.
Mientras, San Marcos Majada de Toro, permanece casi sin habitantes, sin servicios de telefonía y sin energía eléctrica, sin escuelas que funcionen y sin la atención en el centro de salud.
Las pocas personas que se han quedado dicen que no salieron porque ahí tienen su casita; mientras que otras decenas caminan diariamente tres horas para ir al campamento y regresar por temor a que sus vecinos se roben sus pocas pertenencias.
En San Marcos, donde todos los días llueve, se observan en sus colonias: el Centro, Tres de Mayo y Tierra Blanca, las casas que se derrumbaron con los deslaves de los cerros, los pisos de concreto hechos por el gobierno federal cuarteados y levantados, y su camino de salido desaparecido por la corriente del rio.
En San Marcos, como en las decenas de comunidades que se pueden ver lejanas y diminutas en el horizonte de las montañas de alrededor, la vida transcurre así, entre la neblina, la lluvia y el temor de que el agua o un temblor ablande los cerros en los que levantaron sus viviendas.
En el pueblo y en el campamento de los desplazados aún conservan la esperanza de no seguir siendo invisibles.

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