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Humberto Musacchio

Falsa devoción, reclamos y demagogia

El papa Benedicto viene a México y sus fieles lo recibirán con el entusiasmo y la devoción que se profesa a un líder querido. Los católicos, que son mayoría en México, tienen todo el derecho de recibir al hombre que encabeza y representa a su iglesia y vivir con él muy respetables jornadas de oración y reflexión.
Un sector de la catolicidad lamenta que su pontífice haya decidido no abordar un asunto que arde en la conciencia colectiva: la pederastia sacerdotal, que en México tiene casos de escándalo, envueltos siempre en la complicidad de la jerarquía. Católicas por el Derecho a Decidir reclama que la iglesia de Roma reconozca a las mujeres como iguales de los hombres, al menos en derechos; le recuerda al pontífice que su iglesia ha guardado silencio ante los miles de feminicidios; demanda que se reconozca la sexualidad como “expresión del vínculo con lo sagrado” y le pide que los dirigentes eclasiásticos no sigan buscando privilegios ni vulnerando el Estado laico.
Algo que no pasa inadvertido es lo referente a la oportunidad de la visita papal, que se realiza justamente a tres meses de la elección presidencial, donde el PAN, por tantos motivos heredero del viejo Partido Católico, trata desesperadamente de no ser echado de Los Pinos, a donde llegó en mala hora impulsado por el hartazgo popular hacia el PRI.
Para evitar su salida, el PAN, partido que por cierto lleva en sus emblemas los colores marianos, blanco y azul, no ha dudado en poner los valores católicos por delante de los republicanos, como lo hizo Vicente Fox, presidente constitucional de México, se postró ante un pontífice romano, pese a que éste, además de su investidura religiosa, para todos los efectos es también representante de un Estado extranjero.
Ahora se repetirá el vergonzoso numerito y serán varios los actores, destacadamente los candidatos del PAN y del PRI, que más allá de sus convicciones religiosas esperan capitalizar sus demostraciones de fe. Está en su naturaleza y a nadie debe extrañarle que los panistas agiten la bandera religiosa en su beneficio. Más difícil de aceptar es que lo haga el PRI, que siempre se ha dicho heredero de los liberales del siglo XIX y de los postulados de la revolución mexicana plasmados en la Constitución vigente, misma que combatió la Iglesia católica en la guerra cristera.
Lo que de plano resulta inadmisible es que el candidato “de la izquierda” –cualquier cosa que eso signifique– se empeñe en actuar y ser igual que los abanderados del PAN y del PRI. Andrés Manuel López Obrador incurre en un innecesario acto demagógico, pues a diferencia de Josefina Vázquez Mota y de Enrique Peña Nieto, ni siquiera se sabe que sea católico.
Dice López Obrador que asistirá a la misa de Benedicto XVI en León porque “se trata de un jefe de Estado”. Sí, en efecto, el señor es un jefe de Estado, pero no dirá misa como tal, sino en calidad de líder religioso, lo que es muy distinto. Lo que de plano está muy jalado de los pelos es que AMLO esgrima como pretexto para su postración el hecho de que es representante del Morena, movimiento donde, entre otros, militan católicos. Lo suyo es un acto mentiroso que pretende manipular las creencias mayoritarias para obtener votos. Pero el candidato perredista y todos los políticos deben tener muy presente que históricamente los católicos mexicanos han sabido distinguir entre sus deberes religiosos y los patrióticos. Lo hicieron en las guerras de reforma, durante la revolución y contra los cristeros. Nadie debe olvidarlo.

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