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Aún hay 650 damnificados refugiados en la Unidad Deportiva de Chilpancingo a 15 días de la tormenta

*Algunos han optado por dejar el refugio y regresar a sus pueblos para asentarse en los cerros, o donde los pobladores tienen pensado reubicarse

Fernando Hernández

Chilpancingo

A 15 días del paso de la tormenta tropical Manuel, todavía hay 650 personas refugiadas en las instalaciones de la Unidad Deportiva de Chilpancingo, que fueron habilitadas como albergue temporal la tarde del pasado 15 de septiembre, por el Ejército.
Alfonso Sánchez es ex comisario de la comunidad serrana de San Vicente, él fue uno de los 480 habitantes de la localidad que tuvieron que refugiarse en el albergue del sitio conocido como CREA.
Indicó que desde el pasado 15 de septiembre, cuando tuvieron que abandonar su comunidad a causa del deslave de los cerros, lo que afectó a todas las viviendas de su comunidad, alrededor de 200 de sus paisanos han dejado el albergue para refugiarse con amigos y familiares que viven en Chilpancingo.
Sin embargo, un número indeterminado de pobladores de la comunidad serrana han  optado por dejar el refugio y regresar a su pueblo para refugiarse en los cerros, en dónde los pobladores tienen pensado reubicar su pueblo, manifestó el ex comisario.
Sánchez abundó que en el albergue “todavía están viviendo unas 200 personas”, originarias de la comunidad serrana, quienes perdieron su casa y todas sus cosas, que no tienen lugar al cuál volver.
En las instalaciones deportivas han instalados tres dormitorios: uno en la cancha de duela, uno en el gimnasio, y uno otro más en las instalaciones de la sala de usos múltiples; en ellos, en las canchas y en otras partes del CREA de Chilpancingo, cientos de hombres y mujeres, así como niños, han pasado los últimos días.

La lluvia se llevó a su esposo y a su hijo de 12 años

En el dormitorio de la sala de usos múltiples vive desde hace 15 días Valeria Godínez Blas, de alrededor de 36 años de edad.
Junto a otras mujeres, narró que la madrugada del 15 de septiembre, la crecida del río Huacapa arrasó con su casa que estaba ubicada en la zona federal de la colonia San Rafael Norte.
Valeria Godínez recordó que esa madrugada las aguas desbordaron una barranca, que es conocida entre los vecinos como la de El Tule, y terminaron por inundar su casa y el arrastre de las rocas provocó la muerte al instante de su esposo Rufino Roa Roa, de 44 años, y de su hijo de 12 años.
La mujer recordó que desde que llegó al albergue, ha salido de él en pocas ocasiones; una de ellas fue para sepultar a su esposo y a su hijo.
A donde quiera que uno dirige la mirada hay historias de supervivencia y dolor. Algunos de los damnificados de repente fijan su mirada en las personas que juegan basquetbol o fútbol, se nota que están perdidos en sus pensamientos y vuelven a la realidad alrededor de las 7:30 de la noche, hora que se fijó para la merienda.
Este domingo la cena fue arroz con frijol, que se guisó en la cocina comunitaria que los militares han  instalado afuera del deportivo, muy cerca de las oficinas de la Delegación en Guerrero de la Secretaría de Educación Pública.

Perdimos todo, hasta la silla de ruedas de mi hijo

José Antonio Ramírez, de oficio albañil, llegó al albergue con su esposa Brenda Rivera Castro y su hijo de 4 años, alrededor de las 4 de la tarde del pasado 15 de setiembre. Recuerda que el caudal azotó su casa de madera, ubicada en la colonia Galeana, y “no me dejó sacar nada, nada, ni la silla de ruedas de mi hijo”.
“Nuestro niño es un niño especial”, ataja su esposa Brenda, mientras masajea un poco las piernas del niño.
La familia vive desde hace 15 días en la esquina del dormitorio, ahí Brenda explica que su hijo, desde que nació, vive “con un problema”, en alusión a la parálisis cerebral infantil.
José Antonio abre el papel aluminio con el que fue envuelto un poco de barbacoa de chivo, que le trajo uno de sus amigos albañiles, y recuerda con voz entrecortada: “No me dio tiempo de sacar la silla de ruedas de mi niño. Gracias a Dios la semana pasada nos regalaron una silla”.
Su esposa lamenta lo que les pasó la madrugada del 15 de septiembre, pero “me duele también mucho que mi niño no ha podido ir a sus terapias, que recibe en el CRIG (Centro de Rehabilitación Infantil Guerrero)”.
En el dormitorio instalado en las cancha techada del CREA, la luz se enciende a las 7 de la noche, ahí los desplazados por los fenómenos naturales se han tenido que ajustar a parte de la disciplina de los militares, a muchos no les gusta, pero “es lo que ha hecho que las cosas funcionen aquí”, dice al reportero uno de los soldados que hace guardia en una de las puertas de acceso.
Sobre la duela hay cientos de colchonetas, y decenas más fueron ubicadas por los refugiados sobre las gradas de la cancha de basquetbol. En medio de la cancha se observan unos mecates, y atados a estos unos pabellones, no son muchos si acaso unos 15. Muchos son los colores de las colchonetas.
En el “Dormitorio A” como conocen algunos a la cancha techada de basquetbol del CREA, la privacidad prácticamente se ha extinguido para todos y para todas.
Los desplazados duermen muy cerca unos de otros, algunos dicen al reportero que duermen a lo mucho tres o cuatro horas por noche; otros se quejan de los ronquidos y de que los despiertan las llamadas, que por la madrugada entran a los celulares.
Afuera de la cancha techada de básquetbol, se observa a un grupo de personas que trajo algo de ropa usada a los desplazados.
Uno de los soldados dijo que esas personas dijeron que querían entregar la ropa personalmente, y así lo hicieron. En el patio más cercano al lobby de la unidad deportiva, decenas de refugiados, sobre todo mujeres y niños, se aglutinan entorno a las personas que trajeron la ropa. Algunos de ellos hasta brincan para alcanzar alguna de las prendas que son arrojadas.

Sólo dos gallinas alcanzó a jalar

Atrás de una las canchas de fútbol rápido de las instalaciones deportivas, hay un poco una superficie de tierra, en la que hay un poco de zacate; ahí andan dos gallinas coloradas, mismas a las que cinco niñas desplazadas de San Vicente tratan de atrapar.
Las aves fueron lo único que alcanzó a rescatar Carlota Reyes, una mujer de 75 años que camina apoyándose en una andadera por algunos pasillos del CREA.
La anciana recuerda que hace 15 días las aguas que venían desde la presa, y que desbordaron las aguas del río Huacapa, se llevaron su casa de madera que estaba en la colonia Las Bugambilias.
La señora Carlota habla con esfuerzos, pero alcanza a decir que es originaria de la zona serrana del municipio de San Miguel Totolapan, de un lugar ya muy cercano a Tlacotepec.
Sus ojos se llenan de lágrimas cuando recuerda que las dos gallinas están con ella en este momento, porque cuando los soldados la rescataron, los animales, “me fueron siguiendo”, después alguien le permitió traerlas hasta el albergue.
La mujer rompe en llanto cuando cuenta que es una mujer sola, que no tiene familia, que no tiene hijos, ni marido y casa. Lo único que tiene son dos gallinas, de las cerca de siete que sobrevivieron a la inundación.
Elizabeth Osorio es una madre soltera que hasta el 15 de septiembre vivía con sus tres hijos en su casa de madera y lámina galvanizada, en la colonia El Amate.
Su casa, como cientos de viviendas más al norte de la ciudad, una de la zonas más afectadas de Chilpancingo, fue arrasada debido a su cercanía con la presa de Cerrito Rico.
Osorio reclamó que “censos van y censos vienen”, y que “ya estamos cansados de que nos estén encuestando, porque nada más nos toman datos y no nos han dicho cómo es que nos van a ayudar”.
La mujer, que trabajaba de empleada doméstica hasta antes de perder su patrimonio, dijo que tiene la sospecha de que “ya nos quieren desalojar” del refugio; esto debido a que autoridades municipales que les insisten para que dejen el albergue y se hospeden con familiares y vecinos.
“Sin embargo, lo que el gobierno no ha entendido es que nosotros ya no tenemos a donde irnos a vivir, nosotros lo que queremos es que nos apoyen para poder comprar un lugar”, mencionó visiblemente molesta.
A unos metros del acceso a la puerta 1 de la cancha techada de básquetbol, hay un muro de unos 70 centímetros de alto. El muro ha sido improvisado por una decena de mujeres como la zona de lavaderos, ahí las señoras enjuagan la ropa de su familia para después tenderla en algún espacio libre de la unidad deportiva.

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