Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Federico Vite

Un irlandés que no es tan famoso (Primera de dos partes)

El narrador irlandés John McGahern sabía que los cuentos más difíciles de escribir son los que están tomados directamente de la vida. La editorial argentina Adriana Hidalgo publicó en el 2009 todos los cuentos de este hombre poco conocido en castellano. El compendio Cuentos completos, de 578 páginas, reúne grandes piezas de la narrativa irlandesa contemporánea.
Los protagonistas de estos cuentos son, en su mayoría, hombres con pocas expectativas, gente gris, agreste, llena de rencor social, hombres que no tienen motivos para soñar ni siquiera en algo distinto al eterno paisaje opaco de Irlanda.
McGahern se instaló en Dublín, en la Irlanda rural, a principios de los la década de los 70 del siglo pasado, trabajó como profesor hasta su muerte: en marzo de 2006. Y justamente la mayoría de sus cuentos se fundamentan en rituales iniciáticos, Lavin, por ejemplo, es un texto en el que se cuenta la iniciación sexual de dos adolescentes. El cuento inicia de la siguiente manera: “Cuando lo conocí, Lavin estaba por entrar al asilo de pobres, pero seguía dejando mazo y formón para renguear tras las jóvenes, llamándolas con el dedo y asomándose a esas caras blancas, con dos o tres pecas lo suficientemente procaces para llamar la atención de cualquiera”. En este relato se expone el homoerostismo de Lavin, quien sólo mediante miradas de soslayo muestra su amor por un amigo, justamente quien narra el cuento, pero quien nunca se da por aludido sobre el interés que desata en el protagonista.
Otro de los textos que llamaron mi atención es Mi amor, mi paraguas, donde se explica, desde la mirada puesta en la nostalgia, cómo fue que una pareja de amantes concretó su desencuentro. El cuento arranca de la siguiente manera: “Fue la lluvia, el tiempo constante de esta ciudad, lo que hizo a mi amor inseparable del paraguas, un paraguas negro, de costuras blancas, cuya punta de metal doblada se trabó en la reja del Mooney’s mientras corríamos a la estación Abbey Street para alcanzar el último autobús”. Párrafos adelante, el lector agradece una breve pero atinada descripción de un orgasmo femenino: “Hicimos otra vez el amor bajo la lluvia, ella la más fogosa, y después de derramada la simiente dijo: Espera. Y, moviéndose sobre un pene moribundo bajo el paraguas que oscilaba en sus manos, tembló hasta lanzar un inarticulado grito de placer”.
Los personajes de los últimos cuentos son más dóciles, menos vehementes, ya no esperan nada de la vida, forman parte de una sociedad que condiciona los anhelos de todos, los habitantes de esos cuentos, quienes muestran su carácter aceptando la resolución del destino. Las historias finales, mucho menos convulsas que los primeras cuentos de este libro, muestran la madurez de un autor que no se preocupa por mostrar la rabia de sus personajes, simple y sencillamente ofrece una versión de la tragedia que implica vivir en un mundo que ofrece la continuidad del tedio, la inmanente percepción del fracaso como vía de consumación personal. John McGahern escribió siete novelas, varias obras teatrales y guiones para series de televisión; en su natal Irlanda se le considera el sucesor de James Joyce. Cuentos completos reúne 30 narraciones en corto, pero lo que más me llama la atención de este hombre que trabajó tres decenas de cuentos desde 1934 hasta el 1990 es justamente la concepción del oficio narrativo. Dice McGahern sobre sus cuentos: “Fueron madurando en mi cabeza, pero comenzaron con pequeños detalles. Todos fueron difíciles de crear, fueron complicados porque estaban tomados directamente de la vida, por eso los reimaginaba, y los dislocaba desde su origen, porque la imaginación exige que la vida sea relatada de manera oblicua debido a su necesidad de distancia. El dios de la vida es el accidente. La ficción debe ser fiel a una idea central o a una visión de la misma vida”. Justo sobre este aspecto hablaremos la siguiente semana.

468 ad