Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

*La telebasura

*Ojalá los abusos de la Bozzo y la telebasura –“bazofia” la llamó Aristegui– de Televisa y Tv Azteca sirvan para algo más que la indignación pasajera y alerte al gobierno y al Congreso sobre la relevancia de proteger los derechos de los televidentes.

Encuentro a la televisión muy educativa. Cada vez que alguien enciende un aparato, me dirijo a otro cuarto y leo un libro. Groucho Marx.

Con elegancia profesional y rigor periodístico, Carmen Aristegui desairó el reto que le lanzó Laura Bozzo. “Desde luego la respuesta es no, porque sería tanto como dar pie a un distractor morboso en momentos cruciales”, dijo la periodista sin aspavientos ni gritos y apuntó precisa al problema fundamental del escandaloso numerito, escenificado por la impresentable peruana en Coyuca de Benítez.
“Estamos hablando de la utilización de recursos públicos para ponerlos a la disposición, para alimentar esta utilización morbosa e indeseable” de la televisión. “Estamos hablando del uso de una concesión pública que se atreve a presentarle a la sociedad mexicana como su oferta, digámoslo así, informativa y de comunicación, lo que hemos visto en la pantalla”, y remató sin titubear, una “bazofia que México no se merece”.
Como la Aristegui, tampoco desperdiciaré tiempo, tinta ni espacio, y menos la paciencia generosa de los lectores de esta columna, para zarandear más a la de por sí zarandeadísima “señorita” Laura en Facebook y Twitter.
Como la Aristegui, apuntaré al problema fundamental del escándalo, con especiales interés y preocupación por la clase de contenidos que proponen en estos tiempos nuestros, las dos principales cadenas de televisión privada, consumidos por la enorme mayoría de los mexicanos.
No subestimo ni olvido el abuso de recursos públicos por parte del gobernador mexiquense Eruviel Ávila, sin duda grave e inaceptable por varias razones. Las principales, la facilísima discrecionalidad de un gobernador para disponer y facilitar un helicóptero que no le pertenece, su servil complacencia ante los caprichos de la conductora y su empresa, y su desprecio ofensivo por las apremiantes necesidades de los guerrerenses.
Tan graves que prefirió hacerse el occiso y, como si la virgen le hablara, hizo mutis y nada dijo, explicó ni respondió sobre el asunto. Tan graves, que yo esperaba, como seguro muchos, al menos un regaño, una recriminación, de pérdis algún eufemismo de “no chingues”, por parte del presidente Enrique Peña Nieto o del gobernador Ángel Aguirre Rivero, atendiendo el mandato de varios miles de feisbuqueros y tuiteros mexicanos que reaccionaron de inmediato en contra de la bochornosa noticia.
Pero no, también prefirieron hacer mutis.
No lo subestimo ni lo olvido, sólo que me interesa y preocupa más la degradación grosera y cínica de la televisión abierta a cargo de los concesionarios privados más poderosos e importantes, particularmente con la producción y transmisión de tele-basura como la de Laura Bozzo en Televisa.
No porque sorprenda ni sea novedad la bajísima calidad en los contenidos de la televisión privada mexicana, la vulgaridad grosera de sus programas, ni la mercantilización barata e ilimitada de sus espacios. Pero nunca como ahora sus pantallas ofenden tanto la dignidad, la inteligencia y los derechos de los televidentes; ahora pareciera que quisiera exaltarse una especie de cultura de la vulgaridad, de la grosería o del mal gusto, como si ahí radicara incluso lo estético; ahora que el horno, como nunca antes, no está para semejantes bollos.
Aunque la tele-basura no es un mal exclusivo de la televisión mexicana, la generalización del mal tampoco debe consolarnos. Es necesario que “los responsables de la televisión entiendan que el medio que dirigen tiene una enorme responsabilidad social”, demandó el investigador y académico español de la Universidad de Navarra, Carlos Barrera del Barrio, a los concesionarios de su país.
Allá como acá, los dueños y directivos de la televisión privada se justifican como lo hizo hace mucho el Tigre Azcárraga: “Nuestros programas tal y como están planteados gustan al público y por eso están ahí. Nos ceñimos a los índices de audiencia”, argumentó un portavoz de la cadena ibérica Tele 5.
Allá como acá, señalan parte de la culpa en la complacencia del público televidente. El presidente de la Agrupación de Telespectadores y Radioyentes (ATR) españoles, José Luis Colás, adjudicó gran parte de la culpa de la baja calidad de los contenidos de los medios electrónicos al público, “que se traga todo lo que le echan. Parece que somos completamente idiotas y creo que lo que influye es el bajo nivel cultural”.
Una encuesta del Instituto de Medios y Audiencias (IMA), también español, señalaba que “sólo el 40 por ciento del público ve programas concretos preseleccionados; el 60 por ciento restante escoge sobre la marcha”, prueba de una evidente despreocupación por los contenidos.
Una joven universitaria mexicana subió un video a su muro de Facebook, en el que reta a Laura Bozzo a ir con Aristegui a la UNAM. Aunque reconoce que en Coyuca de Benítez seguramente la conocerán más y recibirán mejor a ella que a Carmen Aristegui, asegura que de la UNAM “te echan a pedradas”.
En efecto, aquí como allá, son las clases cultas de la sociedad quienes mayormente muestran su descontento, mientras que las más populares resultan más asequibles a la manipulación informativa. Lo advierte el politólogo español Ignacio Sotelo: “El consumo de televisión es cada vez más un indicador de las diferencias entre clases. A mayor desarrollo social, cultural y económico, menos televisión se ve. En cambio, en las regiones más atrasadas es donde más se consume”.
Hoy más que nunca, los índices de audiencia (el rating) determinan la programación televisiva, por eso son la justificación favorita de los programadores y directivos de las televisoras. Ante esto, uno se pregunta si acaso la calidad no vende. “Lo que ocurre –advierte incluso el conservador diario español ABC– es que la cuota de basura ha crecido lo suficiente para que sea conveniente dar la voz de alarma”.
Esta alarma se origina, editorializó el diario, “en la más que posible conculcación de ciertos derechos en algunos de los programas que se emiten: el derecho a la intimidad o al honor, los del público infantil y juvenil a una protección eficaz de su sensibilidad. Y también de la mayor apuesta por la faceta del puro entretenimiento, llegando al engaño y a la manipulación si es preciso, y relegando las otras dos funciones que tradicionalmente le han sido también atribuidas al medio televisivo: formar e informar.
“Algunos intentan explicar sociológicamente esta realidad del medio audiovisual como una ‘estrategia diseñada para mantener entretenido al personal mientras los cabezas de fila dirimen sus pleitos’, de tal manera que España entera se ha convertido en un circo en el que los españoles distraen sus cuitas pendientes del reality show”, lamentó el diario.
Si eso preocupa a los españoles, que con todo y sus recientes problemas económicos son ciudadanos del primer mundo y habitantes de una sociedad democrática avanzada, imagínense cuánto deberíamos preocuparnos nosotros.
Lo triste es que, allá como acá, poco se hace desde la sociedad civil y el gobierno para contener y revertir, como decía la Aristegui, la degradación de los contenidos televisivos.
En este sentido, el investigador de la Universidad de Navarra, Carlos Barrera, manifiesta que “cuando se discute en torno a las medidas que deben tomarse para variar este estado de cosas, hay que distinguir al menos tres planos: el jurídico, el ético y el profesional. Por un lado, deben respetarse las leyes y normativas establecidas para salvaguardar legítimos derechos como el de la intimidad personal o el del público infantil a no recibir mensajes y escenas de violencia o sexo que dañen su sensibilidad. Y al mismo tiempo, el Estado y las asociaciones de telespectadores deben poder exigir responsabilidades a los fabricantes de productos televisivos y a los programadores y directivos de las cadenas. Además, desde el punto de vista ético, el espectador tiene derecho a ser considerado en su humana integridad y dignidad, en vez de ser contemplado como un objeto manipulable que sólo interesa en cuanto número de potencial audiencia, y también a que se satisfagan –una vez cubiertas sus mínimas necesidades vitales– sus necesidades de tipo cultural y recreativo sin rebajarlas a niveles que únicamente contemplen la dimensión animal del ser humano”.
Sin embargo, reconoce que “no existe aún en España una toma de conciencia lo suficientemente fuerte por parte de la sociedad acerca de la necesidad de exigir a las televisiones el respeto de los derechos del telespectador”. A pesar de que la ATR demandó que “los usuarios tienen derecho a estar representados en las televisiones públicas o en los órganos que las controlan, tal y como sucede en otros países europeos”, poco eco encontró entre los televidentes españoles.
Ojalá y acá, los abusos escandalosos de la Bozzo y la telebasura de Televisa y Tv Azteca sirvan para algo más que la indignación pasajera e intrascendente de los cibernautas mexicanos. Ojalá que la ola enorme de indignación que levantó el escándalo alerte al gobierno y al Congreso federales, sobre la relevancia de vigilar y proteger mejor los derechos de los televidentes.

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