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Recrea la cantante Ute Lemper la atmósfera del cabaret en el periodo de entreguerras

*La alemana cantó el viernes en Bellas Artes acompañada de la Orquesta Sinfónica Nacional y el público se les entregó

Yanireth Israde / Agencia Reforma

Ciudad de México

La penumbra es cómplice de Ute Lemper: una noche dentro de otra en el Palacio de Bellas Artes. Los atriles se iluminan con lámparas para que los músicos lean sus partituras; Ute Lemper, rubia, relampagueante, se ilumina sola.
La alemana canta el viernes acompañada de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) en Cabaret Sinfónico, espectáculo que repite el domingo al mediodía con un programa cáustico, melancólico, satírico pero también febril, como la Alemania de entreguerras, cuando prosperó un cabaret libérrimo, aliado de la media luz.
La agrupación dirigida por el huésped José Luis Castillo comienza con la suite de La ópera de los tres centavos, con libreto de Bertolt Brecht, musicalizada por su compatriota, el alemán Kurt Weill, cuya obra censuró el nazismo porque le resultaba decadente.
Aparece luego Lemper, de negro, con pellizcos de luz en el vestido largo para proseguir con Weill. “Muchas gracias por estar de nuevo en este espacio”, saluda. Habla con el micrófono retirado, de modo que por momentos las palabras no se amplifican. Ocurre sólo cuando habla, porque cuando canta su voz camaleónica –sensual, eufórica, tierna y taciturna– estremece.
Abre con Balada de Mackie Messer, uno de los fragmentos más populares de La ópera de los tres centavos, sátira de la voracidad capitalista y las relaciones sociales que produce entre los marginados.
Sigue La canción de Mandalay, de la ópera Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, que pide a los hombres de un burdel apresurarse en sus lances amorosos, pues otros esperan turno.
Amor, seducción, delirio, corazones que se hunden, barcos que zarpan, marinos que no dicen adiós asoman en el canto de Lemper, quien entre una pieza y otra recuerda la efervescencia artística en la época previa a la Segunda Guerra, una creatividad que los nazis juzgaron inmoral y degradante.
La trinchera, con letra de Kurt Tucholsky y música de Hanns Eisler agiganta la penumbra en el palacio de mármol cuando se escucha: “Madre, ¿para qué criaste a un hijo durante 20 años?/se lo llevaron a la trinchera/¿recuerdas cómo te cargaba tu padre, te daba dinero y jugaban a policías y ladrones?”.
Carne de cañón, fosa común fueron jóvenes y viejos, entona Lemper arropada por un lamento de violines.
Un “¡Bravo!” se alza, solitario. Es el principio del vendaval de aplausos. Para el intermedio la rubia ya tiene al público de pie.
La también actriz, pintora, compositora, madre de cuatro hijos –el último nació en 2011, cuando ella tenía 48 años– prosigue con Lili Marleen, la canción de Hans Leip musicalizada por Rudolf Zink sobre un soldado que se despide de su amada al cobijo de un farol.
Evoca para la segunda parte los amores de la francesa Edith Piaf, “compositores unos, directores otros”, cuenta y dirige un guiño travieso al director de orquesta.
Emprende con garra La vida en rosa, para luego conmover con una de las canciones “más bellas y tristes”, previene antes de cantar No me dejes, composición del belga Jacques Brel
Lemper se despide con jazz. La regresan con aplausos.
Tras el adiós final, podrían formar un grupos los que salen cantando en francés.

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