Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Tomás Tenorio Galindo

OTRO PAÍS

*Huracanes e irresponsabilidad pública

El impacto combinado de la tormenta tropical Manuel y del huracán Ingrid devastó con particular saña a Guerrero porque éste era el estado más expuesto a sufrir semejante castigo. Se habían acumulado durante años las causas que producen ese efecto. No por un designio de la fatalidad, sino como consecuencia de la irresponsabilidad y corrupción de los poderes públicos, que tienen el potencial de convertir en una hecatombe lo que podría ser solamente una lluvia intensa.
Uno de los ejemplos más contundentes para ilustrar esta realidad es la espectacular inundación de la llamada Zona Diamante de Acapulco, sometida durante los últimos veinte años a un proceso depredatorio para convertirla de un lugar de humedales y manglares a un territorio turístico y residencial de primer mundo al estilo de Miami, pero sin planeación ni respeto a su condición natural.
El desastre de la Zona Diamante se incubó hace veinte años, cuando el extinto gobernador José Francisco Ruiz Massieu detonó las inversiones en esa franja costera con un criterio desarrollista y al margen de consideraciones sociales, y con el mismo sentido de prisa política con el que impulsó la Autopista del Sol, ese monumento a la improvisación que casualmente también se colapsó el 15 de septiembre.
A partir de 2001 el ayuntamiento de Acapulco, en ese entonces a cargo de Zeferino Torreblanca, empezó a repartir como si fueran caramelos los permisos para construir conjuntos habitacionales y centros comerciales en los humedales situados entre Puerto Marqués y el aeropuerto, de acuerdo con el gobernador Ángel Aguirre Rivero mediante la intervención de actos de corrupción. Esos grandes negocios fueron auspiciados también por los presidentes municipales que sucedieron a Torreblanca (los perredistas Alberto López Rosas y Félix Salgado Macedonio y el priista Manuel Añorve Baños), y en los que presumiblemente participó un selecto número de funcionarios municipales, estatales y federales en contubernio con las empresas constructoras. Como secretario de Desarrollo Urbano y Obras de Salgado Macedonio, Manuel Malváez firmó una porción de esas licencias de construcción, reveló el alcalde Luis Walton Aburto, no obstante lo cual volvió a designarlo en ese mismo cargo. El ahora diputado federal Añorve Baños dijo la semana pasada que al llegar en 2009 al ayuntamiento encontró que tales licencias se habían emitido “indiscriminadamente”, y López Rosas sostiene que desde 1993 todos los alcaldes autorizaron obras, él incluido, aunque niega haberlas autorizado sobre los humedales. Las torres de los condominios y los centros comerciales que ahora se levantan en la vía al aeropuerto parecen testimoniar una era de pujanza económica, esplendor inmobiliario y derroche de dinero. Ese Acapulco de oropel, creado a palancazos y del que ningún ex gobernador puede decirse ajeno, es el que se vino abajo para asombro internacional.
Pero ni el desastre de las aguas en la Zona Diamante, ni la angustia de los 40 mil turistas varados en el puerto –que la histeria de la televisión hizo pasar por las mayores víctimas del ciclón–, puede compararse con el drama de los pobladores de la periferia y la zona rural de Acapulco. Tampoco puede compararse con el atroz sufrimiento experimentado por los habitantes de la Montaña y la sierra de Guerrero, que a las desgracias de las lluvias sumaron el abandono total de las autoridades, tanto que ni siquiera se sabe todavía cuántos muertos produjo allí la emergencia, y tres semanas después persiste el aislamiento de decenas de comunidades por la ruptura de los caminos. El caso de La Pintada, en la sierra del municipio de Atoyac, donde el desgajamiento de un cerró sepultó a 68 personas que a la fecha no han sido rescatadas en su totalidad, muestra el desamparo de las comunidades cuyo rescate no ofrece el lustre que las inundaciones en la Zona Diamante.
Con el pretexto de la inaccesibilidad y las malas condiciones del clima, el presidente Enrique Peña Nieto casi no salió de Acapulco y Chilpancingo, y el gobernador Ángel Aguirre Rivero visitó la Montaña quince días después de la tragedia: apenas el lunes 30 de septiembre. Sin embargo, era en la Montaña donde más se les necesitaba. Las lluvias no causaron allí contratiempos y molestias como el cierre de la autopista y el aeropuerto. Rompieron el mecanismo de sobrevivencia de los indígenas, que no tuvieron ni siquiera a la mano un Walmart de dónde sacar comida.
El efecto de largo plazo de las lluvias en Guerrero será la intensificación de la pobreza eterna en que los gobiernos mantienen al estado. Apenas en julio el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) dio a conocer que esta entidad había pasado del tercero al segundo lugar de los tres estados más pobres del país. Eso significa que sólo Chiapas está en peores condiciones, y que Oaxaca reportó una ligera mejoría. En Guerrero 69.7 por ciento de la población se halla en pobreza, ya sea moderada o extrema, 2.1 por ciento más que en 2010. Son 2 millones 442 mil personas, de los 3 millones y medio que tiene. Los más pobres entre todos estos pobres son los indígenas de la Montaña, donde en el mejor de los casos una familia obtiene ingresos anuales de entre 30 mil y 40 mil pesos, suma que equivale a la décima parte de lo que un diputado del Congreso local recibe en un mes.
Aguirre Rivero recordó hace poco que 71 de los 81 municipios están clasificados como de alta y muy alta marginación, cerca de 400 mil guerrerenses no saben leer ni escribir, hay más de un millón 300 mil guerrerenses que padecen pobreza alimentaria, más de 300 mil niños sólo comen una vez al día y su dieta consiste en tortillas, frijoles y chile, y que 700 mil personas carecen del servicio de agua y drenaje. (El Sur, 18 de julio de 2013).
Por lo tanto, es incomprensible que con esa realidad a cuestas, mientras Ingrid y Manuel descargaban su furia, el gobernador haya ofrecido una soberbia demostración de cómo los gobernantes y los políticos multiplican, con su inacción, las consecuencias de los fenómenos naturales, pues permaneció dormido todo el sábado 14 de septiembre, reponiéndose de la fiesta que ofreció el viernes para celebrar el bicentenario de los Sentimientos de la Nación, y de la que se retiró a las 6 de la mañana de ese día. (Reforma, 28 de septiembre de 2013). Coincidentemente, en esa fiesta estuvo acompañado por la clase política, dominada por el PRD y el PRI, y en una fotografía de aquella noche Aguirre Rivero aparece abrazado y feliz con los ex gobernadores Rubén Figueroa Alcocer y René Juárez Cisneros, los otros dos hombres fuertes del estado. Entre los tres acumulan catorce años de gobierno, y Aguirre dos huracanes mortíferos.

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