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Humberto Musacchio

Dos de octubre y resistencia social

Para Raúl Álvarez Garín.

Durante treinta años, de 1968 a 1998, el viejo régimen mantuvo vigente una ficción aberrante en torno al movimiento estudiantil de aquel año y la matanza de Tlatelolco. Para los medios de aquel tiempo, férreamente controlados y pagados por los sucesivos gobiernos, las víctimas aparecían como los victimarios, pues los únicos que respondieron por los muertos, los heridos y los torturados fueron precisamente los muertos, los heridos, los torturados, los presos y los exiliados.
Implícitamente, como resultado de una presentación amañada y pagada de los hechos, no había responsabilidad para las fuerzas gubernamentales que habían intervenido en la matanza. Gustavo Díaz Ordaz, el sanguinario presidente que padecíamos los mexicanos en 1968, era señalado desde los pocos espacios independientes con que entonces contábamos. Pero nada más.
Del 68 no se hablaba en los medios. A lo sumo se hacía una tímida referencia a la manifestación anual. Y hasta ahí. Pero el silencio oficial y oficioso no fue suficiente para ocultar lo sucedido. Hoy cualquiera sabe que en Tlatelolco se disparó a mansalva contra una multitud inerme, pero todos los responsables de aquel crimen se han ido muriendo sin que uno solo de ellos haya pisado la cárcel, pues a lo más que se llegó fue a la prisión domiciliaria de Luis Echeverría antes de que fuera cabalmente exonerado por un juez de consigna.
Fue hasta 1998 cuando los medios –no todos– relataron lo que verdaderamente había sucedido, cuando exhibieron fotos, películas, grabaciones y otros testimonios que incriminaban a individuos  que entonces ocupaban cargos de la mayor relevancia. Todos ellos se han mantenido en la más cabal y aberrante impunidad.
Cada 2 de octubre desfilan los que se empeñan en recordar esa fecha y lo que significa. Entre los que desfilan, cada vez son más los hijos y nietos de aquella generación, muchachos que no vivieron el movimiento, pero que lo tienen presente como un momento en que la sociedad, una parte muy significativa de ella, se levantó a protestar por la falta de libertades, por la cerrazón gubernamental y el despotismo inherente al viejo orden. En 1968, multitudes salieron a las calles a denunciar la existencia de presos políticos, el asesinato de opositores, la asfixiante atmósfera política en la que no había prensa libre, ni partidos políticos independientes, ni voces opositoras en el Congreso ni más destino para los jóvenes que una vida de sumisión o de marginamiento.
Hace 45 años el gobierno de entonces cometió un crimen abominable y eso está en la memoria profunda de los mexicanos. Muchos tendrán dificultades para expresarlo, pero entienden que aquello fue una injusticia criminal, un abuso punible del poder, un caso socialmente ofensivo de impunidad.
Y si antes no fue posible borrar el recuerdo ni impedir la protesta ritual de cada año, con el tiempo la fecha se convirtió en el momento de confluencia de las luchas sociales y de la protesta contra los abusos del Estado, contra la ineficiencia de los gobiernos y contra el latrocinio de los políticos.
El 2 de octubre es una fecha llena de simbolismos. Forma parte de eso que se llama el imaginario social, porque a partir de lo ocurrido muchas cosas van hallando acomodo en el inmenso rompecabezas de la historia y en el funcionamiento de la sociedad, la de antes y la de ahora. Hay protestas porque hay causas abundantes para protestar. Por eso el 2 de octubre no se olvida. No se olvidará mientras existan la injusticia y la impunidad.

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