Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE 103

*Contra Juan Nepomuceno

*En Guerrero nació la Patria

Contra Juan Nepomuceno Almonte

En el Pozole Verde anterior, con motivo de Morelos, la película de Antonio Serrano, trajimos a cuento a Juan Nepomuceno Almonte (1803-1869), hijo de José María Morelos y Pavón que llegaría a ser general con los pies sueltos en la política y la diplomacia. En 1814, tras andar con el Generalísimo en varios combates, Juan Nepomuceno fue enviado a Nueva Orleans, donde estudió, trabajó y –dice la Wikipedia– aprendió inglés. Regresó a México en 1821, participó en la Guerra de Texas, bajo las órdenes de Santa Ana, en la que cayó prisionero. Apenas liberado, fue nombrado secretario de Guerra y Marina y posteriormente representante del gobierno del presidente Bustamante ante Estados Unidos (1842).
Miembro destacado de la Junta de Notables, con Miguel Miramón y José María Gutiérrez de Estrada en 1864 fue a Europa a ofrecer la corona del Segundo Imperio Mexicano a Fernando Maximiliano de Habsburgo. Recibió a Maximiliano y a Carlota en Veracruz y fue mariscal de la corte. Antes, en 1862, Juan Nepomuceno fue objeto de varias obras literarias que lo ponían como lazo de cochino. Se las dedicaron Guillermo Prieto, Vicente Riva Palacio y Guerrero y Juan A. Mateos. El primero, solito y su pluma; los segundos, al alimón, como durante muchos años fue su costumbre.
“A principios de 1862 –leemos en la Antología de Vicente Riva Palacio editada por la Universidad Nacional Autónoma de México en 1976– se abatía sobre México el infortunio de una agresión extranjera, propiciada por los resentidos conservadores y respaldada por Napoleón III, cuyo ‘gran designio para América’ era salvar la latinidad, regenerarnos, civilizarnos por medio de una monarquía ilustrada a imagen y semejanza de la francesa, designio que encubría, entre otros propósitos, hacer de México una Argelia y defender los intereses de los súbditos de Francia residentes en nuestro país”.
El tirano doméstico, de Riva Palacio y Juan A. Mateos fue estrenada en enero de 1862 en el Teatro Iturbide. La comedia –en un acto–  “tenía por objeto poner en solfa al intervencionista Juan Nepomuceno Almonte, a quien la prensa satírica llamaba ‘El indio Pamuceno’ y le hacía hablar en español trastrocado. Riva Palacio y Mateos se rieron en un pasaje de las pretensiones monárquicas de Almonte y de paso de Napoleón III, ‘el chiquito’, que no entendía la lengua indígena de su aliado y desconocía totalmente la tierra que anhelaba regenerar”. Una parte dice así:

Pamuneco cuatro orejas,
tocando la chinfonía,
pensaba en la monarquía
con aplauso de las viejas.
Era tan grande su empeño
que se encontró en un piñón
en su trono a Napoleón
para testa coronada;
hizo a Luisito un envite
mas como habló en otomite
el otro no entendió nada.

En Ómnibus de poesía mexicana (1971), Gabriel Zaid comparte un texto “Contra Juan Nepomuceno Almonte, que acompañó a su padre (Morelos) en la Guerra de Independencia, combatió a los norteamericanos y solicitó la intervención europea para establecer la monarquía; por esto y por ser indio políglota y elegante”, Guillermo Prieto le dedicó los siguientes cuartetos (que enseguida fueron musicalizados):

Amo quinequi, Juan Pamuceno,
no te lo plantas el Majestá,
que no es el propio manto y
corona,
que to huarache, que to huacal.

El Tata Cura que te dio vida,
murió enseñando la libertad,
que era insorgente muy decidida
y que era coco del Majestad.

Corriendo el tiempo, creció el
pintoncle,
se puso fraque, comió bistec.
Indio ladino vende a to patria
y guri guri con el francés.

El hecho de que, apenas aparecidos, los versos de Prieto fueron musicalizados, nos recuerda el caso de Adiós, mamá Carlota, del propio Riva Palacio, melodía de amplia difusión al que el populacho cambió la letra de inmediato, llevándola del sentido irónico original a la ridiculización. Y ni modo, como queremos recordar la participación de los surianos en la Independencia nacional y el nacimiento del estado de Guerrero, de la mamá Carlota platicaremos en otro pozole verde.

En Guerrero nació la Patria

El ejército de las Tres Garantías entró triunfalmente a la ciudad de México el 27 de septiembre de 1821. Con esa fecha se cierra una etapa resolutiva de la historia de México, en la que campean las estrategias y batallas militares, el hambre y la miseria, la violencia y la muerte; junto al afán popular por la libertad y la justicia, nació y se desenvolvió la conciencia colectiva y los primeros sentimientos –dijo Morelos– de nación.
Desde que, en la Costa Grande, se sumaron a Morelos, a caballo o a pie, con palos, machetes y escopetas, los pueblos surianos ofrecieron su fe y su valentía y en el prolongado transcurso de la guerra conformaron el brazo fuerte y limpio de la revolución independentista. Al sacrificio de poblaciones enteras hay que agregar la entrega de sus hijos más destacados:
Hermenegildo Galeana, Pablo Galeana, Leonardo Bravo, Miguel Bravo, Julián de Ávila, Ignacio Ayala, Rafael Valdovinos, Valerio Trujano, Pedro Ascencio Alquisiras, los hermanos Orduña y muchísimos otros caudillos murieron en batalla o fusilados y escarnecidos.
Pero los surianos siguieron luchando aún después del año de gracia de 1821. Vicente Guerrero, Nicolás Bravo, Víctor Bravo, Pablo Galeana, Juan Álvarez, Ignacio Ayala, Marcos Mangoy, Luis Pinzón, Cesáreo Ramos, Juan Bautista Cortés, Rafael Solís, Julián de Ávila, Miguel de Ávila, Gregorio Valdeolívar, Nicolás Catalán, Florencio Villarreal, Isidoro Montes de Oca y Victoriano Maldonado, además del coronel José Figueroa, del capitán José de la Piedra y un montón de aguerridos jefes surianos que no habían entregado sus armas, pues en cuanto tuvo oportunidad Iturbide se autonombró emperador absoluto y comenzó una férrea y traicionera persecución de los antiguos insurgentes.
A los dos años los insurgentes tiraron a Iturbide de su trono y don Nicolás Bravo lo acompañó a Veracruz, donde se embarcaría rumbo a Europa.
Recordemos que, entre combate y combate, los insurgentes se daban oportunidad para plantear y escriturar el régimen político y las leyes justas y transparentes con que soñaba el pueblo levantado. Tuvo que haber otros enfrentamientos, que aplacar a los últimos iturbidistas, para que con fecha del 24 de octubre de 1824 el Congreso Constituyente encabezado por Miguel Ramos Arizpe –y donde volvemos a encontrar, como secretario de la mesa directiva, al suriano José María Izazaga– promulgara la Constitución federal que garantiza un gobierno republicano, representativo y popular.
Vicente Guerrero y Nicolás Bravo llegarían a ser presidentes de la República. Tras una intensa lucha interna –con eje en el federalismo– y otra contra la invasión de tropas norteamericanas, luego de que Antonio López de Santa Anna firmara los tratados de rendición con los que más de la mitad del territorio mexicano pasó a ser parte de los Estados Unidos de Norteamérica, es cuando nacería el estado de Guerrero.
Para erigir esta entidad federativa se tomó en cuenta su geografía, la conveniencia administrativa, la reunión animosa de modos, costumbres y temperamentos de tantas y tan diversas regiones, y la participación de los ejércitos de surianos –y sus cabezas visibles– que tan imprescindibles habían sido en el largo proceso de la nación.
¿No la primera provincia libre de América Septentrional fue Tecpan de Galeana? ¿No fue en Chilpancingo donde se celebró el Primer Congreso de Anáhuac?… Erigido el 27 de octubre de 1849 y conformado con partes de Puebla, México y Michoacán, el nuevo estado fue nombrado Guerrero, en honor al noble e incansable general tixtleco, y el primer gobernador fue el general Juan Álvarez.
Álvarez fue otro suriano que pudo acompañar el largo proceso de emancipación y conformación nacional desde que se juntó al contingente de Morelos en la costa hasta que el Congreso lo envistió como presidente de la República.
Las más importantes decisiones militares y políticas se tomaron en el sur. Los guerrerenses fueron el último nervio del movimiento independentista y, como tales, entrarían triunfantes a la ciudad de México; luego, en la Guerra de Reforma, enarbolarían la bandera liberal, participarían heroicamente en la guerra contra los franceses invasores y en el movimiento revolucionario de 1910.
Por eso dice Ignacio Manuel Altamirano que en cuanto José María Morelos y Pavón cruzó el río Balsas y se acercó a la costa, en esta región suriana que hoy orgullosamente llamamos Estado de Guerrero empezaron a configurarse los agraviados sentimientos de la nación y a vislumbrarse la Patria.
Por eso Ignacio Manuel Altamirano escribió que en Guerrero nació la Patria: “hercúlea, briosa, adolescente”. Aquí creció.

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