Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Las calles de Acapulco VIII

La Quebrada

La Quebrada, símbolos con la Bahía de Acapulco, tiene una existencia de antigua data. Tomará ese nombre cuando en el siglo XVIII se empiece a quebrar la enorme muralla granítica taponando el acceso de los vientos sobre la ciudad. Anota el cronista Rubén H. Luz que en esa misma época se iniciaron los trabajos para dar forma a la llamada “Abra de San Nicolás”, mucho más tarde “Canal de Aeración”. La primera denominación honrará a San Nicolás Tolentino, patrón de la capillita localizada en las faldas del cerro y que atendía las necesidades espirituales de los trabajadores de la obra.
Fue el coronel Manuel Lopetegui el primer atrevido que finca su residencia en aquel camino. La casa de Lopetegui, de cuya cordura dudará la población por su convivencia con chivos e iguanas, se localizó en el primer escalón del cerro y que hoy se ubicaría en el inmueble de la Recaudación de Rentas. Lopetegui, jefe de la guarnición militar del fuerte de San Diego, había dirigido los trabajos para abrir el tapón pétreo a marrazo limpio y muy pocos explosivos.
Más atrevido todavía que Lopetegui, un ingeniero de apellido Loyo plantará su residencia en la más tarde plazoleta de La Quebrada. Quizás en el mismo sitio ocupado mucho más tarde por el hotel El Faro, propiedad primero de don Pancho López, político de La Unión y luego de Rosita Salas. Fue ella una admirable “trespaleña” que supo escalar posiciones laborales en el Hotel El Mirador, hasta convertirse en el brazo derecho de su fundador Carlos Barnard. “Frastero” tenedor de libros que tampoco escapará en pleno siglo XX de las chungas pueblerinas, por vivir en aquellas soledades. Se convertirán en la “risión” de todos cuando baje al mercado montado en un burro trasijado.

Mejor miéntamela

El alcalde Enrique Lobato Cárdenas (1929) fracasó en su propósito de poblar La Quebrada mediante la oferta de terrenos gratuitos en aquel cerro inhóspito. Recordaba él mismo haber perdido más de dos amigos cuando les hizo tal ofrecimiento. “¡Mejor miéntame la madre, cabrón! O me ves la cara de pendejo o de chivo para mandarme a vivir a esos pedregales”, fue una respuesta.
La calle de La Quebrada compartió alguna vez su nombre con el del general Vicente Guerrero. Se llamó así el tramo comprendido entre el centro y la confluencia con la hoy Azueta y solo hasta que se encuentre otra arteria digna del consumador independentista, ésta se abrirá para comunicar el propio centro citadino con la avenida Pie de la Cuesta. Entonces será toda Quebrada.
Pocos años más tarde, en 1933, el alcalde Carlos Adame, primer cronista oficial del puerto, anuncia entre su obra pública prioritaria la petrolización de la avenida de La Quebrada. Llamarla “avenida” provocará no pocas burlas sangrientas para el primer edil, particularmente de quienes consideraban un exceso tal denominación para un miserable “callejón cuitero”.
Además de ser sede de los osados clavadistas acapulqueños, La Quebrada alcanzará celebridad cuando su plancha principal sea escenario de muy concurridos bailes populares: los jueves para “la prole” y los domingos para la jai sosaity. El “carnet musical” lo cubrían las orquestas Minerva, de don Alberto Escobar; la de Teodoro Teddy Vargas; La Especial, de Hermino Mesino; la de Mardonio Ramírez, y algún jueves la de Elmer (El mercado, pues). Alguna trifulca sangrienta pondrá fin a tan alegre tradición.

La voz del diablo

La cueva localizada en el lado sur de La Quebrada estuvo marcada con una leyenda diabólica, tenebrosa. Guardaba en su interior, según la misma versión, riquezas inimaginables abandonadas por piratas ingleses. Cualquier intención por saquearla se verá contenida cuando se divulgue la identidad de su custodio permanente: “Lucifer en persona”. Será por ello La cueva del diablo.
A partir de entonces ningún buscador de tesoros dudará de tan azufrosa custodia, particularmente cuando escuche el sonido surgido de aquella profundidad. Un retumbo ronco y prolongado producido en realidad por el mar al penetrar con furia en la caverna. “¡No, pos sí, es él, vámonos a la chingada!”, convenían aquellos, alejándose lo más rápidamente posible del sitio.
Cuando Alejandro von Humboldt visite Acapulco en 1803, será llevado a La Cueva del Diablo manifestándose maravillado de aquella formación natural. Su acompañantes acapulqueños la rebautizarán, sin él saberlo, como La Caverna de Humboldt. Hoy, la cueva, llámese como se llame, no guarda ningún secreto para nadie.

Los arroyos

Recuerda el cronista Carlo E. Adame que la calle de La Quebrada era cruzada por arroyos que bajaban del Ojo de venado, un hermoso manantial en el cerro de La Mira. El más caudaloso corría por la actual calle Felícitas V. Jiménez, pasando junto a la escuela Ignacio Manuel Altamirano, donde será necesario instalar un puentecillo precario. Seguirá por Felipe Valle y José Ma. Iglesias hasta desembocar en la bahía. Rememora el cronista la delicia que significaban aquellas fuentes para la chiquillería de los barrios cercanos. Con el atractivo adicional de “pescar” en la corriente unas pepitas doradas, presumidas por aquellos como de oro.

Pacific Mail Steamship

Fue en la calle de La Quebrada donde la empresa estadunidense Pacific Mail Steamship Company, operadora de la línea de cruceros que tenía al puerto como destino obligatorio, instaló un enorme tanque de agua. Desde ahí se surtían las embarcaciones a través de una larga tubería que terminaba en el muelle propiedad de la compañía (hoy, gasolinera).

Canuto J. Neri

El general Silvestre Mariscal anuncia en 1915 un plan denominado “trabajos de conciliación”, encaminado a la fraternización de todas las fuerzas revolucionarias concentradas en Acapulco. Como prueba de la sinceridad de sus acciones, el profesor atoyaquense pone en libertad al general Canuto J. Neri, detenido con otros jefes castrenses en el fuerte de San Diego. El joven militar, hijo del general Canuto Neri, quien en 1893 había encabezado la primera revuelta guerrerense contra Díaz, se retira confiado a su domicilio en la calle de La Quebrada (sitio mismo donde se levantará luego la escuela Altamirano). Lo que siguió es narrado por el historiador:
“El señor general Neri no tardó en sufrir las expresadas consecuencias de su fe en las promesas de los confabulados, autores de los “trabajos de conciliación”. En efecto, a las 9 de la mañana del 6 de agosto de 1915, caía muerto al abrir la puerta de su casa acribillado cobardemente por una patrulla al mando de Bruno Rosas, de las fuerzas de Mariscal. Su cadáver será despojado enseguida del calzado y de otras prendas de uso personal”.
En aquella misma jornada, más que conciliatoria, de “los cuchillos largos”, Mariscal ordena el asesinato del gobernador de Guerrero, general Julián Blanco y de su hijo Julián, además del general Miguel Serrano, los tres en un calabozo del fuerte de San Diego. Mariscal será nombrado gobernador de Guerrero en 1917, declarando a Acapulco capital del estado e incluso redactará su propia Constitución. La estrella del atoyaquense brillará hasta que el Jefe Venus, como se refería a Venustiano Carranza, se convenza de la clase de cabrón al que protegía.

Las instituciones

La escuela Ignacio M. Altamirano, fundada en 1906, tendrá su segunda y definitiva sede en la calle La Quebrada. La escuela “Tipo” Manuel M. Acosta nacerá más tarde en la misma arteria. Frente a esta última, la Secundaria Federal número 22 (hoy, Uno) ocupará el viejo inmueble de la oficina de Correos, otrora Botica Acapulco del dr. Antonio Butrón. Fue ésta la clásica botica de pueblo con sus anaqueles repletos de hermosos tarros de cerámica, guardando sales, mixturas y alcanfores. El médico hispano cubano, tres veces alcalde de Acapulco, no podrá competir jamás con su vecina doña Cleofas Manzo. Ello cuando se trate de curar a las víctimas del “empacho”. Hojas de higuerilla con manteca y ceniza aplicadas en el vientre y santo remedio.
En Quebrada esquina con Independencia se edificó por suscripción popular en 1942 la delegación de la Cruz Roja de Acapulco. Su promotor, el doctor Felipe Valencia, se hará cruces por lo caro de la obra: 35 mil pesos. La benemérita institución había nacido aquí por iniciativa del Club Rotarios de Acapulco, cuya directiva la integraban Marcelino Miaja, Félix Muñúzuri, Israel Soberanis y Pedro Peña. Antes, en la esquina con Francisco I. Madero, estuvo desde siempre el curato de la parroquia de La Soledad, mismo sitio ocupado más tarde por la escuela “Tipo” y desde hace 20 años la biblioteca Alfonso G. Alarcón. ¿Y el curato?
El curato

La residencia del cura párroco de La Soledad será incautada por órdenes directas del presidente Plutarco Elías Calles, precisamente durante la etapa mas crítica de la Guerra Cristera. Rosendo Pintos Lacunza, entonces regidor de la Comuna, informa a la Presidencia de la República que el párroco Florentino Díaz había cerrado la parroquia de La Soledad solidarizándose con la revuelta del Bajío, mudándose él mismo a la casa de una parroquiana. El Turco (apodo de Calles), convertido en Zeus tonante, ordena el desalojo inmediato de los bienes parroquiales y destina el inmueble para una institución educativa. Lo recibe el propio don Chendo Pintos, quien siempre vivió enfrente, fundador más tarde en ese mismo lugar de las instituciones aludidas.

Teatro Domingo Soler

Otra institución cultural en la calle de La Quebrada fue la Unidad Escolar Mary Street Jenkins, levantada por la fundación de ese nombre en el predio que había ocupado el hotel El Recreo de La Quebrada, de don Alfonso Sáyago. Un moderno edificio escolar dotado con teatro propio en tanto que albergaría a una escuela de artes y oficios. Todo ello producto de la gestión del alcalde Ricardo Morlet Sutter (1963-1965), ante el multimillonario William Jenkins, el primero que se atrevió a construir una residencia en la cima de los riscos de la península de Las Playas. El estadunidense radicado en Puebla, considerado en aquel momento el hombre más rico de México, era capitán de varias industrias pero su filón fue la exhibición cinematográfica en sus propias salas.
Una vez cambiado el destino de la unidad de artes y oficios a la de enseñanza elemental, el teatro se desincorpora quedando como espacio escénico libre. Los grupos teatrales usuarios del mismo, entre ellos el Teatro de las Máscaras, propondrán llamarlo Domingo Soler en honor del recio actor dramático, miembro de la gran dinastía Soler de grandes actores y una actriz. El galardonado actor había nacido fortuitamente en Chilpancingo y en igual forma morirá en Acapulco donde residía por recomendación médica.

Las hospederías

La calle de La Quebrada será necesariamente sede de hospederías a un paso de los temerarios clavadistas, con su oferta de cuartos bien ventilados y comida casera. Estarán entre ellas, en distintas épocas, la casa de huéspedes La Costeña, de don Rosendo y doña Adolfina Pintos; el hotel Mariscal, de Alfredo Hudson y Flavia Mariscal, hija ésta del general atoyaquense; y el hotel Los Angeles de Ángel Figueroa y Elisa Batani. También, la Casa Amelia, de don Samuel Sosa, la Casa Amparo y el hotel Jardín, de doña Irene Villalvazo. Aquí se hospedó mientras laboró en el puerto en calidad de secretario de un comandante militar, un joven veracruzano que mucho más tarde llegará a ser presidente de la República: Adolfo Ruiz Cortines.

Esquina con…

La calle de La Quebrada hace esquina con Independencia, Francisco I Madero,  Felícitas V. Jiménez, José María Iglesias y José Azueta, sitio este último de la famosa nevería El Vapor.

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