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Jorge Zepeda Patterson

Los corruptores

Me temo que lo más importante del destino de los mexicanos se decide en los comederos políticos de Polanco y no en las cámaras legislativas o en las oficinas de Gobernación o Hacienda. Es allí, en las charlas de sobremesa entre presidentes de partidos, secretarios de Estado y coordinadores de fracciones parlamentarias, donde se tejen los acuerdos que definen la vida pública.
Quizá por ello el trabajo periodístico profesional se vuelve tan difícil e incluso frustrante. Tratar de recomponer lo que sucedió “en lo oscurito” entre los actores del poder es una empresa fortuita y sembrada de incertidumbres e inexactitudes. Después de todo, el periodista no está presente en una conversación entre Manlio Fabio Beltrones y el presidente de un partido donde se negocian los términos de una nueva iniciativa de ley, ni posee un micrófono debajo de la mesa. Peor aún, lo que el periodista llegue a conocer será resultado de lo que cada uno de los protagonistas quiera contarle.
A lo largo de veinte años de ejercer el periodismo he acumulado una gran cantidad de información sobre las maneras en que opera la clase política en diversas circunstancias: sus códigos no escritos, la relación con los medios de comunicación, las modalidades de corrupción que existen en los distintos niveles, las maneras en que los poderes fácticos se vinculan entre sí.
Mucha de esa información es impublicable. No por falta de ganas, sino por la imposibilidad de recaudar las evidencias que la documenten. Una cosa es saberlo, y otra poder demostrarlo de acuerdo a códigos profesionales.
En parte por ello es que escribí Los Corruptores, una novela política de suspenso, bajo el sello de editorial Planeta. El asesinato salvaje de la actriz Pamela Dosantos, amante del secretario de Gobernación del país provoca una crisis cuando se revela que la mujer atesoraba secretos de Estado sobre diversos miembros de las élites mexicanas. Los personajes son ficticios, pero los secretos que se van descubriendo, con ligeras modificaciones, forman parte de esa pila de expedientes que como periodista venía acumulando en mi gaveta de “casos impublicables”.
Justamente, uno de los cuatro personajes centrales es Tomás Arizmendi, un columnista desencantado del oficio quien publica, sin percatarse, un dato sobre la muerte de Dosantos que se convertirá en un escándalo. Su artículo le ganará el rencor de los poderosos y la mafia, y para sobrevivir tendrá que develar los secretos de Pamela y descubrir al autor de su muerte.
La trama me da la posibilidad de construir un fresco sobre la clase política como no lo había podido realizar en mi trabajo periodístico a pesar de haber publicado o coordinado libros como Los Suspirantes, Los Amos de México o Los Intocables (todos ellos perfiles biográficos de miembros de la clase dirigente). La novela me permite desarrollar personajes y situaciones que se comportan fielmente a lo que he captado a lo largo de veinte años de vivir profesionalmente con hombres y mujeres de poder de nuestro país.
En ese sentido he descubierto como autor lo que ya había percibido como lector: la literatura ofrece visiones adicionales y complementarias para entender la realidad, en este caso la manera en que opera el poder en México.
Martín Luis Guzmán escribió a fines de los años 20 dos novelas, El Águila y la Serpiente y La Sombra del Caudillo, para explicar con mayor profundidad que cualquier análisis político las infamias de los regímenes posrevolucionarios, particularmente el de Obregón.
Luis Spota en los años que 60, 70 y 80 hizo la mejor descripción de la clase política que se ha hecho en México a golpe de novelas que dejaban muy poco a la imaginación. En ese sentido es el mejor cronista que hemos tenido de los intríngulis de la vida pública. Héctor Aguilar Camín hizo lo propio con sus novelas Morir en el Golfo (1985) y La Guerra de Galio (1990). Un verdadero tratado de antropología de los especímenes de estos años.
Toda proporción guardada, Los Corruptores intenta ofrecer claves similares de los políticos que nos toca padecer en esta época, luego de 12 años de alternancia y en pleno regreso del PRI (la obra está ambientada en diciembre de 2013). Es una novela sobre la amistad, el amor y sus desengaños pero con el telón de fondo de los usos y abusos del regreso del presidencialismo en nuestra atribulada y frágil democracia. El presidente se llama Alonso Prida y no Enrique Peña Nieto; el secretario de Gobernación lleva por nombre Augusto Salazar, pero aun con personajes de ficción, Los Corruptores me ha permitido decir lo que no había podido sobre todos los que les rodean. Espero la disfrute.

@jorgezepedap
www.jorgezepeda.net

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