Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jesús Mendoza Zaragoza

El desastre como distracción

Aturdidos aún por las secuelas del desastre ocasionado por Ingrid y Manuel, no logramos aún la serenidad necesaria para medir el impacto de los daños sobre las dinámicas económicas, sociales y políticas anteriores al mismo. Pareciera que el desastre mayúsculo para muchas poblaciones del estado de Guerrero ha impuesto un paréntesis a todos los temas pendientes y nos ha colocado ante un nuevo escenario que se superpone al anterior. El drama que viven decenas de miles de familias atribuladas por las pérdidas humanas y materiales sigue en primer plano y necesita ser atendido en su real dimensión.
Sin embargo, poco a poco van asomando los grandes temas pendientes que no pueden taparse con el dedo: la desigualdad y la violencia. Es más, puede darse ahora una riesgosa combinación entre éstas y las nuevas condiciones generadas por el desastre. De hecho, existe una combinación entre los factores estructurales e institucionales de la desigualdad, de la violencia y de las dimensiones mayúsculas del desastre.
Me quiero referir, de manera particular, al tema pendiente de la inseguridad vinculada a la violencia que en estos días de la emergencia se ha desplazado a un segundo término en los medios y en las agendas públicas. La violencia generada por el crimen organizado y por la estrategia oficial para combatirlo puede ahora entrar a una nueva fase en el contexto del desastre. Es previsible que empiecen a generarse conflictos sociales y políticos a partir de la traumática experiencia del desastre causado por las lluvias, y que dichos conflictos den pie a nuevas dinámicas de violencia. Hay que pensar en las secuelas postraumáticas que influirán en el estado de ánimo de los pueblos afectados, que se han quedado a la intemperie porque ha perdido todo, pues pueden derivarse situaciones de violencia imprevisibles. También hay que pensar en las acciones oficiales encaminadas a la reconstrucción, que van a dar pie a su politización y a enfrentamientos por el manejo político del presupuesto.
El contexto del desastre ambiental agrandado por factores políticos y económicos es tan espantoso y avasallador que está sirviendo para ocultar el gran desastre social causado por la violencia que sigue plantada en el escenario social debido a que es un fenómeno estructural que no se puede soslayar a pesar el gran sufrimiento que han provocado las pérdidas humanas y materiales en la amplia geografía del estado de Guerrero. Siguen vigentes los asuntos pendientes vinculados con la inseguridad, como los casos de los desplazados por la violencia en diversas regiones del estado. Las 29 familias de desplazados de las Shascuitas, del municipio de San Miguel Totolapan que ya llevan más de dos meses arrinconadas en Acapulco han sido olvidadas porque ahora hay miles de desplazados por las lluvias. Las víctimas de la violencia ahora están en la penumbra, desplazadas por las víctimas de Manuel e Ingrid. Y por otra parte ya repuntan en diversas regiones del estado las mismas acciones violentas de siempre.
Si la manera de manejar el tema de la inseguridad y la violencia ha sido más una simulación que una realidad, es de temer que pase lo mismo con la manera de afrontar el desastre causado por las lluvias. La situación de violencia nunca se ha manejado atendiendo de manera integral a sus causas, sobre todo las que tienen que ver con las económicas y las políticas, lo que da lugar a pensar que puede reproducirse el mismo esquema en el manejo de los daños causados por las lluvias, en cuanto que no se toquen los factores que magnificaron la tragedia y no se atienda a la necesidad de la reconstrucción de la sociedad al mismo tiempo que se reconstruye la infraestructura.
Quiero insistir en que mientras no se genere un vínculo de colaboración entre autoridades y ciudadanos, entre gobierno y sociedad, no habrá soluciones satisfactorias, tanto en el tema de la inseguridad como en el de la reconstrucción. Este vínculo tiene que buscarlo el gobierno pues no puede gobernar sin la sociedad, pues cuando prescinde de ella, fracasa irremediablemente. El componente social es indispensable para remontar estos flagelos que padecen la sociedad y, particularmente, las víctimas. Este vínculo puede crear condiciones para la participación social que distribuya responsabilidades y capacidades entre los afectados.
La reconstrucción de los daños debiera pensarse y diseñarse con un enfoque de construcción de la paz, de modo que pueda transformar los conflictos que vengan de manera pacífica y pueda generar procesos de participación de los afectados en las soluciones a los problemas. Lo mismo ha de decirse de la manera de afrontar la inseguridad y la violencia puesto que el gobierno decide solo, no escucha a la sociedad y no atiende a las iniciativas de participación ciudadana como en el caso de la Policía Comunitaria.
Concluyendo, hay que evitar que la dinámica de atención al desastre distraiga la atención a la persistente violencia que sigue latente y se vuelve a hacer patente en la medida en que pasan los días. Es más, pueden abordarse ambos temas desde la perspectiva de la construcción de la paz involucrando a la sociedad, sobre todo a las víctimas, de manera que puedan encontrarse soluciones de fondo y no terminemos coleccionando frustraciones.

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