Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Víctor Cardona Galindo

PÁGINAS DE ATOYAC

*Agua desbocada (Segunda parte)

A mi madrina Rocío Mesino

Desde su fundación la vida de Atoyac está marcada por el río. Seguramente las tribus primitivas que se asentaron en estas tierras mucho dependieron de él para sus cultivos y alimentación, así como dependemos nosotros. Nuestro río hace más fértiles las tierras, nos da el agua para beber, riega los frutos que consumimos y ha normado nuestra vida en diversos aspectos.
La palabra Atoyac, proviene de los vocablos en lengua náhuatl atl-toyaui que, traducido al español, significa agua que se riega o se esparce. Los que fundaron este pueblo disfrutaron de un maravilloso paisaje, visto desde la azul montaña. Este valle debió ser un espejo de cristalinas aguas esparcidas en el caudal de los arroyos El Chichalaco, Los Tres Brazos, el Cohetero, Arroyo Ancho y El Japón.
El caudal de los arroyos ya es un recuerdo. En 1973, el ex presidente municipal Luis Ríos Tavera escribió estas líneas: “Desde arriba se ve un manto que se extiende al Océano Pacífico, lo cruza el prominente río que se llama Atoyac… De afluentes tiene innumerables arroyos que ondulan y se detienen en remansos. Crece el follaje verde en los contornos; y de los montículos que se alzan de abajo arriba se divisan las calles paralelas perdidas entre los árboles frutales y palmeras centenarias. Recuestan su presencia en el bálsamo del olor purificante, ya del ocote de la sierra”.
A este espectáculo de cristalinas aguas Ignacio Manuel Altamirano le compuso en 1864 las rimas Al Atoyac… “Tú corres blandamente bajo la fresca sombra / que el mangle con sus ramas espesas te formó: / y duermes tus remansos en la mullida alfombra / que dulce primavera de flores matizó… Tú juegas en las grutas que forman tus riberas / de ceibas y parotas el bosque colosal: / y plácido murmuras al pie de las palmeras / que esbeltas se retratan en tu onda de cristal… Tú queda reflejando la luna en tus cristales, / que pasan en tus bordes tupidos a mecer / los verdes ahuejotes y azules carrizales, / que al sueño ya rendidos volvieronse a caer… Tú corre blandamente bajo la fresca sombra / que el mangle con sus ramas espesas te formó; / y duermen tus remansos en la mullida alfombra / que alegre primavera de flores matizó”.
Algunas fuentes dicen que el río Atoyac nace en Rincón Grande y que tiene 50 kilómetros de longitud, 996 kilómetros cuadrados de cuenca y un escurrimiento medio anual de 841 millones de metros cúbicos. Por su parte Benjamin Retchkiman, en un estudio que hizo de la Costa Grande en 1948 expuso: “el río Atoyac, que posteriormente se llama San Jerónimo; nace en el cerro Cabeza de Venado; tiene como afluentes al río Grande, arroyo del Cacao, Mescaltepec, Tlacoanas y Castillo, y desemboca en la laguna de Mitla, después de un recorrido de 55 kilómetros”.
Nuestro mejor cronista Wilfrido Fierro Armenta escribió en 1972: “el río Atoyac, que mereciera una composición poética del héroe de la Reforma Ignacio Manuel  Altamirano, nace su ramal izquierdo más arriba de la cuadrilla El Paraíso, corriendo del noroeste al sureste hasta medio curso, y lo forman los arroyos Los Piloncillos, Puente del Rey, Las Palmas y Los Valles, que al unirse le dan el nombre de río Grande, siguiendo con dirección al sur, partiendo por mitad el municipio hasta desembocar en el océano Pacífico, formando antes de desaguar su cristalino líquido, los esteros conocidos por Maguan y Alfaque… El río Chiquito o sea el ramal derecho, tiene su nacimiento arriba del poblado del Pie de la Cuesta, a él desembocan los arroyos Rincón del Bálsamo, La Gloria, Plan del Carrizo y Plan del Molino,  corriendo del noroeste hacia el sur, para incorporarse al río Grande en las estribaciones del Cerro de El Camarón”.
Dice Fierro Armenta: “Al lado poniente de la sierra cafetalera, existe el río de La Pintada, que nace más arriba del Edén sur, se unen a él los arroyos de La Peineta, la Siberia, Rincón Grande, Camalote, El Encanto, San Francisco del Tibor y La Remonta, y sigue su curso internándose al municipio de Coyuca de Benítez, descargando sus aguas al río del mismo nombre o sea de Coyuca.  De igual forma lo hace el río de Santiago, formados por los arroyos  de la Soledad, San Vicente de Jesús, Cerro Verde, Cerro de la Cal, El Porvenir, Los Llanos de Santiago, pasando por las cuadrillas del Cucuyachi y el Chiflón, para desembocar al ríoo de Coyuca de Benítez. Existe otro río Chiquito en la parte poniente de la zona cafetalera de la sierra de este municipio, que nace en un lugar conocido por Cabeceras del Río Chiquito, siguiendo su curso al municipio de Tecpan de Galeana, para unirse a ese río”.
A nuestro hermoso río donde nuestros abuelos recuerdan que pescaban robalos y truchas gigantes, Agustín Ramírez le cantó… “Entre playas y barrancos / cual plateada serpentina / un río de agua cristalina / va acariciando sus flancos”. También a Héctor Cárdenas impresionó el río y en su breve estancia como maestro en Santo Domingo le hizo esta tonada… “En Atoyac, hay un río caudaloso / corre hacia el mar, con su canto presuroso / se oyen gritar, los pericos en parvadas / bajo el jazmín, que al crecer forma enramadas”.
De ese río caudaloso sólo quedan los recuerdos de los viejos que vivieron su mejor época de oro, cuando las balsas trasportaban a los carros cargados de algodón. Al respecto Carlos R. Téllez asentó: “Oíamos como aquél platicaba de los robalos y truchas que sacaban, algunos de tamaños y pesos que asombrarían en estos tiempos, hasta el más incrédulo que se haya puesto a pescar en las márgenes de nuestro río. Uno de ellos le echó la culpa al Tara, ‘él fue el que se llevó todo’; el otro a la construcción de la presa y todos los cohetes que tiraron para su edificación”.
En cuanto al caudal de los arroyos doña Fidelina Téllez Méndez da testimonio:  “En el arroyo Cohetero antes corría agua todo el año y sus aguas eran limpias y las utilizaba uno para regar las plantas, en la arena de sus orillas se hacían pozos para acarrear el agua para el gasto de las cocinas y para tomar había aguadores que llevaban agua del río”.
Nuestro río y las aguas que se esparcen por sus arroyos han marcado la vida de los atoyaquenses, como la creciente de San Miguel ocurrida el 29 de septiembre de 1865, que se llevó la fábrica El Rondonal, arrasó Barrio Nuevo y propició la formación de San Jerónimo de Juárez, escribió el cronista Luis Hernández Lluch. Por eso los desastres naturales no son nada nuevo para la región. Nuestros antepasados les llamaban “culebras de agua” a las trombas.
Recogiendo datos de Wilfrido Fierro, las aguas del arroyo Cohetero (llamado así porque en sus orillas vivía el primer cohetero de Atoyac) se salieron de su cauce el 7 de julio de 1955, inundando varias calles y casas, entre ellas el consultorio del doctor Antonio Palós Palma. En el cine Álvarez el agua ascendió hasta 3 metros. Este fuerte ciclón ocasionó el desbordamiento del río y de los arroyos de la región.
Con el huracán Tara, el 12 de noviembre de 1961, las lluvias provocaron que el río se saliera de su cauce y arrasara a los pueblos del bajo cercanos a su orilla, los habitantes abandonaron esos lugares y poblaron la colonia Buenos Aires. Dejó de existir la comunidad del Cuajilote y se propició la formación de la colonia Miranda Fonseca.
Con la presencia del huracán Behulat, en 1967, llovió alrededor de 10 días (comenzaron los aguaceros el 17 de septiembre y no dejó de llover hasta el 27 del mismo mes), eso propició que se formara la colonia Olímpica, con los habitantes que abandonaron La Sidra al salirse el río de su cauce. En El Humo se perdieron nueve casas y La Sidra desapareció.
Y el 23 de septiembre de 1984 con motivo de las crecientes que provocaron los ciclones Ovidia y Norberto, uno de los “pangos” (nombre local de las canoas) que transportaba pasaje en el río Atoyac, rumbo a El Ticuí, se hundió por exceso de peso y por la fuerte corriente, al chocar con las piedras tiró al agua a 21 pasajeros. De los cuales se ahogaron María Ramírez Terrones, Agustín Granados y Antonio Gómez Juárez.
Ese septiembre de 1984 llovió tanto que los arroyos crecieron, el río se salió de su cauce, las casas de adobes estuvieron a punto de derrumbarse, las tejas trasminaban el agua, parecía un aguacero interminable. El arroyo que está por donde mi padre sembraba su milpa creció tanto que inundó todo el potrero. Un día saliendo de la escuela le llevé de comer al jefe, cuando venía de regreso, a la mitad del potrero, escuché “chas, chas, chas”, como cuando un pescado brinca en lo seco. Corrí hasta el lugar de donde venía el sonido y encontré un charco lleno de: charritos, cuatetes, camarones, truchas, guevinas, bobos, robalos y blanquillitos.
Una gran alegría me invadió y fui corriendo a la casa. En una palanca llevé las dos cubetas con las que acarreaba agua. Con miedo de que alguien me los ganara llegué al lugar y llené las cubetas de peces y camarones. Llegué con dos cubetas de pescados a la casa. Fue algo prodigioso.
Otro ejemplo de cómo el agua influye en la vida de los atoyaquenses es el huracán Boris que azotó el sábado 29 de junio de 1996, dejó destrozos en la ciudad y muchos damnificados en los pueblos del bajo. Respecto al Boris Cecilia Castro escribió lo que vivió:  “El viento azotaba cada vez con más fuerza formando impresionantes remolinos de aire y agua. Aquello resultaba increíble, jamás había visto algo así, en la calle volaban láminas galvanizadas, asbesto, tejas, madera, los grandes árboles besaban dramáticamente el suelo al ser azotados por la terribles ráfagas de viento que en ocasiones alcanzaban una velocidad de 150 kilómetros por hora, algunos árboles más pequeños eran arrasados de raíz para ser despedazados después con furia”.
El río de Atoyac también es sinónimo de leyendas de chaneques y de encantos en ciertos lugares donde hay peces de colores. Abundan los balnearios naturales como La Presa y El Salto y aunque con la tormenta Manuel desapareció la poza del Cuyotomate, seguramente surgió otra que podremos disfrutar. Las truchas se niegan a desaparecer, aunque algunos peces como los blanquillitos ya son recuerdo. La contaminación ha terminado con muchas variedades.
En nuestro río aún viven cocodrilos y nutrias. De los cocodrilos se dicen muchas cosas, incluso don Francisco Galeana Nogueda en su libro Conflicto sentimental. Memorias de un bachiller en humanidades narra que “en el río Atoyac, en la piedra del Zacate,  llamada así porque estaba rodeada de plantas silvestres y lama verde azulosa cuyas profundas aguas reflejaban a la superficie un oscuro tenebroso, donde en ocasiones aparecía una pareja de cocodrilos que se aventuraban a subir la corriente del río desde su desembocadura”.
La abundancia de agua en Atoyac ha hecho que los pueblos tomen sus nombres de ella: Boca de Arroyo, Caña de Agua, Agua Fría, Junta de los Ríos, Arroyo Grande, Poza Honda, Poza Verde, Río Chiquito, Río del Bálsamo, El Salto, El Camarón, Río Santiago y Río Verde. Sólo para damos una idea de que el agua ha marcado la vida de Atoyac.
De acuerdo con Baloy Mayo algunos nombres de origen náhuatl que hay en este lugar se refieren al agua, como Ahuindo que era el nombre original de Corral Falso, y quiere decir “donde hace temblar el agua fría”; Alcholoa significa “en el salto de agua”, Almolonga quiere decir “agua que corre esparciéndose”.
Además este lugar en el México prehispánico formaba parte de Cuitlatecapan, al que Baloy Mayo define como “río o lugar de los cuitlatecas”.
En  la  novela Ahuindo, el pueblo al que irás y no volverás Gustavo Ávila Serrano refleja los desastres naturales que ha padecido la costa como El Tara, ciclón que hizo destrozos y causó daños en siembras que estaban a punto de cosecharse, en árboles frutales, palmeras, animales que murieron ahogados; además de sepultar a la comunidad de Nuxco bajo toneladas de arena. Llama la atención las premoniciones o indicios sobre El Tara, cuando los gorriones construyeron sus nidos en las ramas más bajas de los árboles, y las creencias costeñas, como la de hacer una cruz de ceniza y clavarle el machete en el centro para que cese la tempestad.

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